Sinceramente, creo que exageramos nuestros pedidos para que viniese la lluvia. Tanto así que las fuerzas de la naturaleza nos han respondido con más de tres semanas de intensas y constantes lluvias, colocando en riesgo la vida y el futuro de muchas familias, comunidades y regiones enteras.
Hace más de veinte años que no llovía como lo hace ahora. Pareciese que toda el agua de Amazonas se hubiese puesto de acuerdo para ascender la cordillera, caminar por sus cumbres cubriéndolas con un blanco manto y llegar hasta estas tierras bolivianas, descargando aquí su equipaje. El Valle Alto y Bajo de Cochabamba, junto a su región tropical, los Departamentos del Beni, Pando y Santa Cruz, así como el norte de La Paz están transformándose en el tan soñado mar boliviano, sólo que con agua dulce y embarrada. Ríos que durante el año permanecen ocultos, arrastrándose sigilosamente por las profundidades de la tierra, afloran ahora con una fuerza irrefrenable, arrasando lo que encuentran a su paso, provocando terribles derrumbes, arrollando animales, personas, casas… El agua ha querido adueñarse de esta tierra y, de momento, lo está consiguiendo.
La papa crecida, el trigo todavía wawa (bebé), el choclo (maíz) cuando estaba casi a punto, han tenido que aprender a sobrevivir en medio de una profunda crisis de identidad al descubrirse cada día en su nueva realidad de plantas acuáticas. El sueño de la llegada, a tiempo y en la cantidad precisa, de las lluvias se ha convertido ahora en una pesadilla que parece no querer terminar nunca. El agua anega los campos y ahoga las papas. En el llano, ahora transformado en un gigantesco pantano, los animales intentan sobrevivir agrupándose en las zonas más elevadas. En los valles dominan los ríos, incontrolables, impetuosos, arrancando de la roca todo lo que la cubría, arrastrando en su corriente todo lo que parecía inmóvil.
Durante muchos milenios la humanidad ha intentado, con todos los medios posibles, dominar la tierra, la naturaleza, las condiciones ambientales. Sin embargo, la Pachamama tiene sus propias leyes que no acabamos de comprender. A lo largo de todo ese mismo tiempo, la naturaleza nos ha demostrado una y otra vez que no se deja dominar, que su destino está unido al nuestro, que cuando la destruimos, nos suicidamos. Ella no quiere ser sometida, sino respetada. No se dejará controlar nunca, porque su vida es la nuestra, su futuro es nuestro presente, su sufrimiento es nuestro dolor. La Pachamama sufre silenciosa, pero su afrenta no se olvida ni perdona. Antes o después su lamento se transforma en rebeldía, no para castigarnos, sino para que entendamos de una vez por todas, para que descubramos cuál es nuestro lugar y nuestro papel en este universo de vida y muerte, en esta tierra fértil pero delicada. Pachamama quiere vivir una historia de amor con todos sus hijos e hijas, por eso nunca permitirá que uno de ellos, la humanidad, someta, torture y extermine a sus propios hermanos y hermanas.
Unos meses atrás fueron sembrados en esta tierra dura muchos sueños y esperanzas, el futuro de un pueblo, el alimento de una raza acostumbrada a sufrir. Hoy el agua ahoga sin compasión sus ahorros, sus proyectos, su sustento… Pero este es un pueblo que no se rinde nunca. En sus oraciones ruega a Pachamama que cese en su escarmiento, que nos dé una nueva oportunidad para construir un mañana mejor. Pero no todo se queda en plegarias. Este pueblo sabe que la palabra debe ir acompañada de la mano, que los pies deben encaminar los ruegos y el corazón debe alimentar los sueños. Este pueblo se levantará de nuevo, piqueta y azadón en mano, para acariciar la tierra, para moldear su torso duro, sabiendo que Pachamama es agradecida con quien la trata con cariño. Este pueblo se repondrá de las dificultades, como siempre ha hecho, y enarbolando su wiphala multicolor, donde están representadas todas las razas, todas las regiones, todas las dimensiones y todos los tiempos, gritará al mundo que somos de la tierra, que nos debemos a ella, que con ella debemos vivir o con ella moriremos.
Se están ahogando nuestros sueños con tanta lluvia, pero nunca conseguirá extinguir, ni ella ni nadie, la esperanza incrustada en las manos callosas, en los pies curtidos, en el rostro tallado del pueblo de la tierra.
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