lunes, 5 de agosto de 2024

El imperio de la mentira

Con la globalización de la información y la difusión inmediata y a nivel mundial de mensajes que nos permiten las redes sociales, estamos asistiendo a un fenómeno que no es nuevo, pero que, quizás, nunca fue tan generalizado, tan presente en la realidad cotidiana y con consecuencias tan graves. Me refiero al uso sistemático de la mentira como estrategia política e ideológica.

Muchas veces se ha estudiado este uso de la mentira en el veloz crecimiento de la ideología nazi en la Alemania de Hitler, generando un movimiento social antisemita que terminó en el exterminio planificado y sistemático de millones de personas, no solo de origen judío. La famosa frase de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, se ha convertido en la mejor o más usada estrategia de la lucha política actual.

Las mentiras difundidas en las redes, amplificadas artificial e intencionadamente por robots, han provocado ya manifestaciones, agresiones, denuncias y procesos judiciales, linchamientos, asesinatos y guerras. Algunos medios de comunicación, cada vez más en número y en influencia, viven de esas mentiras regadas en redes y programas de mensajería. Las famosas “pruebas irrefutables de posesión de armas de destrucción masiva” por parte de Irak, que nunca se encontraron ni se pudo demostrar su existencia, fueron la excusa para una de las más sangrientas guerras en tiempos recientes, desatando una cadena de conflictos armados que, después de más de 20 años, sigue azotando los países de la región.

Recientemente, vivimos en Bolivia los efectos de las mentiras lanzadas al aire sin ningún pudor y replicadas hasta la saciedad en las redes sociales. El lamentable “fraude escandaloso” de Carlos Mesa provocó un golpe de estado, planificado mucho tiempo antes, a la espera de que una mentira prendiera la mecha. El argumento del fraude electoral se ha convertido en una bandera de la ideología conservadora o, directamente, de extrema derecha en diversos países del mundo, desde los Estados Unidos, hasta Brasil, Bolivia, España o, recientemente, Venezuela. Cuando los resultados electorales no acompañan sus expectativas, siempre queda el argumento del fraude, antes incluso de cerrar la jornada electoral. Y no sé si realmente lo hubo o no, el caso es que nunca se pudo demostrar ninguno de esos supuestos fraudes cometidos. Pero la mentira ya fue lanzada y multiplicada. Con esto, no estoy defendiendo ningún gobierno, ni dando legitimidad a ningún régimen, simplemente describo el uso de la mentira como arma de lucha política y social que, siempre, termina generando violencia y muerte. En el caso venezolano, todavía estamos a la espera de que se demuestre la existencia o no del fraude electoral. Viví diez años en Venezuela, durante la conformación del movimiento bolivariano y su primera victoria electoral, jamás lo apoyé, así que no se me puede acusar de “chavista” (argumento especialmente usado por tanto chavista arrepentido y convertido en visceral enemigo), solo describo el uso de la mentira como arma política y social.

En 2019, aguijoneados por el “fraude escandaloso”, miles de personas salieron a las calles a bloquear las principales ciudades, quemando centros electorales (donde estaba la prueba de su supuesto fraude, curioso), agrediendo personas identificadas como “oficialistas”, cercando y secuestrando a familiares de cargos públicos, marchando para enfrentarse a quienes defendían al gobierno. La primera víctima mortal fue mostrada en todos los medios de comunicación y las redes bajo el titular “hordas masistas asesinan a golpes a un activista de la oposición”, lo que provocó una mayor y más violenta movilización de personas indignadas. La autopsia de la víctima fue simplemente ignorada, hasta que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en su investigación sobre los hechos, la sacó a la luz: había sido alcanzado, en la espalda, por una bazuca artesanal, lanzada por sus propios compañeros de marcha, y abandonado después debajo de un viaducto.

Ni el “espíritu olímpico” se libra del daño que las mentiras provocan. Hemos visto cómo una atleta argelina (donde está prohibido por ley el cambio de sexo) fue acusada de ser transgénero, cuando en realidad solo tiene un problema de salud. Las redes y los medios se hicieron eco de una mentira que pudo acabar con su carrera deportiva y con su dignidad.

En estos días, varias ciudades británicas se vieron sacudidas por graves disturbios contra grupos sociales racializados, tras el asesinato de varios niños a puñaladas por un menor de edad nacido en Gales. Un medio de comunicación y las redes (especialmente la red X, cuyo actual dueño es el primero en multiplicar las mentiras provenientes de la extrema derecha con sus millones de robots) denunciaron que el autor era un inmigrante. La extrema derecha salió a la calle a quemar refugios de inmigrantes, atacar mezquitas y expulsar a cualquiera que no encaje en su modelo “blanco occidental”.

Son solo alguno de los más recientes ejemplos, porque la lista, solo en las últimas décadas, sería interminable. Mentira tras mentira, va creciendo un germen de desconfianza, de rabia, de odio, de discriminación. La mentira alimenta la violencia y termina contaminando la conciencia de la gente y de la sociedad, volviéndola cada vez más acrítica, más ignorante, y más fácilmente manipulable.

En el mes de San José de Calasanz, recuerdo su voluntad de que fuésemos “Cooperadores de la verdad”, difícil tarea en los tiempos actuales. Nadie tiene la verdad, ninguna persona ni institución. Nosotros creemos que Jesús de Nazaret es la verdad sobre el ser humano y sobre Dios, pero se trata de una verdad que hay que seguir descubriendo, experimentando e internalizando. Todos estamos en un camino de constante búsqueda de la verdad. Pero eso no significa que podamos tolerar que la mentira gobierne nuestras vidas, manipule nuestras sociedades y domine el mundo con sus intereses clasistas, racistas, egoístas y autoritarios.

lunes, 10 de junio de 2024

Sombrío panorama mundial

Los recientes acontecimientos que vivimos y presenciamos, nos van situando en un escenario altamente peligroso e incierto.

Es propio del ser humano acostumbrarse a todo, incluso a las condiciones más inhumanas y a las desgracias más trágicas o escandalosas. Nos acostumbramos a la miseria global, a la hambruna que mata unas 10 personas por minuto (según cifras de organizaciones especializadas). Nos acostumbramos a las guerras, lejanas y cercanas. Nos acostumbramos a la explotación y destrucción del medio ambiente. Nos acostumbramos a la violencia en la calle, en el deporte, en las relaciones familiares, en los medios de comunicación, en las redes sociales. Nos acostumbramos a la corrupción de políticos y funcionarios públicos. Nos acostumbramos al racismo, al desprecio del diferente, a la segregación y discriminación del otro por motivos estúpidos. Nos acostumbramos al consumismo que arrasa con la naturaleza, llenándola de basura, que transforma las relaciones en puro comercio y la vida en simple producto. Nos acostumbramos al abuso del más fuerte. Nos acostumbramos a la mentira, al engaño, a la manipulación de la verdad, a los bulos y las noticias falsas. Nos acostumbramos, en definitiva, a todo lo que nos disminuye y denigra como humanos.

En Latinoamérica conocemos muy bien la violencia y la opresión por parte de las élites, usando las estructuras y órganos del estado para dominar, someter, enriquecerse y acallar a quien proteste. Han sido varios siglos de colonialismo, de explotación por las élites criollas, de dictaduras militares, de pseudodemocracias encubridoras del saqueo económico por empresas y organismos internacionales. Y a todo ello nos hemos acostumbrado también. Incluso los intentos de transformación, liderados o empujados por el pueblo (trabajadores, campesinos, indígenas…), han sucumbido o están en grave riesgo de perecer debido a la presión de las clases medias emergentes (gracias a esas mismas transformaciones) que ya no se identifican con el pueblo, sino con las clases altas, y que están dispuestas a lo que sea para no perder los escasos privilegios alcanzados (de nuevo, gracias a las transformaciones políticas y económicas).

Mientras algunos países del sur se desangran en guerras infinitas, alimentadas por intereses económicos y geopolíticos del norte, el mundo mira para otro lado. Mientras miles de personas, huyendo de conflictos armados, de la intolerancia religiosa o de la simple y asesina miseria, son abusadas, violentadas, esclavizadas en el camino para, finalmente, ahogarse en el Mediterráneo, el mundo mira para otro lado. Mientras el narcotráfico se adueña de regiones enteras, de barrios, de órganos de gobierno, sembrando su epidemia de terror, de secuestros y de muerte, el mundo mira a otro lado. Mientras crece, en los países supuestamente desarrollados, la precariedad laboral, sanitaria, educativa, que, como siempre, afecta a las clases más desprotegidas, el mundo mira para otro lado.

Y ni siquiera ahora, cuando la guerra toca la puerta de Europa y, al mismo tiempo, asistimos en vivo a un genocidio sinigual como el palestino, se nos ocurre hacer una revisión profunda de lo que está sucediendo, a fin de buscar caminos hacia una mejor humanidad. Al contrario, la respuesta es alentar la escalada armamentística y prepararse para la guerra. Las mismas potencias que defienden a Ucrania frente a la invasión rusa, arman y justifican a Israel en su invasión y exterminio palestino. Los mismos que combatieron el islamismo radical, bombardean sin descanso a la población de Yemen, enemigos históricos del islamismo radical. Quienes crearon, adiestraron y armaron a Hamas, para quebrar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), hoy persiguen a Hamas y justifican las atrocidades de las fuerzas armadas de Israel. La supuesta liberación de países como Libia, Irak, Afganistán… por parte de la OTAN, sumió a estos países en un caos de violencia y guerra civil que no termina.

