Morocomarca (Norte de Potosí, Bolivia). |
Oculto entre milenarias montañas, cerquita del cielo y del sol que, como buen padre los protege y cuida, se encuentra un pueblo ancestral. Es el pueblo de la tierra, de los vientos y las rocas. Un pueblo que camina a contramano de la historia, conservando sus tradiciones y arrastrando sus históricos fardos. Un pueblo que sufre la seducción de un supuesto progreso que secuestra a sus hijos, condenándolos a la miseria de la periferias urbanas, a la guerra de las drogas y la delincuencia. Un pueblo que ama su tierra, pero que todavía la baña con sangre cuando la violencia se torna juez para dirimir los problemas. Un pueblo que necesita crecer en dignidad, para ser respetado por todos, para que exista respeto entre ellos.
Más allá de los cerros, atravesando ríos y barrancos, hay un pueblo que clama, un pueblo que calla, un pueblo que resiste, un pueblo que soporta. Enraizado en la tierra que los sustenta, hay un pueblo que danza al ritmo del arado, con la melodía de los vientos y la fuerza de las rocas. Un pueblo que observa impotente como la minería se come las entrañas de su madre. Sangriento sacrificio para la obtención de riquezas que nunca verán ni disfrutarán. Para ellos siempre la exclusión. Para ellos el olvido. Para ellos la tentación de una vida más fácil y cómoda. De ellos la mano de obra que enriquecerá a otros.
Más allá de las montañas, cerquita del cielo y del tata sol que los protege, hay un pueblo que todavía cree que, con educación, mañana todo podrá ser mejor.
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