viernes, 30 de septiembre de 2016

Entre luces y sombras

En la penumbra gobiernan los espectros. Cuando nos movemos entre luces y sombras, los reflejos parecen dominarlo todo. Por mucho que abramos los ojos, que afinemos la percepción o que agudicemos los sentidos, la realidad no deja de ser un jeroglífico para nuestra limitada comprensión. Nuestras convicciones, nuestra manía de querer explicarlo todo, nuestra obsesión por encontrar una causa, un culpable o un motivo de cuanto existe y sucede, caen por tierra frente a la ambigüedad de un mundo en semisombra, frente a este imperio del claroscuro.

Los espejos, brillantes y mentirosas proyecciones de la realidad, nos han acostumbrado a querer ver todo claro, a confiar ciegamente en la imagen que se nos muestra, olvidándonos que la realidad no tiene valor en sí misma, sino por el significado y sentido que nosotros le demos. De nada sirven los espejos, las fotografías, las impresiones superficiales de cuanto existe. La realidad, en su infinita complejidad, nos lleva irremediablemente a la profundidad de los claroscuros, de las luces y las sombras, donde todo es una cosa y su contraria, donde todo se agita en una ambigüedad dinámica, cambiante, sorprendente.

Las ideologías sucumbieron ante los monstruos surgidos del corazón humano. Los mejores ideales y proyectos terminaron, muchas veces, eclipsados por la sangre y el horror de los medios convertidos en fines y de los fines tratados como medios. La generosidad y la entrega desinteresada de algunos caminan acompañadas por motivos bastardos y egocéntricos que empañan su transparente apariencia. Incluso las vocaciones más altruistas suelen alimentar en su seno el orgullo, la soberbia o la vanidad. Las luces y las sombras nos gobiernan, asimilándonos a todo cuanto existe. Pareciese que nada en este mundo fuera puro, claro, diáfano. Hasta el amor, la más auténtica y radical decisión humana, tiene que debatirse cada día entre exigencias egoístas, deseos posesivos y expectativas narcisistas.

Entre luces y sombras se mueve nuestro mundo, el inmenso cosmos y ese otro universo aún más infinito que se aloja en nuestro corazón. Y en medio de la penumbra, donde gobiernan los espectros, los miedos, las apariencias y las impresiones subjetivas, los sentidos nos ofrecen una percepción parcial y limitada de la realidad. La existencia, el mundo y nuestra propia vida forman parte de un profundo misterio, del que sólo percibimos señales, del que intuimos sus abismos, en el que nos vamos adentrando lentamente y cuanto más creemos entender, con más claridad percibimos su desconocida inmensidad. 

Así, navegando en medio de tan espesa bruma, llevados por los vientos cambiantes de nuestra propia percepción de la realidad, intentamos mantener el rumbo de nuestro viaje, peleando con las circunstancias, luchando contra las adversidades, pretendiendo tener el único mapa cierto y una brújula más exacta que los demás, alimentados con la ilusión de conocer mejor que nadie las rutas y los puertos. Un esfuerzo sobrehumano e inútil que nos desgasta y encalla.

Tal vez las luces y las sombras de nuestra realidad nos estén queriendo llevar por otras sendas, donde la ambigüedad sea asimilada con la paz del sabio y la paciencia del artesano. Quizás los espectros estén queriendo mostrarnos que no lo sabemos todo, que nunca lo comprenderemos todo, que no vale la pena consumirse en tal empresa, mientras la vida y las relaciones se nos escapan entre los dedos. Puede que la penumbra nos asuste, pero es más real que nuestras ilusiones y más evidente que nuestras pretensiones.