Y en el colmo del sinsentido, en medio de tan sombrío presente, los movimientos políticos más pujantes son aquellos que promueven el racismo, el liberalismo económico radical, la privatización de los derechos convirtiéndolos en privilegios, el fusilamiento de la justicia social, la violencia como medida de control social, el cierre de fronteras y la condena al olvido de los pueblos y regiones más empobrecidas y saqueadas, así como de las mayorías populares en sus respectivos países. Al mismo tiempo, asistimos incrédulos a la banalización de la política, entendida como negocio y no como servicio, aupando a líderes autoritarios, sembradores y defensores de la violencia, con rasgos de personalidad que manifiestan una clara insanidad psicológica, vividores del cuento, aprovechadores de lo público que tanto critican y persiguen, personas absolutamente indiferentes ante el sufrimiento del prójimo.

No vivimos un tiempo de esperanza, pero tampoco es momento para el derrotismo. Personalmente, y aunque muchas veces se equivoquen, sigo creyendo en las masas populares, en los excluidos, en los que no cuentan para los medios de comunicación (excepto para negociar con sus miserias), en las minorías rechazadas por la razón que sea, en quienes luchan por perpetuar sus modos tradicionales de vida, sus culturas y sus creencias. Creo en quienes resisten, en quienes no se entregan ni se venden, en quienes sueñan con un mundo más humano, en quienes madrugan cada día para conquistar un poco más de dignidad para sus familias y comunidades, en quienes siembran, por medio de la educación, un mundo nuevo en el corazón de los niños, niñas y adolescentes. Hoy más que nunca, es tiempo de reafirmarnos en nuestras opciones de justicia, paz e igualdad para toda la humanidad.

En unos días celebraremos el Willkakuti o Inti Raymi, el nuevo año andino. Que este nuevo nacimiento del sol sea el inicio de un nuevo ciclo de reconstrucción de las relaciones de fraternidad en la humanidad y de la humanidad con la naturaleza.

viernes, 29 de marzo de 2024

¡Ya están haciendo wathya!

En estas tierras vallunas, donde cada vez el clima es más cálido y seco, las lluvias del verano son no solo necesarias, sino absolutamente imprescindibles para que mi pueblo tenga alimento y vida el resto del año. En esta ocasión, las lluvias demoraron en llegar, por eso la siembra se retrasó mucho más de lo habitual. No se trata solo de un problema de calendario, sino de cuánto dura la estación lluviosa, pues una temporada corta significa la ausencia, para todo el año, de los frutos de la tierra. La papa, en todas sus variedades, tiene su ritmo, tranquilo y poco exigente, conformándose con regulares riegos para crecer y formar su escondido tesoro. El maíz es lento, por eso, quienes sembraron con las primeras lloviznas, perdieron todo con el retraso de la verdadera lluvia. Quienes desconfiaron y aguardaron, ahora tienen poderosos y altos tallos verdes que embellecen esta tierra sin bosques. Sin embargo, el choclo no aparece todavía. El trigo ya comienza a tomar altura y las espigas se agitan con los vientos de la luna llena de estos días. Los cereales no necesitan de mucha agua, cualquier humedad superficial es suficiente para que crezcan y comiencen a florecer. Solo las lluvias tardías pueden acabar con una buena cosecha, haciendo aparecer los temidos hongos.
Como decía, este año las lluvias tardaron, pero llegaron, con fuerza y con un ritmo irregular, pero suficiente para detonar la esperanza y la actividad agrícola de este pueblo. Y cuando parecía que todo iba bien, a pesar de que el durazno se tomó un año de descanso, privándonos de sus dulces frutos, la lluvia dijo adiós y desapareció. Su repentina y anticipada marcha ha puesto nervioso a todo el mundo por estos lares. Las conversaciones ce centran en ello, que si el maíz se secará sin producir el codiciado choclo, que la papa está pequeña todavía, que la arveja apenas está formando sus vainas. Y junto a los lamentos solidarios con las plantas y sus frutos esperados, va surgiendo otro tema, en el intento de encontrar una causa de esta tragedia que se vislumbra.
Recientemente, se celebró a nivel nacional el censo de población. Como es costumbre, cada pueblo llama a todas las familias que, con el tiempo, se habían ido trasladando a otras ciudades y municipios, para regresar y así ayudar con la conservación de la población local, de lo que depende las cuotas presupuestarias que se asignan cada año a cada municipio.
Anzaldo, pueblito tranquilo por su poca población, especialmente cuando no hay actividad escolar, se vio inundada de residentes. Muchas familias volvieron a ocupar sus, habitualmente, casas vacías. Fue una buena noticia para el pueblo, pero, para el pobre, las alegrías son siempre efímeras y suelen venir acompañadas de peores consecuencias. Aprovechando estas reuniones familiares, en muchas casas se tuvo la brillante, en realidad pésima, idea de hacer whatya. Ya conté en este mismo blog en qué consiste esta bonita tradición de la whatya, forma ancestral y sencilla de cocinar (bajo tierra y con el calor de las piedras ardientes), que suele acompañar la actividad de la cosecha, saboreando las papas, arvejas, habas nuevas, recién extraídas de la tierra. Todavía no hay cosecha, todavía estamos a la espera de que culminen los ciclos agrarios, todavía necesitamos la lluvia, sin embargo, los urbanitas que llegaron, desconocedores de sus raíces campesinas, se adelantaron e hicieron whatya, y las lluvias se fueron.
Pudiera parecer que no hay relación entre la realización de la whatya y el fin de las lluvias, pero no es así. En esta tierra el equilibrio de la naturaleza es fundamental, así como los rituales que establecen la relación con la Pachamama. El carnaval inaugura el tiempo de la abundancia y, por eso mismo, se prolonga hasta la fiesta de la Santa Vera Cruz en los primeros días de mayo (cristianización de la fiesta de la Chakana, Cruz del Sur, y de Tatala, la divinidad de la fertilidad), agradeciendo a la Pachamama los frutos recibidos o por recibir, devolviendo la vida y la alegría que ella nos ofrece, construyendo comunidad, compartiendo la vida. Es un tiempo de celebración y espera de la cosecha, la cual se irá dando paulatinamente. Solo en las últimas semanas, cuando comience el tiempo de cavar la papa, se iniciará también el tiempo de hacer whatya, recordando a la Pachamama que ya es momento de frenar las lluvias y, agradeciendo los productos de la tierra, dejarla descansar.
Pero no, quienes dejaron su pueblo y sus comunidades para engrosar las masas de la ciudad, olvidando sus raíces y la cultura de la tierra, creen que nada importa, que se puede hacer cualquier cosa en cualquier momento. Y no es así. El universo tiene su ritmo, su equilibrio, y nosotros debemos conocerlo, respetarlo y formar parte de él. No se puede tocar la zampoña o los sikuris en esta época, porque estimulan la fertilidad de la Pachamama, necesario a partir del mes de agosto, pero no ahora. No se le puede decir a la Pachamama que comienza su descanso, cuando todavía no están formados los frutos de la tierra. No se puede hacer whatya mientras no tengamos la cosecha asegurada.
Los urbanitas se fueron después del censo, felices de haber pasado un fin de semana en la casa de sus padres, disfrutando de la rica whatya. Y aquí nos dejaron el problema, la preocupación, la angustia porque las lluvias se despidieron, debido a su ignorancia y, en el fondo, a su desprecio por lo que aquí se cree, lo que aquí es vital, lo que aquí no se cuestiona, sino que se respeta. Seguramente, muchas personas seguirán pensando que no tiene que ver una cosa con otra. No lo sé y tampoco voy a perder tiempo intentando demostrarlo. Lo que sé es que no llueve más y eso significa frustración, tristeza y, en definitiva, miseria para el resto del año. Lo que sé es que, algunos que desprecian la sabiduría ancestral de mi pueblo, hicieron lo que no debían y ahora pagamos sus consecuencias. Lo que sé es que quiero continuar profundizando en la espiritualidad de mi gente, en sus rituales y creencias, porque me ayudan a sentirme uno con este pueblo en medio de este universo tan rico.

martes, 19 de marzo de 2024

Maldita tierra santa

"Lágrimas de sangre"
(O. Guayasamín, 1973).
la bomba sin alma
la bala sin mapa
el misil sin nombre
y la tropa sin conciencia

nadie se siente responsable
todos miran para otro lado
mientras la sangre riega el suelo
y el clamor palestino
se desvanece bajo los escombros

la tierra de las promesas
de los éxodos y alianzas
del mestizaje y la esperanza
una tierra ensangrentada
una historia desgarradora
un monumento a la brutalidad humana

¿cómo es posible tanto horror
y tan vergonzoso silencio?
¿cómo no explotamos de rabia
frente a quienes alimentan semejante barbarie?

