Muchas veces se ha estudiado este uso de la mentira en el veloz crecimiento de la ideología nazi en la Alemania de Hitler, generando un movimiento social antisemita que terminó en el exterminio planificado y sistemático de millones de personas, no solo de origen judío. La famosa frase de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, se ha convertido en la mejor o más usada estrategia de la lucha política actual.
Las mentiras difundidas en las redes, amplificadas artificial e intencionadamente por robots, han provocado ya manifestaciones, agresiones, denuncias y procesos judiciales, linchamientos, asesinatos y guerras. Algunos medios de comunicación, cada vez más en número y en influencia, viven de esas mentiras regadas en redes y programas de mensajería. Las famosas “pruebas irrefutables de posesión de armas de destrucción masiva” por parte de Irak, que nunca se encontraron ni se pudo demostrar su existencia, fueron la excusa para una de las más sangrientas guerras en tiempos recientes, desatando una cadena de conflictos armados que, después de más de 20 años, sigue azotando los países de la región.
Recientemente, vivimos en Bolivia los efectos de las mentiras lanzadas al aire sin ningún pudor y replicadas hasta la saciedad en las redes sociales. El lamentable “fraude escandaloso” de Carlos Mesa provocó un golpe de estado, planificado mucho tiempo antes, a la espera de que una mentira prendiera la mecha. El argumento del fraude electoral se ha convertido en una bandera de la ideología conservadora o, directamente, de extrema derecha en diversos países del mundo, desde los Estados Unidos, hasta Brasil, Bolivia, España o, recientemente, Venezuela. Cuando los resultados electorales no acompañan sus expectativas, siempre queda el argumento del fraude, antes incluso de cerrar la jornada electoral. Y no sé si realmente lo hubo o no, el caso es que nunca se pudo demostrar ninguno de esos supuestos fraudes cometidos. Pero la mentira ya fue lanzada y multiplicada. Con esto, no estoy defendiendo ningún gobierno, ni dando legitimidad a ningún régimen, simplemente describo el uso de la mentira como arma de lucha política y social que, siempre, termina generando violencia y muerte. En el caso venezolano, todavía estamos a la espera de que se demuestre la existencia o no del fraude electoral. Viví diez años en Venezuela, durante la conformación del movimiento bolivariano y su primera victoria electoral, jamás lo apoyé, así que no se me puede acusar de “chavista” (argumento especialmente usado por tanto chavista arrepentido y convertido en visceral enemigo), solo describo el uso de la mentira como arma política y social.
En 2019, aguijoneados por el “fraude escandaloso”, miles de personas salieron a las calles a bloquear las principales ciudades, quemando centros electorales (donde estaba la prueba de su supuesto fraude, curioso), agrediendo personas identificadas como “oficialistas”, cercando y secuestrando a familiares de cargos públicos, marchando para enfrentarse a quienes defendían al gobierno. La primera víctima mortal fue mostrada en todos los medios de comunicación y las redes bajo el titular “hordas masistas asesinan a golpes a un activista de la oposición”, lo que provocó una mayor y más violenta movilización de personas indignadas. La autopsia de la víctima fue simplemente ignorada, hasta que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en su investigación sobre los hechos, la sacó a la luz: había sido alcanzado, en la espalda, por una bazuca artesanal, lanzada por sus propios compañeros de marcha, y abandonado después debajo de un viaducto.
Ni el “espíritu olímpico” se libra del daño que las mentiras provocan. Hemos visto cómo una atleta argelina (donde está prohibido por ley el cambio de sexo) fue acusada de ser transgénero, cuando en realidad solo tiene un problema de salud. Las redes y los medios se hicieron eco de una mentira que pudo acabar con su carrera deportiva y con su dignidad.
En estos días, varias ciudades británicas se vieron sacudidas por graves disturbios contra grupos sociales racializados, tras el asesinato de varios niños a puñaladas por un menor de edad nacido en Gales. Un medio de comunicación y las redes (especialmente la red X, cuyo actual dueño es el primero en multiplicar las mentiras provenientes de la extrema derecha con sus millones de robots) denunciaron que el autor era un inmigrante. La extrema derecha salió a la calle a quemar refugios de inmigrantes, atacar mezquitas y expulsar a cualquiera que no encaje en su modelo “blanco occidental”.
Son solo alguno de los más recientes ejemplos, porque la lista, solo en las últimas décadas, sería interminable. Mentira tras mentira, va creciendo un germen de desconfianza, de rabia, de odio, de discriminación. La mentira alimenta la violencia y termina contaminando la conciencia de la gente y de la sociedad, volviéndola cada vez más acrítica, más ignorante, y más fácilmente manipulable.
En el mes de San José de Calasanz, recuerdo su voluntad de que fuésemos “Cooperadores de la verdad”, difícil tarea en los tiempos actuales. Nadie tiene la verdad, ninguna persona ni institución. Nosotros creemos que Jesús de Nazaret es la verdad sobre el ser humano y sobre Dios, pero se trata de una verdad que hay que seguir descubriendo, experimentando e internalizando. Todos estamos en un camino de constante búsqueda de la verdad. Pero eso no significa que podamos tolerar que la mentira gobierne nuestras vidas, manipule nuestras sociedades y domine el mundo con sus intereses clasistas, racistas, egoístas y autoritarios.