Durante todo el día la tranquila atmósfera anzaldina es atravesada por los sonidos dulces, profundos y melancólicos de la zampoña. Instrumento polifacético, es la flauta ancestral de este pueblo, la flauta pedagógica de los alumnos y alumnas del colegio, la diversión de quien le gusta extraer sonidos sin necesidad de dominar los misterios de la música. Los escolares, practicando una y otra vez las notas de las melodías tradicionales enseñadas por el profesor, van llenando con sus sonidos el espacio silencioso de esta tierra.
La zampoña es lamento y jolgorio, evocación y sueño, canto y diálogo. Cada suspiro perfora la intimidad de las tímidas cañas, provocando en lo más hondo un eco agradable, agradecido. Un soplo de vida que encanta los sentidos, tranquilizando el espíritu, evocando montañas y valles, aproximando la voz de los ríos, de los vientos, despertando los murmullos y las confidencias. Como dos enamorados, cada fila de tubos se abraza y entrelaza en cada melodía, entregando al otro lo que le falta para ser plenamente armonioso, esperando su vez sin prisa ni envidia, vaciándose desinteresadamente para que el amor de su vida destaque y brille. Como sólo en el amor sucede, estos dos seres diferentes se unen de tal manera que forman un nuevo y único corazón, una nueva y única alma, una nueva y única melodía nacida del más íntimo, apasionado y radical encuentro.
La zampoña propaga por los aires los sentimientos, las historias, los lamentos y los amores del pueblo de la tierra, de estos corazones sembrados, de estas vidas florecidas.
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