queda lejos Palestina y a la vez tan cerca
porque no hay sufrimiento extraño
ni injusticia ignorada
para quien todavía guarda
un corazón humano

lunes, 4 de marzo de 2024

El resurgir de las sotanas

Gracias a Dios, vivo en un entorno de gente humilde, campesinos quechuas que aman su tierra, la cuidan y la trabajan. El barro de estos días de lluvias, dichosa bendición, se infiltra en los pies, en las manos, bajo las uñas. Mi gente lleva su tierra incrustada en su piel. En este entorno duro, sobrio y esforzado, lo que menos importa son las banalidades que, en otros contextos y geografías, tanto cuidado merecen.
Y la Iglesia, aquí, es el pueblo, con su forma de vivir la fe cristiana al estilo andino. No huimos del barro en las abarcas, de los ponchos con olor a humo, del sombrero lleno de polvo. No podemos ni queremos entendernos diferentes. No podemos ni queremos destacar por lo superficial, ni por lo superfluo. Quien solo ve y valora lo externo, será incapaz de observar y apreciar la ancestral profundidad de este pueblo, de sus valores, de sus tradiciones, de sus temores y sus esperanzas, de sus luchas y sus sueños.
Cuando veo, sin embargo, otras realidades eclesiales, algunas muy cercanas y familiares, donde parece imprescindible destacar, mostrarse diferente, distinguirse del resto, me pregunto: ¿qué debería distinguirnos a quienes tenemos un ministerio eclesial y a quienes hemos optado por una vocación religiosa en una institución? Y no puedo evitar recordar las palabras de Jesús: «…todo lo hacen para que la gente los vea. Usan filacterias más anchas y flecos más largos que ningún otro; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes, sentarse en los lugares preferentes en las sinagogas, ser saludados en público y que la gente los llame “maestros”. Ustedes, en cambio, no se hagan llamar “maestro”» (Mt.25). Evidentemente, no creo que sea por las ropas que tengamos que distinguirnos de las demás personas. Esas distinciones externas, exageradamente visibles solo sirven para separarnos, para llamar la atención para “ser vistos” y nada más. Quizás a algunas personas les haga pensar en lo meritorio de las opciones de quien viste así. Otras, en cambio, sentirán un profundo rechazo a lo que esos ropajes representan. En cualquier caso, no hemos tomado nuestras opciones para que los demás las aplaudan, ni tiene sentido provocar rechazo en quienes, seguramente, han vivido una experiencia negativa con la Iglesia. La imagen no es importante, pero sí es determinante cuando nos empeñamos en diferenciarnos a primera vista.
Si queremos llamar la atención, ser diferentes e, incluso, ir contracorriente, que sea por actitudes y opciones realmente significativas, que sirvan para cambiar la realidad y que hagan la diferencia en este mundo de indiferentes. Llamemos la atención por nuestra sencillez, por nuestra apertura y comprensión hacia todas las personas, por nuestra cercanía con los más humildes, con los rechazados y excluidos. Que se nos conozca por la palabra verdadera, misericordiosa y acogedora. Distingámonos por nuestra irreductible promoción de la justicia y la paz, por la defensa de las víctimas de este sistema caníbal, por la sensibilidad ante toda miseria humana.
En esta tierra curtida por el sol, el viento y el frío, elevo una oración al Dios de la vida para que nos ayude a entender la profundidad de nuestra propia vida, del amor y de la felicidad, que, estoy seguro, no pasan por la distinción o la segregación, sino por la comunión fraterna con este pueblo que, como nosotros, también busca los caminos del Reino.

miércoles, 27 de diciembre de 2023

Seguimos sacrificando inocentes

Nos cuenta el Evangelio de Mateo en el segundo capítulo, versículo 16: “Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven»”.
El día 28 de diciembre, la Iglesia celebra la fiesta de los Santos Inocentes, recordando a estos niños asesinados por orden de Herodes. Evidentemente, no se trata de un hecho histórico, sino de uno de los muchos textos de Mateo sobre el “cumplimiento” de las promesas en la persona de Jesús de Nazaret. En este caso, se trata de las palabras del profeta Jeremías (31,15) que se hacen realidad en la primera persecución del Jesús recién nacido.
Más allá del acontecimiento puntual, el texto de Mateo nos recuerda una constante en la historia humana: los poderosos siempre han alcanzado, sustentado o perpetuado su poder (con los privilegios que conlleva) con la sangre de los inocentes, de los más débiles y desprotegidos. No se trata de solo de los malditos y deplorables “daños colaterales” de todo conflicto armado, los cuales podríamos, vergonzosamente, justificar desde el bien mayor que se pretende alcanzar, como siempre se ha hecho. Hablo del precio directo que las mayorías más indefensas de los pueblos y sociedades han tenido que pagar para que otros, normalmente minorías privilegiadas, puedan establecerse o eternizarse en la cima del poder, del bienestar y de la dominación.
Personas extranjeras, esclavas, siervas, campesinas, indígenas, obreras, migrantes y, especialmente, mujeres y niños han sustentado el desarrollo económico, militar, cultural y tecnológico de imperios y estados, disfrutado solamente por unas élites privilegiadas. El sacrificio de estas mayorías “descartables” fue siempre el precio a pagar para el provecho de unos pocos.
En estos últimos meses, el mundo asiste perplejo a un caso histórico más de este sacrificio de los inocentes. Me refiero al genocidio que se está cometiendo en Gaza. El estado de Israel viene sacrificando al pueblo palestino desde hace cuarenta años, expulsándolos de sus tierras para ampliar sus fronteras. Por mucho que los medios de comunicación hegemónicos y sus patrones políticos insistan en calificarlo de reacción justa y respuesta al terrorismo, la muerte de más de 20000 personas, siendo la mayoría mujeres y niños, en bombardeos masivos de áreas urbanas, campos de refugiados e, incluso, hospitales no puede justificarse ni aceptarse. Y no olvidemos que el conflicto no está localizado en Gaza, sino que también en Cisjordania la población civil palestina sigue siendo acosada, expulsada de sus casas, detenida sin motivo o, simplemente, asesinada por las fuerzas del orden de Israel y por colonos israelitas. En este caso concreto, el bienestar de un estado y su población judía (porque sus leyes son solamente para la población de origen judío) necesitan del sacrificio de otro pueblo más débil, pobre, excluido, perseguido y criminalizado.
Con una casualidad macabra, Raquel vuelve a llorar en Ramá por sus hijos que ya no viven. Pero no es solo Palestina. El grito de los inocentes sacrificados sigue escuchándose en Yemen, Ucrania, Afganistán, Haití, Somalia, RD del Congo, Libia, Sahara, Amazonia y tantos otros lugares donde niños, niñas, jóvenes, mujeres, hombres… son víctimas de la ambición de poder y riqueza de unos pocos países y de unas pocas familias en cada uno de ellos.
El niño Jesús, recién nacido en la pobreza y exclusión, tiene que huir para salvarse de la amenaza del tirano. La mayoría de los recién nacidos del mundo, pobres y excluidos, no tienen a dónde huir. No dejemos que los Santos Inocentes de ayer y de hoy sigan siendo olvidados. Que su memoria y su dolor alimenten nuestros sentimientos de solidaridad y compasión, despertando nuestra conciencia inconformista y animando nuestro compromiso rebelde, para que “naide escupa sangre, pa’ que otro viva mejor”.

martes, 5 de diciembre de 2023

Las ausencias (León Gieco)

Mientras el transporte público me lleva a mi trabajo, entre apretones de los pasajeros, huecos de la carretera, frenazos y bocinas, escucho una canción que, a pesar de ser conocida, toca profundamente mi corazón. Se trata del tema “Las ausencias”, del disco “El hombrecito del mar” de León Gieco, un viejo roquero como yo, que desde la vecina Argentina ha ido acompañando siempre mi vida, con algunas de esas letras que se gravan en el alma de quien sabe escuchar.
Las ausencias son más que primaveras, siempre ofrecen flores eternas, el amor, lenguaje de la vida, lejanía infinita
Nunca fui una persona nostálgica, el pasado, para mí, siempre fue una reserva de combustible para continuar el camino. Nunca me aferré a personas, afectos, lugares… no por insensible, sino porque llevo conmigo todo ese equipaje afectivo, no lo dejo atrás, sino que pasa a formar parte de mi historia y de mi memoria, sin abandonarme nunca. Por eso no me aferro al pasado, sino que lo cargo conmigo. Sin embargo, hay momentos, tal vez etapas en la vida, en que uno siente todo lo que fue dejando por el camino.
Las ausencias aparecen de la nada, en cualquier momento del día, como un refugio de los sueños, victoriosos, perpetuos
A pesar de lo incómodo del viaje, esta canción fue descubriendo en mi memoria imágenes, nombres, lugares, experiencias, sonrisas y llantos, encuentros y despedidas. He vivido una historia apasionante, llena de abrazos y sonrisas, de afectos temporales con sabor a eternidad, de confidencias y sueños compartidos, de luchas y esperanzas. También hay muchos fracasos, evidentemente, mucha gente a la que no entregué todo lo que pude, muchas palabras y gestos que debía haber reprimido, muchas decisiones mal tomadas y mucho daño producido.
Las ausencias que uno no quiso que fueran cumplen años y no envejecen…
Las ausencias comienzan con dolor, luego el llanto se va mitigando, te hace fuerte, te va elevando sobre huellas de salvación
Sin embargo, hoy me siento agradecido, por estas ausencias que me invaden. Este año perdí a mi madre, en realidad, he perdido a muchas madres y padres, hermanos y hermanas que la vida me fue regalando. Casi siempre desde la distancia, he tenido que despedir personas entrañables en diferentes lugares, en mi tierra natal y en diversas tierras de esta Latinoamérica que me nutre. No sé si habré dejado o no huella en muchos o en pocos corazones, no sé si habré servido para sembrar un poco de esperanza en la vida de alguien, o si habré conseguido sostener a alguien en medio de sus angustias y miedos. Lo que sí sé, es que la vida me ofreció siempre personas y situaciones que me ayudaron a crecer, a ser mejor, a romper con mis muros internos, a descubrir horizontes nuevos. Una de las palabras más bonitas del portugués es, precisamente, “saudade”, un recuerdo que duele por la ausencia pero que se rememora con agradecimiento.
Siempre presentes como el aire al respirar
Es la gran paradoja de los ausentes. No importa el tiempo que pasó desde que nos dejaron, siempre están presentes, forman parte de nuestra vida, como referencia constante, como guía incansable, como abrazo eterno, como mirada compasiva que siempre nos acompaña.
Recomiendo tomarse un tiempo y, en un lugar silencioso y tranquilo, escuchar esta canción y dejar que la memoria se desate. Solo ella, la memoria, sabe de la capacidad que tiene para lanzarnos al futuro. No es su intención aferrarnos a lo perdido, sino confirmarnos la presencia de los ausentes a nuestro lado, en nuestro interior, como el aire al respirar.

