En tiempos recientes, la vida sacrificada del campesino tenía un consuelo profundo y alentador, el saber que el país crecía, mejoraba y progresaba incluyendo a todos los pueblos, a todas las clases y a todos los sectores, socializando el desarrollo y el bienestar con todos, también con los eternamente excluidos por el sistema anterior.
Ahora, sin embargo, las dudas y el temor se van apoderando de nuestros corazones. El panorama político y económico ha despertado todos los fantasmas que creíamos vencidos para siempre. Quienes vieron frenada su hambre de poder y privilegios, afilan ahora sus colmillos al observar cómo se levanta la veda para retomar la depredación y el lucro. El egoísmo y la mediocridad moral de quienes arruinaron el proceso de cambio nos ha colocado, nuevamente, al borden de un indeseado abismo económico y social. Y, como siempre, en momentos de incertidumbre, los demonios más miserables emergen de su letargo, abanderando el racismo, la violencia, la política del saqueo y la impunidad jurídica para sus delitos.
A pesar del temor y ante la posibilidad real de desandar la historia, tejida y labrada con el sudor y la sangre de los más humildes, el pueblo de la tierra prepara sus terrenos para depositar la semilla de un mañana mejor para todos.
Ojalá que las próximas lluvias se lleven para siempre el miedo, haciendo germinar en esta tierra la dignidad para todas las personas y, si fuera necesario, la rebeldía para evitar que, una vez más, nos roben la historia.
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