jueves, 27 de junio de 2013

Tejiendo la vida

Tenemos las herramientas necesarias: hilos de diferentes colores, un telar rudimentario pero suficiente, unas manos diestras y precisas, una historia y una tradición que alimenta e inspira el corazón artista, infinidad de imágenes grabadas en la imaginación, una finalidad para la obra creada, y tiempo, cariño y paciencia para entregar lo mejor de si.

Poco a poco, y guiados por manos expertas, los hilos se van encontrando, relacionando, armonizando, entrecruzando, respetando el momento de cada uno, dejando que el otro haga su parte, se abrazan, se ocultan, surgen de nuevo para dejar su huella y humildemente desaparecen, otros lo seguirán, transformando el diseño, completándolo. La urdimbre orienta, marca el ritmo, estableciendo las referencias básicas para que nadie se pierda en medio de la aparente confusión. 

Vuelta para acá, ahora para el otro lado, se cruza por aquí, se pasa por encima, después por debajo, ahora va, luego vuelve, deja pasar al otro, aquí entra de nuevo, por allí sale… Y así, lentamente, minuciosamente, combinando sabiamente precisión e improvisación, innovación y técnica milenaria, va surgiendo el tejido con sus colores y formas, con sus fondos y figuras. 

Y yo me pregunto ¿no pasa igual con la vida? Como si de hilos se tratase, personas diferentes nos topamos, relacionamos, combinamos, enriquecemos, complementamos, en un contexto que nos orienta y, al mismo tiempo, nos abre a un horizonte todavía sin definir, un destino que espera por nuestra contribución, única, irrepetible. A base de cruzamientos, encuentros, separaciones, avances, paradas, vamos tejiendo el mapa de nuestras vidas, formando las figuras y los colores que nos dan sentido, que nos realizan, que serán útiles para que otras personas las usen y disfruten. Unas manos ocultas, ágiles y amorosas nos guían, sin forzar el ritmo, sabedoras de nuestras capacidades, de nuestros talentos, también de nuestras limitaciones. Unas manos amorosas nos acompañan en la aventura de la vida, tejiéndonos junto a las demás personas, queriendo formar con todas un aguayo (tejido andino) bonito, resistente y delicado al mismo tiempo, con una combinación armónica y equilibrada de colores, con figuras sencillas, pero artísticas. 

El pueblo de la tierra, esta raza color de bronce sabe tejer su vida enfrentando dificultades y carencias. En silencio, humildemente, sin llamar la atención, van pasando por nuestra vida con sus coloridos tejidos, entretejiéndonos en sus preocupaciones, en sus alegrías, en sus dramas. Y así, poco a poco, sin casi percibir, nos descubrimos formando parte de un telar apasionante, tejiendo una nueva vida que, ojalá, sea mejor para todos/as.

miércoles, 19 de junio de 2013

La zampoña

Durante todo el día la tranquila atmósfera anzaldina es atravesada por los sonidos dulces, profundos y melancólicos de la zampoña. Instrumento polifacético, es la flauta ancestral de este pueblo, la flauta pedagógica de los alumnos y alumnas del colegio, la diversión de quien le gusta extraer sonidos sin necesidad de dominar los misterios de la música. Los escolares, practicando una y otra vez las notas de las melodías tradicionales enseñadas por el profesor, van llenando con sus sonidos el espacio silencioso de esta tierra.

La zampoña es lamento y jolgorio, evocación y sueño, canto y diálogo. Cada suspiro perfora la intimidad de las tímidas cañas, provocando en lo más hondo un eco agradable, agradecido. Un soplo de vida que encanta los sentidos, tranquilizando el espíritu, evocando montañas y valles, aproximando la voz de los ríos, de los vientos, despertando los murmullos y las confidencias. Como dos enamorados, cada fila de tubos se abraza y entrelaza en cada melodía, entregando al otro lo que le falta para ser plenamente armonioso, esperando su vez sin prisa ni envidia, vaciándose desinteresadamente para que el amor de su vida destaque y brille. Como sólo en el amor sucede, estos dos seres diferentes se unen de tal manera que forman un nuevo y único corazón, una nueva y única alma, una nueva y única melodía nacida del más íntimo, apasionado y radical encuentro.