jueves, 23 de noviembre de 2023

Sembrar en tierra reseca

Cada vez son más agudas las sequías. Los ciclos se alteraron completamente y las lluvias son cada vez más escasas. El sol se exhibe orgulloso en su celeste palco, arrasando con todo lo que intente erguirse en medio de este baldío suelo.
Es igual el género del fenómeno que nos afecte cada año: con la Niña, llueve muy poco; con el Niño, no llueve nada. Todas las explicaciones científicas de ambos fenómenos se estrellan en la implacable realidad de la sequía.
El año pasado llovió pronto, animando a nuestra gente a sembrar con premura. Las siguientes semanas fueron un verdadero castigo para los apurados. Los brotes se quemaron con el sol inclemente y, con ellos, la esperanza de quienes sembraron primero. Finalmente, la lluvia llegó, tarde y escasa. Solo el trigo, que se conforma con poco, produjo una cosecha decente. Un año duro, sin productos que vender y, por lo tanto, sin dinero para adquirir el resto de alimentos y bienes necesarios.
Este año, al menos, no hubo frustración. Se acerca diciembre y las lluvias ni aparecen. Cada día son más frecuentes las tormentas secas, mucha nube, mucho viento, mucho rayo, muchos truenos y cuatro gotas que ni mojan el suelo. Un calor exagerado y extraño nos acosa desde hace algunos meses. Casi nadie ha podido preparar la tierra, extremadamente dura por la sequía. Las semillas aguardan, los toros y sus yuntas descansan, la esperanza se apaga. Es duro escuchar a la gente cuya vida y bienestar dependen por completo de la tierra, del agua, del sol.
Mientras tanto, en latitudes cercanas, el fuego arrasa los bosques, campos y selvas. A las inclemencias de la naturaleza, se suma la inconsciencia de la gente, los intereses económicos de los grandes productores, el desprecio a la naturaleza y a quienes la han habitado por siglos, en una relación de perfecta armonía y reciprocidad. La ambición moderna no entiende de respeto, de equilibrio o de cuidado.
Nos ahoga el sol, la tierra venteada y el humo viajero. Nos acosa el temor de no tener productos, ni rentas, ni futuro. Nos envuelve el miedo por lo que pueda pasar con nuestro pueblo, con una migración creciente y una desertificación constante.
Y a pesar de todo, superando los obstáculos del cielo y de la tierra, haciendo oídos sordos a malos augurios y mensajes derrotistas, enfrentando a quienes solo esparcen violencia y ofensa, seguiremos sembrando en esta tierra reseca.
Sembraremos esperanza, porque sin ella, se acabarían las sonrisas y se extinguirían los esfuerzos.
Sembraremos fraternidad, porque en esta aventura de la vida nos necesitamos todos, especialmente cuando más complicado es el camino.
Sembraremos dignidad, para que nadie vuelva a ser despreciado, para que todos nos reconozcamos como hermanos.
Y, educando, sembraremos un futuro mejor, para toda la humanidad, para todos los pueblos, para todas las generaciones. Aunque la tierra esté reseca, aunque la lluvia se empeñe en retrasarse, aunque el mundo se siga incendiando y la humanidad masacrando, nosotros seguiremos sembrando.

martes, 27 de junio de 2023

Rebelión indígena

Proyecto Rebelión (Walter Solón)
La invasión de América, y su posterior colonización, estuvo marcada por una salvaje dinámica de dominio militar, saqueo, bautismo forzoso, esclavitud y muerte. Considero inútil intentar destacar los elementos positivos de ese proceso porque, aunque los hubiera y fueran abundantes, solo serviría para encubrir una historia sangrienta, cruel y vergonzosa. Esta historia de dominación y exterminio, irrumpió de forma fulminante en los archipiélagos caribeños y, posteriormente, en el continente, arrasando por igual a pueblos pequeños y pacíficos, como a los grandes y poderosos imperios. Afirmar que los europeos, en realidad, sirvieron para liberar a pueblos oprimidos por otros más poderosos, pacificando una tierra bañada en sangre por conflictos armados y por religiones sanguinarias, sería un acto de verdadero cinismo y desconocimiento histórico. La historia de Europa es una terrible crónica de guerras, invasiones, masacres, persecuciones… desde sus orígenes conocidos hasta el día de hoy, lo que pone en duda cualquier papel de pacificador que algún país europeo tuvo o pueda tener. Hay que reconocer que quienes lideraron las invasiones en América supieron aprovechar los conflictos y divisiones existentes, mostrándose expertos en el engaño y la traición, pero llamarlos de pacificadores o liberadores, es desconocer intencionadamente la que era su única motivación: riqueza, tierras y esclavos.

Al mismo tiempo que la espada y la cruz se abrían espacio en las tierras de América, y debido a su crueldad e impunidad reinante, al desprecio y el abuso atroz sobre los pueblos, culturas y personas que encontraban, provocó, desde los primeros tiempos, una reacción violenta a tanta violencia y engaños sufridos.

Comenzando por el cacique Caonabo y su esposa Anacaona, apenas dos años después de la llegada de los españoles a La Española (actual Haití y Rep. Dominicana), quien se revela contra el propio Colón y sus tropas, al ver cómo esclavizaban, violaban y asesinaban sin motivo a su pueblo.

En 1498, pocos años después, Guarocuya (Enriquillo) indígena “blanqueado” por el propio Bartolomé de Las Casas y siervo de una familia española, se levanta en armas al ver cómo son esclavizados sus hermanos.

En 1511, en la actual Puerto Rico, indios caribes y taínos, junto a esclavos traídos de África se levantan en armas por su libertad.

En 1512, la rebelión llega a la actual Cuba, cuando los indios taínos, liderados por el cacique Hatuey, conocedor de la verdadera razón de tanta violencia: "Este (con una canasta llena de oro en sus manos) es el señor de los españoles, por tenerlo nos angustian, por él nos persiguen, por él han muerto a nuestros padres y hermanos, por él nos maltratan".

En 1525, cinco años después de la noche triste y la expulsión de los españoles de Tenochtitlan, el último rey azteca, Cuauhtemoc y su capital caen ante el ejército español. La tortura acaba con él, su esposa y sus principales caciques aliados, la motivación: encontrar el tesoro, supuestamente escondido, de los aztecas.

En 1535, Rumiñahui (hermano del Inca Atahualpa), se enfrenta al ejército de Pizarro, Alvarado y Benalcázar, con la convicción de que es mejor morir luchando antes que ser esclavizado.

Desde 1553, Caupolicán y Lautaro lideran a los mapuches, derrotando una y otra vez a los españoles, sedientos de oro y esclavos.

En 1560, Guaicaipuro lidera a los caracas y a los teques frente a la invasión española del valle de Caracas, convirtiéndose por siete años en una pesadilla para los españoles. Posteriormente, siguiendo su ejemplo, el cacique Yaracuy iniciará una guerrilla que durará más de veinte años contra los españoles.

En 1578, en la amazonía, Jumandi se levantó contra el invasor, iniciando casi un siglo de levantamientos indígenas en el Ecuador.

En 1580, esclavos fugitivos del nordeste brasileño fundan el mayor Quilombo de Brasil, Palmares, un espacio de libertad y dignidad en medio del terror de la esclavitud portuguesa. En 1695, el gran líder del quilombo, Zumbí es traicionado y decapitado, pocos años después Palmares será destruido.

En 1756, al sur de Brasil, es asesinado el cacique Sepé Tiarajú junto a 2500 guaraníes de las Misiones, después de más de cien años de las misiones jesuitas, en las que los pueblos guaraníes aceptan la evangelización de forma pacífica y son respetados en sus culturas, tradiciones y modos de vida. Cuando españoles y portugueses deciden repartirse y delimitar esas tierras, Sepé Tiarajú se levanta, liderando a veinte pueblos de las Misiones y, junto con ellos, será ejecutado.

En 1758, muere en la hoguera el gran mandinga Makanda, quien lidera una revuelta de esclavos en la actual Haití. Sobre él se forjará una leyenda que llevará a la revolución de los esclavos de 1791, culminando en la creación de la primera república negra libre del mundo.

