No deja de sorprenderme la impresionante capacidad de trabajo de nuestros chicos y chicas. Algunas cabezas estrechas y llenas de prejuicios insisten, siempre que pueden, en que este pueblo es flojo. Debemos habitar países diferentes. Sólo puedo hablar de lo que veo a diario, de las personas con las que convivo.

En sus espaldas y hombros han viajado toneladas de papas, cientos de adobes, enormes bultos de paja y otras hierbas. Sus músculos parecen no caber en cuerpos tan pequeños. A veces hasta en las condiciones más adversas, con lluvia, con frío, no importa. Con las alpargatas hechas de neumáticos en sus pies desnudos, con la bermuda de dormir, sin la camisa para no mancharla (cada una, de las pocas que tienen, es un tesoro), sin reclamar, sin rehuir, sin perder la sonrisa.
Y no pensemos que es porque les hemos acostumbrado, ellos son los que me están enseñando a descubrir lo divertido de cargar pesos, de abrir agujeros en la tierra, de levantar piedras, de pelar papas, de limpiar cuartos y baños, de cortar paja, de limpiar las calles, en definitiva, lo divertido de trabajar.
Nuestros chicos y chicas viven trabajando, ayudando a sus padres en el campo, en la casa, con los animales. Antes de que salga el sol ya están en pie, dispuestos, preparados para lo que venga. Juegan trabajando, sufren trabajando, crecen trabajando, aprenden trabajando, aman trabajando y vivirán trabajando, porque en eso consiste su destino.
Cuando llega el final de semana, en vez de pensar en descansar, en ir a sus casas con sus familias para no hacer nada, nuestros chicos y chicas van a trabajar: al campo con su familia, a pastorear ovejas y toros, a la ciudad para vender alimentos hechos en la madrugada, para ganar unos pesitos ayudando en obras y construcciones… su vida es trabajar. Y el domingo vuelven al internado cansados, quemados por el sol, con las manos abiertas, con el rostro curtido por la dureza de la vida, pero sin perder nunca la sonrisa.
Niños, niñas, adolescentes, jóvenes, adultos, hasta los más ancianos, me dan, una y otra vez, lecciones de sacrificio, de esfuerzo generoso, de sufrimiento silencioso para conseguir el fin perseguido.
Aquí hay un pueblo que trabaja. ¡Y trabaja harto!
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