La zampoña propaga por los aires los sentimientos, las historias, los lamentos y los amores del pueblo de la tierra, de estos corazones sembrados, de estas vidas florecidas. 

miércoles, 12 de junio de 2013

Colorida esperanza

Alumnos/as del Colegio Calasanz homenajeando a las madres
Los más pequeños no tienen todavía motivos para la desconfianza. Sin conocer, sin entender, sin esperar nada, sin causa aparente, llegan, abrazan y sonríen. Y su sonrisa atraviesa el alma más gélida. Con muchos o pocos dientes, con el frío goteando de sus rostros, con las mejillas quemadas y heridas, con los ojos llenos de vida e historia, llegan corriendo y se abrazan a mis piernas deteniendo el tiempo.

Nacieron con la mirada clara, el afecto espontáneo, el corazón abierto. Ni el frío, ni el sol, ni la tierra, ni la dureza de la vida andina han herido aún su confianza infante. Sin palabras, sin explicaciones ni expectativas, la necesidad del abrazo parece comandar sus vidas y no hay nada que los detenga. 

A pesar del frío, que bien podría justificarlos, no es esta una tierra pródiga en abrazos. Sin embargo, los más chiquitos no entienden de formalismos, ni de costumbres, ni de pareceres. Viven espontáneamente lo que a nosotros, adultos, tanto nos cuesta elaborar. La confianza, el cariño ingenuo, el sentimiento franco, el contacto cálido son el pan diario de su afectividad inexperta. Los que cargamos un corazón curtido por fracasos y vergüenzas, no nos permitimos el lujo de dejarle hablar libre, sin censuras. 

El abrazo infantil desarma los miedos y prejuicios adultos. Como una bocanada de esperanza para nuestro asfixiado espíritu, nos anima a continuar educando en la confianza, en el cariño sincero, en el abrazo profundo, en el amor fraterno.

domingo, 2 de junio de 2013

Señor Silencio

El señor Silencio domina la atmósfera andina. Queda lejos todavía el estruendo del tráfico, de los carros derramando músicas infernales, los gritos de transeúntes estresados o de vendedores estresantes. No importa la hora del día o de la noche, aquí quien manda es la sinfonía de una naturaleza vecina, amiga, viva y vibrante. La música que domina en estos aires es la que surge de la vida, contagiando paz, tranquilidad, profundidad.

Es un ambiente habitado por una multitud de seres que cantan, ladran, balan, mugen, gorjean, sin por ello, perturbar a este señor llamado Silencio. Su presencia inadvertida y constante no se altera cuando los perros salen corriendo y ladrando atrás de un poncho agitado en las sombras. O cuando el rebaño de ovejas atraviesa las calles guiados por una mano niña y una voz bajita. Ni en las primeras horas del día, cuando los toros abandonan la ciudad para su servicio diario acompañados por su experimentado y callado patrón. Tampoco cuando el gallo anuncia que Tata Sol está haciendo nacer el día, siendo recibido por innumerables pajaritos, díscolos y juguetones. Incluso, el nada disimulado burro, fiel compañero de cargas y viajes, adorna sin perturbar este sosegado escenario con sus rebuznos lejanos. Sonidos naturales que acentúan todavía más el poderío del silencio reinante.

El Silencio está en su casa, mientras que nosotros somos los invitados y, a veces, los invasores. Como forasteros que somos debemos aprender a hablar bajito, a caminar flotando, a trabajar callados, a convivir despacio, a vivir desapercibidos. ¿Quién soy yo para alterar sin motivo ni necesidad la vida de este pueblo silencioso, de esta tierra callada, de esta naturaleza armónica y serena?