En 1761, Jacinto Canek, maya del Yucatán, educado con los franciscanos y expulsado del convento por el atrevimiento de pedir ser ordenado sacerdote, lidera una revuelta contra la esclavitud de sus hermanos; antes de ser capturado y ejecutado, exhorta a su gente: "Ahora existimos. Con esta lucha y en este dolor hemos dado vida al espíritu de nuestro pueblo".

En 1780, el joven José Gabriel Condorcanqui, descendiente del último Inca de Vilcabamba, liderando una rebelión de quechuas y aymaras, hace su primera proclama: "Yo, José Gabriel, desde hoy Tupac Amaru, hago saber a los criollos moradores de picchus y sus inmediaciones que viendo el yugo fuerte que nos oprime con tanto pecho, y la tiranía de los que corren con este cargo, sin tener consideración de nuestras desdichas y exasperando de ellas y de su impiedad, he determinado sacudir el yugo insoportable y contener el mal gobierno que experimentamos". Junto a su esposa, Micaela Bastidas, llegaron a reunir más de 10.000 soldados en su ejército. En 1781 es traicionado y capturado. Ante el visitador enviado por el rey de España, exigiéndole que entregase a sus colaboradores, Tupac Amaru sentencia: “Solamente tú y yo somos culpables, tú por oprimir a mi pueblo, y yo por tratar de libertarlo de semejante tiranía. Ambos merecemos la muerte”. Después de ver morir a su esposa, es sentenciado a morir descuartizado, pero su fortaleza física se impuso a los cuatro caballos dispuestos para su ejecución. Finalmente fue decapitado y descuartizado.

Al mismo tiempo, el joven Julián Apaza (Tupac Katari) y su esposa Bartolina Sisa, lideraron a más de 12000 indígenas, mayoritariamente aymaras, cercando por dos veces la ciudad de La Paz. Finalmente, traicionado y capturado, es ejecutado junto con su esposa, siendo desmembrado por cuatro caballos. Sus últimas palabras: “Me mataréis, pero volveré y seré millones”.

Podríamos seguir listando la infinidad de líderes indígenas y afrodescendientes que, por todos los rincones de América, se fueron levantando una y otra vez contra la injusticia, la opresión, la violencia y el desprecio.

No solo en la historia remota, hasta el día de hoy, millones de indígenas continúan reivindicando sus derechos, enfrentando gobiernos autoritarios, políticas económicas extractivistas y depredadoras, leyes que no respetan sus territorios y culturas, sociedades que siguen alimentando el racismo y la discriminación. Los pueblos originarios quieren ser dueños de su destino, porque ¿qué pueblo aceptaría ser eternamente dominado o, en el mejor de los casos, tutelado? Y si se equivocan, al menos que sea construyendo su propia historia y no por obedecer a estados, clases o personas que se creen superiores.

Por todos los países de nuestra Latinoamérica sigue escuchándose el grito de pueblos originarios excluidos, obligados a vivir como extranjeros en su propia tierra, despreciados por su identidad y tradición, considerados incapaces para decidir por su presente y futuro. Y de todos esos pueblos seguimos aprendiendo que sin lucha no hay dignidad, que sin sacrificio no habrá un mañana mejor. Como nos cantaba Atahualpa Yupanki: “Hay un asunto en la tierra más importante que Dios y es que naide escupa sangre, pa’ que otro viva mejor”.

La plurinacionalidad que intentamos construir en Bolivia no es simplemente un concepto ideológico, es la convicción de que en esta tierra cabemos todos, porque todos pertenecemos a la tierra y nadie es dueño de otro.

miércoles, 3 de mayo de 2023

La acción política del “perro del hortelano”

Rosmery Mamani V. “Ojos eternos, claridades”. 2014.
Cada vez es más frecuente encontrar situaciones en las que vemos reflejado el espíritu de la tradicional fábula “el perro del hortelano”. Vivimos tiempos en que la envidia, el egoísmo y la insensatez se van apoderando del corazón de personas, grupos y organizaciones.

Podemos observar esta absurda estrategia en el quehacer de ciertos grupos sociales y políticos de Bolivia, aunque no es un caso aislado ni nuevo en nuestra América Latina. Los partidos políticos de oposición y sus grupos afines (sociales, económicos y, especialmente, sus medios de información) no han dudado, una y otra vez, en llevar el país al extremo del colapso, con una táctica que puede parecer suicida y que solo se entiende desde la mentalidad de quien “ni come ni deja comer”. La bandera de estos grupos no es otra que “si no gano yo, que pierda todo el mundo”. Lo intentaron con un golpe de estado, aludiendo a un supuesto fraude electoral que jamás fue comprobado (es más, ni siquiera fue investigado en su año de gobierno), iniciando un camino de vulneración de los derechos humanos, persecución política y racial, masacres. Al golpe se sumó la pandemia, que sirvió de excusa para congelar las reacciones populares y profundizar en el saqueo de los recursos del estado. Con la elección de un nuevo gobierno, tras una incuestionable victoria por mayoría, la oposición emprendió una nueva lucha no contra el nuevo gobierno, sino contra el estado mismo. Ante la evidente, e internacionalmente reconocida, recuperación económica del país, se inició una campaña de paros y bloqueos, promovidas por comités cívicos de algunas regiones. Estas organizaciones no son representativas de la población, sino de los grupos que las conforman. Sin embargo, paralizaron el país para exigir diversas propuestas: la eliminación de algunas leyes, como la ley contra enriquecimiento ilícito. Es cuanto menos curioso que estos comités, formados en su mayoría por familias de clase alta y sectores económicos privados, emprendiese semejante campaña de desinformación contra una ley que solo buscaba evitar el enriquecimiento ilícito por tráfico de drogas, armas, personas o cualquier otro delito. Se bloqueó por más de un mes la ciudad de Santa Cruz, motor financiero del país, contra el censo de población. Finalmente, tras el desastre económico para muchas familias y pequeños negocios cruceños, mientras los grandes negocios seguían funcionando con normalidad, tras la quema de un poblado indígena y de la sede de la federación campesina, tras varios decesos en acciones violentas de los bloqueadores y tras semanas de secuestro de la ciudad, los movilizados aceptaron la propuesta del gobierno, exactamente la misma que se les hizo antes e iniciar el paro. Y cuando parecía que todo volvía a la normalidad, de nuevo se activa la estrategia “o gano yo o perdemos todos”.

Siendo Bolivia el país económicamente más estable de la región, con una inflación mínima y controlada, un tipo de cambio fijo, una moneda estable, un crecimiento económico constante, y mayor que muchos países del mal llamado “primer mundo”, comenzó una campaña mediática orientada a la generación de zozobra y miedo social. Como en una acción orquestada, los principales medios de comunicación privados comenzaron a lanzar mensajes de que comenzaba una recesión económica, que se habían acabado los recursos del estado, que habría una devaluación de la moneda, que ya se estaban pidiendo préstamos a entidades internacionales, que se habían vaciado las reservas internacionales… Una ola de incertidumbre se fue extendiendo por la sociedad, iniciando una fiebre irracional por la adquisición de dólares. Y, aunque los índices económicos continúan demostrando lo contrario, la población sigue buscando divisas extranjeras como si en ello le fuera la vida, hasta bloquear las transacciones internacionales por falta de divisas. Están quebrando el estado, no al gobierno, por tanto, nos están llevando a todos al desastre económico. Después de una recuperación récord de la economía en poco más de un año, los intereses partidistas, clasistas y raciales de las élites bolivianas (en muchos casos de ascendencia extranjera y criollas) pueden devolvernos al infierno de la crisis.

“Si no me beneficio yo, que se perjudique todo el mundo” parece regir la lógica de algunos grupos y personas. Podríamos pensar que un planteamiento tan absurdo solo puede ser de una minoría, pero desgraciadamente no es así.

Hay una escena en la película Django Unchained, escrita y dirigida por Quentin Tarantino en 2012 (traducida como Django desencadenado o Django sin cadenas) que me parece paradigmática para entender este asunto. Cuando el Dr. Schultz y Django (ex esclavo liberado que viene montado a caballo) llegan a la casona del Sr. Candie, su esclavo y mayordomo Stephen exclama ante su amo con evidente enojo:

­­— ¡Mire amo, ese negro tiene un caballo!
— Y ¿tú quieres un caballo, Stephen?
— ¿Y para qué quiero yo un caballo? Yo lo que quiero es que él no lo tenga.

La envidia, el individualismo llevado al extremo, la búsqueda ciega y al precio que sea de lo que me beneficia y conviene, nos están destrozando como sociedad, como país, como pueblos. No importa mentir, desinformar, generar inestabilidad o, incluso, violencia, con tal de conseguir mis metas, mis objetivos.

Es hora de recuperar el espíritu de reciprocidad y vida comunitaria de nuestros pueblos originarios, abandonando definitivamente estos caminos de individualismo maquiavélico, robustecidos por una sociedad de consumo en la que los demás, especialmente los de “abajo”, son una amenaza a mi comodidad conquistada.

jueves, 14 de octubre de 2021

La maldición criolla

Durante la colonia española, se fue desarrollando una clase social denominada “criolla”, descendientes de las familias españolas que aquí habitaron llegando directamente desde la península. Se trataba de un nuevo sector social, en medio de la diversidad existente (indígenas, africanos, afrodescendientes, mestizos, mulatos, zambos…). Los criollos heredaron los privilegios, las riquezas y las propiedades de sus antecesores, pero con una notable diferencia, ya no ocupaban el lugar social de ellos. Nacidos en estas tierras latinoamericanas, ya no eran reconocidos como españoles, aunque fuesen hijos, nietos o bisnietos de quienes sí lo eran. Dentro de la jerarquía social, los criollos estaban por debajo de los españoles de origen (funcionarios reales y gubernamentales, militares, clero alto…). Sin embargo, poseían apellidos de origen español, así como la tez clara que los diferenciaba y alejaba (social y psicológicamente) del resto de latinoamericanos, fruto de las diversas mezclas (normalmente por causa de las constantes violaciones por parte de señores, patrones y capataces a las mujeres siervas y esclavas, de origen indígena y africano mayoritariamente).

