Hace unos días comenzaron a retumbar los primeros cohetes en el, normalmente, tranquilo y silencioso ambiente anzaldino. Su estruendo anuncia algo que todos conocen y esperan, con la ansiedad del cumpleañero al abrir su regalo. ¡La chicha está saliendo! En estas fechas cada casa se transforma en una fábrica de chicha, elaborada con cariño, con cuidado, con la sabiduría ancestral transmitida en cada familia, con la responsabilidad heredada de ofrecer la mejor chicha posible a amistades y visitantes.
Los excesos y despilfarros son parte inherente a la fiesta. Es necesario botar la casa por la ventana para que la fiesta sea grande y, así, poder retornar a la vida cotidiana con energía suficiente para completar el año.
Estamos todavía en los días de preparativos y ensayos. Los cohetes saludan a la chicha recién nacida. La música ya invade algunas casas y calles, donde las diversas fraternidades anzaldinas preparan sus danzas en homenaje a Tata Santiago. Las calles se han ido asfaltando, cumpliéndose así la promesa de la Alcaldía. El pueblo está cada vez más bonito y las familias más ansiosas. Tata Santiago lustra ya sus botas camperas y se adornan las crines de su blanco corcel. La fiesta grande se acerca y todo se transforma.
¿Y si consiguiésemos hacer de la vida una fiesta permanente? ¿Por qué no podemos vivir, trabajar, relacionarnos, jugar, amar cada día como si fuese un día de fiesta? ¿Por qué restringir a unos pocos días lo que tan bien nos hace: la carcajada, la fantasía, la generosidad, la danza, la oración devota y el abrazo fraterno?
Que Tata Santiago nos ayude a construir, en la gris rutina de cada día, una profunda y compartida felicidad, para que el pueblo de la tierra conquiste para siempre la alegría que no se borra, la justicia que no se extingue y la paz floreciendo en cada gesto.
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