Podemos observar esta absurda estrategia en el quehacer de ciertos grupos sociales y políticos de Bolivia, aunque no es un caso aislado ni nuevo en nuestra América Latina. Los partidos políticos de oposición y sus grupos afines (sociales, económicos y, especialmente, sus medios de información) no han dudado, una y otra vez, en llevar el país al extremo del colapso, con una táctica que puede parecer suicida y que solo se entiende desde la mentalidad de quien “ni come ni deja comer”. La bandera de estos grupos no es otra que “si no gano yo, que pierda todo el mundo”. Lo intentaron con un golpe de estado, aludiendo a un supuesto fraude electoral que jamás fue comprobado (es más, ni siquiera fue investigado en su año de gobierno), iniciando un camino de vulneración de los derechos humanos, persecución política y racial, masacres. Al golpe se sumó la pandemia, que sirvió de excusa para congelar las reacciones populares y profundizar en el saqueo de los recursos del estado. Con la elección de un nuevo gobierno, tras una incuestionable victoria por mayoría, la oposición emprendió una nueva lucha no contra el nuevo gobierno, sino contra el estado mismo. Ante la evidente, e internacionalmente reconocida, recuperación económica del país, se inició una campaña de paros y bloqueos, promovidas por comités cívicos de algunas regiones. Estas organizaciones no son representativas de la población, sino de los grupos que las conforman. Sin embargo, paralizaron el país para exigir diversas propuestas: la eliminación de algunas leyes, como la ley contra enriquecimiento ilícito. Es cuanto menos curioso que estos comités, formados en su mayoría por familias de clase alta y sectores económicos privados, emprendiese semejante campaña de desinformación contra una ley que solo buscaba evitar el enriquecimiento ilícito por tráfico de drogas, armas, personas o cualquier otro delito. Se bloqueó por más de un mes la ciudad de Santa Cruz, motor financiero del país, contra el censo de población. Finalmente, tras el desastre económico para muchas familias y pequeños negocios cruceños, mientras los grandes negocios seguían funcionando con normalidad, tras la quema de un poblado indígena y de la sede de la federación campesina, tras varios decesos en acciones violentas de los bloqueadores y tras semanas de secuestro de la ciudad, los movilizados aceptaron la propuesta del gobierno, exactamente la misma que se les hizo antes e iniciar el paro. Y cuando parecía que todo volvía a la normalidad, de nuevo se activa la estrategia “o gano yo o perdemos todos”.
Siendo Bolivia el país económicamente más estable de la región, con una inflación mínima y controlada, un tipo de cambio fijo, una moneda estable, un crecimiento económico constante, y mayor que muchos países del mal llamado “primer mundo”, comenzó una campaña mediática orientada a la generación de zozobra y miedo social. Como en una acción orquestada, los principales medios de comunicación privados comenzaron a lanzar mensajes de que comenzaba una recesión económica, que se habían acabado los recursos del estado, que habría una devaluación de la moneda, que ya se estaban pidiendo préstamos a entidades internacionales, que se habían vaciado las reservas internacionales… Una ola de incertidumbre se fue extendiendo por la sociedad, iniciando una fiebre irracional por la adquisición de dólares. Y, aunque los índices económicos continúan demostrando lo contrario, la población sigue buscando divisas extranjeras como si en ello le fuera la vida, hasta bloquear las transacciones internacionales por falta de divisas. Están quebrando el estado, no al gobierno, por tanto, nos están llevando a todos al desastre económico. Después de una recuperación récord de la economía en poco más de un año, los intereses partidistas, clasistas y raciales de las élites bolivianas (en muchos casos de ascendencia extranjera y criollas) pueden devolvernos al infierno de la crisis.
“Si no me beneficio yo, que se perjudique todo el mundo” parece regir la lógica de algunos grupos y personas. Podríamos pensar que un planteamiento tan absurdo solo puede ser de una minoría, pero desgraciadamente no es así.
Hay una escena en la película Django Unchained, escrita y dirigida por Quentin Tarantino en 2012 (traducida como Django desencadenado o Django sin cadenas) que me parece paradigmática para entender este asunto. Cuando el Dr. Schultz y Django (ex esclavo liberado que viene montado a caballo) llegan a la casona del Sr. Candie, su esclavo y mayordomo Stephen exclama ante su amo con evidente enojo:
— ¡Mire amo, ese negro tiene un caballo!
— Y ¿tú quieres un caballo, Stephen?
— ¿Y para qué quiero yo un caballo? Yo lo que quiero es que él no lo tenga.
La envidia, el individualismo llevado al extremo, la búsqueda ciega y al precio que sea de lo que me beneficia y conviene, nos están destrozando como sociedad, como país, como pueblos. No importa mentir, desinformar, generar inestabilidad o, incluso, violencia, con tal de conseguir mis metas, mis objetivos.
Es hora de recuperar el espíritu de reciprocidad y vida comunitaria de nuestros pueblos originarios, abandonando definitivamente estos caminos de individualismo maquiavélico, robustecidos por una sociedad de consumo en la que los demás, especialmente los de “abajo”, son una amenaza a mi comodidad conquistada.
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