Los criollos encabezaron las revueltas independentistas en el siglo XIX, identificados con el proyecto de independencia del joven Estados Unidos de América y las proclamas de la ilustración europea. Pese a los discursos libertarios y humanistas de los principales y heroicos líderes, lo que predominó en las filas del independentismo americano fue el deseo de las principales familias criollas de reemplazar a la clase española y ocupar el poder que monopolizaba. Los criollos, en general, no creían mucho en la libertad del ser humano (nunca hubo un serio cuestionamiento de la esclavitud), ni en la igualdad (no se pretendía establecer un nuevo orden social, sino substituir a quien ocupaba la cima del mismo), ni en la fraternidad (la nueva sociedad estamental americana les garantizaba ahora un lugar predominante, controlando los órganos de gobierno, asegurando sus rentas y posesiones, ampliando el sistema de patronazgo y bendiciendo sus privilegios).

No es extraño que los líderes populares e indígenas de la independencia fueran, de forma generalizada, excluidos, denigrados o, incluso, asesinados. Los nuevos gobiernos se convirtieron en verdaderos campos de batalla donde las familias criollas se descuartizaban con trampas y conspiraciones. Todos los levantamientos indígenas contra la colonia española fueron deliberadamente ignorados, mientras se ensalzaban y endiosaban a los “héroes de la independencia” criollos. Tampoco es extraño que los nuevos gobiernos republicanos contemplasen los territorios indígenas como tierras de conquista, evidentemente sin reconocer a estos pueblos como verdaderos ciudadanos. 

Diversos teóricos de psicología social latinoamericana han desarrollado la idea de que el criollo es un fenómeno de complejo de Edipo invertido. Siendo latinoamericano, el criollo rechaza a su madre (identificada con esta tierra, con la raza indígena, originaria y, por tanto, esclava, según los moldes de su tiempo) y se identifica completamente con el padre español, europeo, blanco, poseedor de tierras y de recursos, dueño de bienes y de gentes. 

En los tiempos actuales, nuestros países latinoamericanos viven las consecuencias de lo que he denominado “la maldición criolla”. Las élites económicas y culturales siguen mirando a Europa y EEUU para inspirarse, para identificarse y para diseñar sus vidas. El pueblo, las masas populares de trabajadores y campesinos, son desconocidas y extrañas para estas élites. Desde un nuevo modelo de patronazgo, las clases populares existen para ser “usadas” cuando les convenga (especialmente en tiempos de elecciones o para que les diviertan con sus fiestas y folclore). Estas élites criollas, que hace ya mucho tiempo que perdieron la “pureza” de su raza (al principio española o portuguesa, posteriormente inglesa, italiana, alemana, croata…), viven la ilusión de ser queridos por sus padres europeos, para lo cual tienen que seguir rechazando todo lo que les recuerde a su madre indígena o africana. Nuestros países latinoamericanos se desarrollarán, según su pensamiento y accionar, cuando cortemos definitivamente las venas que nos mantienen amarrados a la madre originaria. Por eso hay que pasar página a sus valores y filosofía de vida, a sus cosmovisiones y religiosidades, implantando aquí lo que su padre europeo le enseñó: que la tierra está para saquearla en nombre del progreso económico y tecnológico (aunque solo una minoría lo disfrute); que los pueblos originarios y campesinos deberían simplemente dejar gobernar a quienes “saben” (no es casualidad que F. Camacho propusiera un “gobierno de notables” tras el golpe de estado en Bolivia en 2019), renunciando a ilusos proyectos de justicia social y de igualdad; que el estado debe garantizar la ley del esfuerzo personal (que normalmente no es más que un “quien puede, puede”) y no interferir con políticas de reparto de riquezas, de nacionalización de recursos o de resguardo de tierras indígenas.

El paradigma “criollo”, que en realidad identifica solo a unas pocas familias en cada país, se ha extendido actualmente, como modelo de identificación, en el nuevo prototipo de felicidad social propuesto por la sociedad del bienestar: la clase media.

La clase media latinoamericana está formada, fundamentalmente, por descendientes de campesinos, obreros, mineros… la mayoría con ascendencia indígena, más o menos reciente, que emigraron a las ciudades durante el siglo XX, habitando los cinturones de pobreza en la época de expansión urbana. Con el paso del tiempo, sus hijos y nietos pudieron estudiar, accediendo a mejores trabajos y mayores salarios, pudiendo mejorar sus viviendas o directamente accediendo a nuevas propiedades en zonas más residenciales. Con las políticas sociales y el desarrollo económico vivido en algunos países, como en Bolivia en estos últimos 20 años, este sector social, que ya posee un nivel adquisitivo y de consumo considerable, ha dejado de mirar al campo, donde se encuentra su origen. En general, han olvidado las penurias de sus abuelos y padres, el rechazo que vivieron por ser indígenas, campesinos, mineros… es decir, por ser pobres. Ahora su modelo de identificación y el objetivo de sus proyecciones de vida es la clase alta, las familias criollas que por siglos han tenido toda clase de posibilidades y de privilegios, compartiendo sus ideales y sus propuestas políticas, desdeñando de todo cuanto pueda sonar a popular y originario.

La clase media, por concepto, es individualista, puesto que nace del ideal neoliberal del “esfuerzo personal”, en el cual nunca se consideran las posibilidades reales para dicho esfuerzo. La clase media alimenta y sostiene la sociedad de consumo, la competitividad social, el bienestar individual. A la clase media solo le preocupa lo que pueda poner en riesgo su seguridad y su bienestar. La clase media debe mirar siempre hacia arriba, nunca hacia abajo, donde se encuentran aquellos que podrían amenazar su estabilidad económica. 

Estas clases medias, carcomidas por su propia autosuficiencia, engordan las filas políticas de la derecha tradicional y neoliberal, rechazando cualquier propuesta de tipo social que promueva la justicia social y la atención especial a quienes menos posibilidades tienen. El darwinismo social que promueve la derecha tiene en la clase media el ejemplo más evidente de que “quien quiere, puede”, ocultando que siempre hay un precio, el de quienes no pueden, ni queriendo.

"La maldición criolla", que tanto daño ha hecho a un desarrollo social, cultural y económico equilibrado y justo en nuestra Latinoamérica, ahora tiene su más fiel aliado en grandes sectores de la clase media, quienes, desarraigados, vitorean y repiten eslóganes de evidente tono racista, clasista y discriminador. Los hechos recientes en Bolivia son un claro ejemplo: la clase media y la élite criolla siguen trabajando en la creación de la “otra Bolivia”, en palabras del Mallku Felipe Quispe, de espaldas a la Bolivia originaria, campesina, minera, obrera.

Felizmente, tanto desde familias criollas como desde la clase media, han surgido y siguen surgiendo hombre y mujeres que, después de mirar hacia "abajo", descubren que lo importante no es la satisfacción personal, sino el destino de toda la humanidad, optando por una vida solidaria con las causas de los excluidos.

Evidentemente, mi opinión puede y debe ser discutida, no se trata de un análisis exhaustivo, ni desde el punto de vista histórico, ni desde el sociológico. Son más de 25 años de vida por diversos países de Latinoamérica los que han provocado estas reflexiones, alimentadas por los hechos vividos en Bolivia en estos últimos años. 

En definitiva, el problema no es la diversidad de pueblos, razas, culturas, clases sociales, sino la exclusión racista y clasista de unos sobre otros. Y las exclusiones siempre generan violencia. Solo la integración, el respeto a la diversidad, el desarrollo de la justicia social, la defensa de los más débiles y la solidaridad podrán hacer que nuestros pueblos caminen por un verdadero desarrollo integral y por caminos de paz. 

miércoles, 25 de marzo de 2020

Amanecerá

Estamos un poco cansados ya de leer cosas sobre la cruel pandemia que nos azota, sin embargo, las cifras de muertes en los diversos países por donde se va extendiendo nos recuerda que el dolor y la muerte son reales, que la humanidad es mucho más frágil de lo que se cree y que, en general, estamos malgastando esta única y fugaz vida que tenemos.

