
Dejo Anzaldo con el corazón chiquito, agradecido por cuatro años de fraternal convivencia, de fiestas y alegrías, de proyectos y conquistas, de sueños compartidos, de victorias y derrotas, de aciertos y fracasos, de complicidades y conflictos. Un tiempo corto que, en el recorrido de mi vida, marca un verdadero punto de inflexión. Anzaldo es un pueblo, una gente, un paisaje, una manera de entender la vida, una puerta a una nueva dimensión apenas intuida, pero fascinante.
Dejo Anzaldo con los deberes sin terminar. Hice lo que pude, lo que de corazón creí que era necesario en cada momento. Aquí tejimos los cimientos de la revolución educativa que tanto necesitamos. Sin embargo, al echar ahora la vista atrás, veo que la tierra y los espinos han ocultado dichos cimientos. La dispersión y agitación de mi vida en los últimos tiempos, provocaron que la rutina, la comodidad y la falta de coraje se hayan impuesto, en un proceso imparable de “entumecimiento” educativo.

Dejo esta tierra con mi corazón encogido, curtido por el sol y el viento, por la chicha y la coca, por el trabajo y la fiesta, por tanta lucha sembrada y tanto fruto compartido. Me voy ahora que nuestra Pachamama nos regala la lluvia, por la que tanto pedimos, que tanta falta nos hizo en el terrible año que pasó. Dejo esta tierra verde, con el choclo altivo, la papa florida y el trigo despuntando. Dejo mi Anzaldo querido lleno de esperanza y, así, ciertamente duele menos. La alegría de los campesinos, los ojos de los niños siempre brillantes y llenos de futuro, el trabajo incesante de las mujeres en sus agotadoras jornadas, son marcas que llevo gravadas en mi memoria afectiva.

Me voy de Anzaldo, sí, pero Anzaldo se viene conmigo, orgulloso de ser un Phirimaleta por adopción. Gracias por todo y disculpen lo malo.