Poco a poco, países del mundo entero van tomando medidas para contener al virus y evitar tragedias mayores. Algunos dicen que esta pandemia nos está igualando a todos. No creo que sea cierto. La mayor parte de los portadores iniciales del virus en cada país son viajeros, turistas. Sin embargo, la mayor parte de las víctimas mortales son personas de edad avanzada que apenas salían de sus casas para el paseo diario. No quiero imaginar qué pasará aquí, en mi Bolivia, si el virus llega a extenderse de forma generalizada. Ya estamos en plena cuarentena y las puertas del infierno se van abriendo lentamente. ¿Cuántas familias tienen posibilidad de vivir encerradas en sus casas por largo tiempo? La mayoría vive del día a día, ajustadas al jornal en su significado exacto. ¿Cuántas personas tienen acceso ilimitado a agua, energía, productos de higiene, etc.? ¿Qué ocurrirá con nuestros pueblos campesinos y originarios? Nada ni nadie, ni siquiera la brutalidad policial y militar que estamos viendo en estos tiempos, podrá encerrar al pueblo de la tierra, a quien depende del esfuerzo diario para preparar una cosecha trabajosa, austera, sufrida. Nuestra gente campesina vive de los frutos de la tierra, no tiene otros ingresos ni otro sustento. Y la vida campesina tiene sus costos, reflejados en precariedad, alimentación sana pero limitada, enfermedades crónicas propias del campo (al menos aquí, el Chagas sigue presente, problemas respiratorios por el humo respirado desde el nacimiento, la anemia crónica, tuberculosis…). No es un panorama muy esperanzador para enfrentar lo que se nos viene.

La misma preocupación podemos dirigirla hacia quienes viven en la calle, pienso en tantos “moradores de rúa” de Brasil y de otros tantos países, cuya casa será clausurada, condenados una vez más al olvido, expuestos a todos los riesgos y a ninguna atención. Lo mismo con las familias de las periferias urbanas de nuestra Latinoamérica, de las poblaciones chilenas, los cerros y barrios venezolanos, las favelas brasileñas, nuestros “sures” aglomerados y marginados. Si el virus llega, y no tardará, ¿qué será lo que nos espera?

Al mismo tiempo, por si fuera poco, a la peligrosidad de la pandemia se añade la actuación de nuestros gobernantes. Es triste, muy triste, ver cómo las preocupaciones políticas y económicas pesan más que las humanas y sociales. En algunos casos, ven la situación como una lamentable oportunidad que se debe aprovechar. Pienso en elecciones y plebiscitos que ya fueron retrasados o, simplemente, cancelados hasta nuevo aviso. Momentos esperados por el pueblo humilde para dar un basta y empezar una nueva historia, o para devolver la legitimidad a un gobierno que fue usurpado bajo el disfraz de la libertad y la democracia. En otras latitudes pareciese, centrar pelea en encontrar un culpable de lo que tenemos, aunque el presente sea un simple resultado del pasado. Y ya en el peor escenario imaginado, pero real, están los que no se importan con sacrificar unos cuantos “miles”, mientras la economía salga adelante y los grandes negocios no se vean afectados.

También en estas épocas es cuando aparecen los mejores y los peores gestos. Las personas y colectivos que, sin dudar y sin anteponer su seguridad personal, literalmente “se la juegan” ayudando, atendiendo, trabajando hasta la extenuación, peleando por cada vida, por cada aliento. Por el otro lado aparecen los que se ríen de la situación, los que no se importan con nada ni con nadie, los que viven una vida de auténtica pecera, encerrados en sí mismos, en sus deseos y necesidades más hedonistas. Y están también, cerca de estos últimos, los que negocian con el sufrimiento, los que esconden atrás de pequeños gestos de solidaridad, verdaderas masacres laborales, los que aguardan como carroñeros a que termine la batalla para buscar su propio provecho.

Y, por último (porque quería ser breve), estas tragedias revelan también algunos innegociables para el tiempo siguiente. En primer lugar, que la salud no es ni puede transformarse en un negocio y que le corresponde al Estado garantizar este derecho de manera universal y gratuita. En segundo lugar, que cuanto más se privatiza un estado, más excluyente e injusta se vuelve su sociedad y, antes o después, el pueblo “desechado” explota. En tercer lugar, que la salud y la educación son básicas y fundamentales para garantizar una vida digna para todas las personas y para todos los tiempos, y un Estado que no lo priorice a la hora de distribuir sus recursos, estará "serruchándose" las propias patas. Y finalmente, que nuestra casa común no soporta más tanta depredación. Es triste, pero el virus que nos está matando es el virus que nos está salvando, devolviendo a nuestro planeta aires limpios de contaminación, ríos y mares transparentes, animales recuperando hábitats robados por los humanos.

Sin ánimo de sentenciar, quiero terminar mi reflexión con una proclama que es sueño y clamor al mismo tiempo:

Por un desarrollo tecnológico y económico con un efectivo destino universal de dignidad. Por una economía diseñada con un fin social. Por una política que cuente y esté al servicio de los últimos. Por una educación que busque la transformación profunda del corazón humano y de las estructuras socioculturales. Por una espiritualidad que nos abra a la fraternidad universal. Ni el planeta ni sus habitantes soportamos ya tanta injusticia, tanta exclusión, tanta indiferencia ante el dolor hecho negocio, ante la muerte convertida en ganancia.

Toda noche tiene su amanecer, también esta larga noche que estamos viviendo. Y si el sol se resiste a salir, empujemos todos juntos, por los más débiles, por los más pequeños, por quienes han dado su vida por los demás y lo siguen haciendo hoy. Un nuevo amanecer vendrá, pero que sea realmente nuevo dependerá de nosotras/os.

viernes, 26 de mayo de 2017

Un día de la madre bien diferente

A lo largo del mes de mayo, en diversas fechas, se celebra en muchos países el día de la madre. Normalmente se trata de un día en el que lo comercial tiene más peso que lo afectivo y, desde luego, que lo social. El consumo, bandera de la cultura actual y criterio casi exclusivo de bienestar, ha impuesto su cruel dictadura, dictando la batuta en todas las celebraciones y fechas significativas de casi todo el mundo. La Navidad ya no existe sin el gordo barbudo con gorro rojo. Ya no importa lo que se celebra en esas fechas, si no hay regalos, no hay Navidad. La Pascua parece que encontró su sentido en el huevo de chocolate. Nadie se acuerda de que un hombre llamado Jesús de Nazaret fue asesinado por defender a los pobres y excluidos, por exigir justicia y libertad para todas las personas, por anunciar que hay un Dios bueno que nos ama y nos quiere felices. Nadie recuerda que, después de su muerte, millones han dado la vida por su causa, con la convicción de que ese mismo Jesús sigue presente en nuestra historia. Por no hablar de esas otras fechas que pareciese que hubiesen sido instauradas por el Señor Mercado, como el día la amistad, de los enamorados… y tantas otras que sólo sirven para que gastemos, comprando productos que en absoluto necesitamos, ni nosotros ni las personas que los recibirán como regalo. El día de la madre es una de esas fechas comerciales, en todas partes, aunque luego cada persona o cada familia lo celebre como quiera, dándole un mayor o menor peso a esta corriente general del consumismo. 

Si nos ponemos a buscar los orígenes de esta fecha, encontraremos sus antecedentes en los Estados Unidos, en los primeros años del siglo XX. Será en 1914 cuando se instituye definitivamente el Día de la madre, marcando el segundo domingo de mayo para dicha conmemoración. Posteriormente, esta festividad se fue extendiendo por diversos países del mundo, quienes establecieron fechas fijas o determinados domingos para dicha conmemoración, coincidiendo muchos de ellos en el mes de mayo.

También en Bolivia se celebra el día de la madre, concretamente el día 27 de mayo. Esta fecha fue instituida como Día de la madre boliviana en el año 1927 por el entonces presidente Hernando Siles Reyes, en recuerdo a las Heroínas de La Coronilla (Cochabamba, 1812). Durante la guerra de independencia, el General realista José Manuel de Goyeneche avanzó hasta las puertas de la ciudad de Cochabamba, con el objetivo de recuperar la ciudad para los realistas, después que fuera tomada por el General patriota Esteban Arze en 1811, colocando como gobernador a Mariano Antezana. Después de varias derrotas del General Arze, el ejército realista avanzó hacia Cochabamba. Arze reagrupó sus tropas en el Valle Alto de donde era oriundo, con la intención de avanzar hacia Cochabamba y defenderla del General Goyeneche. Sin embargo, el gobernados Antezana pidió a Arze que no combatiese en la capital, indicando que su intención era rendirse. Después de una acalorada discusión, el General Arze se retiró, mientras que Antezana regresó a la ciudad, donde reunió a poco más de mil hombres, ya que la mayor parte huyó ante la llegada de los realistas. En ese momento, las mujeres cochabambinas se sumaron al llamado al grito de: “si no hay hombres nosotras defenderemos”. El Gobernador dio a conocer al pueblo su deseo de pactar la rendición, provocando una reacción violenta contra él, especialmente por parte de las mujeres, obligándolo a buscar refugio en el Convento de San Francisco. El General Goyeneche avanzó hacia las puertas de la ciudad, mientras que las mujeres y los pocos hombres presentes, armados con unas pocas piezas de artillería, algunos fusiles, machetes y hondas, y liderados por Manuela Gandarillas, anciana ya ciega, se hicieron fuerte en el cerro San Sebastián (“La Coronilla”). El ejército realista entró en Cochabamba sin dificultad, saqueando todas las casas. Las mujeres que aún permanecían en sus viviendas se refugiaron en el cerro de “La Coronilla” junto a las demás. El General Goyeneche dirigió sus tropas a dicho cerro y, después de dos horas de combate, acabó con toda la resistencia. 

Unos meses después, el propio General Manuel Belgrano, al frente del Ejército del Norte, transmitió a Buenos Aires noticias de Cochabamba, con las palabras del único superviviente de la batalla, el soldado Francisco Turpín, narrando los hechos acaecidos y el heroico sacrificio de las mujeres de Cochabamba. En su relato, el General Belgrano exalta a las mujeres vallunas: “¡Gloria a las cochabambinas que se han demostrado con un entusiasmo tan digno de que pase a la memoria de las generaciones venideras!” (Jujuy, 4 de agosto de 1812).

Quien me conoce sabe que no soy precisamente amigo de ejércitos ni de guerras, sin embargo, amo la historia, porque de ella aprendemos los errores que no debemos repetir y en ella encontramos los intentos que no se deben olvidar. La historia de la independencia de América está llena de heroicidades, pero también de intereses oscuros, de luchas fratricidas entre compañeros de revolución, de negociaciones cobardes por pedazos de poder y, como siempre, del olvido y el uso criminal de los más pobres, los pueblos originarios y los esclavos venidos de África. La independencia de América fue, en la mayor parte de los casos, un combate entre las élites españolas presentes en este continente y las élites criollas, empeñadas en ser dueñas únicas de los despojos dejados por la Colonia. Y como en toda guerra, los intereses económicos y políticos fueron quienes repartieron las cartas de este macabro juego bélico.

En toda guerra, especialmente en estas tierras latinoamericanas, se hace necesario recordar al pueblo que combatía obligado, enfrentando vecinos y familiares; a los pueblos originarios, espectadores ausentes de una disputa entre extraños para arrebatarles la tierra a la que desde siempre pertenecieron; a los esclavos afro-descendientes, que fueron usados como carne de cañón a cambio de una libertad que jamás debió serle usurpada; a las mujeres que siempre fueron ignoradas, en la guerra y en la paz; a las madres, quienes después de dar vida y dar la vida por sus hijos, deben enterrarlos por culpa de quienes establecen quiénes son amigos y quiénes enemigos a eliminar.

El día de la madre en Bolivia es una fiesta bien diferente. Más allá del significado emocional y, desgraciadamente también comercial, el recuerdo de las Heroínas de La Coronilla debe llevarnos a exaltar el valor sin igual de la mujer boliviana, de la mujer universal, de la madre sacrificada y entregada. Que esta fecha y su fundamento histórico nos ayuden a convencernos, de una vez para siempre, de lo absurdo, cruel y estúpido de las guerras y los conflictos armados, donde siempre, y gane quien gane, hay un solo perdedor: la humanidad toda, representada por los más débiles, las mujeres, los niños y los pobres.

Que Dios siga dando cada día fuerzas a las madres de este mundo, que viven y se desviven por amor a sus hijos, y que nunca más tengan que llorarlos porque la violencia se los arrebató.

miércoles, 15 de febrero de 2017

Una esperanzadora despedida

Las circunstancias de la vida, en este caso me refiero a mi vida escolapia, no siempre son las deseadas. Nuevos campos de misión, nuevos desafíos, nuevas aventuras se abren a partir de ahora delante de mí, obligándome a dejar mi Anzaldo querido, esta tierra que amo y que me ha dado tanto. Ahora Santiváñez y Cochabamba serán mis nuevas referencias. 

Dejo Anzaldo con el corazón chiquito, agradecido por cuatro años de fraternal convivencia, de fiestas y alegrías, de proyectos y conquistas, de sueños compartidos, de victorias y derrotas, de aciertos y fracasos, de complicidades y conflictos. Un tiempo corto que, en el recorrido de mi vida, marca un verdadero punto de inflexión. Anzaldo es un pueblo, una gente, un paisaje, una manera de entender la vida, una puerta a una nueva dimensión apenas intuida, pero fascinante. 

Dejo Anzaldo con los deberes sin terminar. Hice lo que pude, lo que de corazón creí que era necesario en cada momento. Aquí tejimos los cimientos de la revolución educativa que tanto necesitamos. Sin embargo, al echar ahora la vista atrás, veo que la tierra y los espinos han ocultado dichos cimientos. La dispersión y agitación de mi vida en los últimos tiempos, provocaron que la rutina, la comodidad y la falta de coraje se hayan impuesto, en un proceso imparable de “entumecimiento” educativo.

Dejo Anzaldo con muchas tareas pendientes, con muchos sueños por realizar y con muchos problemas sin resolver. Por todo ello pido perdón a esta gente que me recibió con silencioso afecto. No he podido dar lo que quería, espero al menos haber podido dar lo que se necesitaba.

Dejo esta tierra con mi corazón encogido, curtido por el sol y el viento, por la chicha y la coca, por el trabajo y la fiesta, por tanta lucha sembrada y tanto fruto compartido. Me voy ahora que nuestra Pachamama nos regala la lluvia, por la que tanto pedimos, que tanta falta nos hizo en el terrible año que pasó. Dejo esta tierra verde, con el choclo altivo, la papa florida y el trigo despuntando. Dejo mi Anzaldo querido lleno de esperanza y, así, ciertamente duele menos. La alegría de los campesinos, los ojos de los niños siempre brillantes y llenos de futuro, el trabajo incesante de las mujeres en sus agotadoras jornadas, son marcas que llevo gravadas en mi memoria afectiva. 

Me voy ahora que la vida parece vencer, una vez más, al dolor y a la muerte, a la sequedad y al hambre. Me voy dejando Anzaldo lleno de esperanza. En poco tiempo la alegría de la cosecha y el tan esperado carnaval, borrarán de estas calles y de estas aulas el recuerdo, el rostro y el nombre de quien por aquí pasó. Nuevas personas sembrarán su impronta, extenderán su aliento y moldearán el paisaje a su gusto, convirtiendo mi fugaz presencia en un simple dato de quien gusta de crónicas. Así es la vida, lo tengo asumido.

Me voy de Anzaldo, sí, pero Anzaldo se viene conmigo, orgulloso de ser un Phirimaleta por adopción. Gracias por todo y disculpen lo malo.

viernes, 30 de septiembre de 2016

Entre luces y sombras

En la penumbra gobiernan los espectros. Cuando nos movemos entre luces y sombras, los reflejos parecen dominarlo todo. Por mucho que abramos los ojos, que afinemos la percepción o que agudicemos los sentidos, la realidad no deja de ser un jeroglífico para nuestra limitada comprensión. Nuestras convicciones, nuestra manía de querer explicarlo todo, nuestra obsesión por encontrar una causa, un culpable o un motivo de cuanto existe y sucede, caen por tierra frente a la ambigüedad de un mundo en semisombra, frente a este imperio del claroscuro.

Los espejos, brillantes y mentirosas proyecciones de la realidad, nos han acostumbrado a querer ver todo claro, a confiar ciegamente en la imagen que se nos muestra, olvidándonos que la realidad no tiene valor en sí misma, sino por el significado y sentido que nosotros le demos. De nada sirven los espejos, las fotografías, las impresiones superficiales de cuanto existe. La realidad, en su infinita complejidad, nos lleva irremediablemente a la profundidad de los claroscuros, de las luces y las sombras, donde todo es una cosa y su contraria, donde todo se agita en una ambigüedad dinámica, cambiante, sorprendente.

Las ideologías sucumbieron ante los monstruos surgidos del corazón humano. Los mejores ideales y proyectos terminaron, muchas veces, eclipsados por la sangre y el horror de los medios convertidos en fines y de los fines tratados como medios. La generosidad y la entrega desinteresada de algunos caminan acompañadas por motivos bastardos y egocéntricos que empañan su transparente apariencia. Incluso las vocaciones más altruistas suelen alimentar en su seno el orgullo, la soberbia o la vanidad. Las luces y las sombras nos gobiernan, asimilándonos a todo cuanto existe. Pareciese que nada en este mundo fuera puro, claro, diáfano. Hasta el amor, la más auténtica y radical decisión humana, tiene que debatirse cada día entre exigencias egoístas, deseos posesivos y expectativas narcisistas.

Entre luces y sombras se mueve nuestro mundo, el inmenso cosmos y ese otro universo aún más infinito que se aloja en nuestro corazón. Y en medio de la penumbra, donde gobiernan los espectros, los miedos, las apariencias y las impresiones subjetivas, los sentidos nos ofrecen una percepción parcial y limitada de la realidad. La existencia, el mundo y nuestra propia vida forman parte de un profundo misterio, del que sólo percibimos señales, del que intuimos sus abismos, en el que nos vamos adentrando lentamente y cuanto más creemos entender, con más claridad percibimos su desconocida inmensidad. 

Así, navegando en medio de tan espesa bruma, llevados por los vientos cambiantes de nuestra propia percepción de la realidad, intentamos mantener el rumbo de nuestro viaje, peleando con las circunstancias, luchando contra las adversidades, pretendiendo tener el único mapa cierto y una brújula más exacta que los demás, alimentados con la ilusión de conocer mejor que nadie las rutas y los puertos. Un esfuerzo sobrehumano e inútil que nos desgasta y encalla.

Tal vez las luces y las sombras de nuestra realidad nos estén queriendo llevar por otras sendas, donde la ambigüedad sea asimilada con la paz del sabio y la paciencia del artesano. Quizás los espectros estén queriendo mostrarnos que no lo sabemos todo, que nunca lo comprenderemos todo, que no vale la pena consumirse en tal empresa, mientras la vida y las relaciones se nos escapan entre los dedos. Puede que la penumbra nos asuste, pero es más real que nuestras ilusiones y más evidente que nuestras pretensiones.