Parecía un sueño, un proyecto ilusorio, distante, irreal. Sin embargo, hasta los sueños se hacen realidad cuando las voluntades se juntan y los esfuerzos se coordinan.
El año pasado por estas fechas hablábamos de transformar Anzaldo en un referente nacional en materia educativa, organizando un Congreso Internacional de Educación en nuestro humilde, pequeño y desconocido pueblito. Soñábamos con un espacio de reflexión, para mostrar y compartir experiencias diversas, alternativas, algunas más locas, otras ya veteranas. Queríamos ofrecer unos días de aprendizaje, de diálogo, con la nueva ley de educación boliviana como desafío y con un horizonte claro: reinventar la educación.
Después de mucho trabajo, desvelos, alegrías y frustraciones, conseguimos realizar nuestro sueño. El nombre de Anzaldo aparecía en radio, prensa escrita, en la red… este pequeño y maravilloso pueblo se transformaba en unos días en un laboratorio de educación. Educadores/as venidos de diferentes lugares del país compartían con nosotros sus inquietudes, sus esperanzas, sus miedos y sus aprendizajes. Invitados/as llegados de nuestro país y de países vecinos para los diversos talleres y conferencias nos mostraban su trabajo, sus vivencias y luchas, sus sueños y desafíos en esta aventura apasionante de la educación. Todo ello en un ambiente de serena complicidad, de miradas brillantes y emocionadas, de sana y motivadora envidia, de diálogos sinceros y espontáneos. La excesiva formalidad, tan acostumbrada entre autoridades y profesores/as, cedió al trato amigable, cercano, respetuoso por el afecto y no por los títulos, confiado por la sintonía mutua y no por el protocolo. Y no podemos olvidar la contribución humilde, silenciosa, sonriente y cariñosa de toda la población anzaldina, en las calles, en la cocina (haciéndonos degustar en abundancia los mejores platos de nuestra región) o en los diversos servicios, para que todo estuviese listo en el momento oportuno.
Gracias a todo esto, conseguimos hacer de este Congreso un momento especial, con una expresión que, poco a poco, fue invadiendo el ambiente: necesitamos urgentemente “revolucionar la educación”. Como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, esas palabras comenzaban a dominar el verbo en las conferencias y talleres, en momentos formales y en diálogos informales, en presentaciones y en conclusiones. No se trata de reformar, adaptar, mejorar o afinar. El mundo actual está pasando por una transformación profunda y rápida, y desconocemos todavía cuál será el destino de este veloz viaje, pero sí que vamos detectando algunas pistas que nos deben ayudar en el camino.
Está claro que este mundo necesita un cuidado integral, de hombres y mujeres que se sientan parte de todo lo que existe, en comunión armónica y recíproca con la naturaleza, con el tiempo y el espacio que nos toca disfrutar. Este cuidado integral, de todos/as y de todo, debe llevarnos a reinventar los modelos de vida, personales y sociales, superando la visión consumista de la vida, de la economía, de la política y de la educación. Vivir para vender y comprar, para especular y lucrar, para tener más, para agotar, es garantía solamente de una cosa: la extinción definitiva y rápida de la humanidad y de la vida en este hermoso planeta.
Somos herederos de una historia de guerras y luchas intestinas para controlar los recursos naturales, las vías comerciales o los territorios, imponiendo el pensar o el creer de un pueblo sobre los demás, dominando la vida y el trabajo de las otras personas en beneficio propio. Y después de tantos siglos de derramamiento de sangre inocente, el mundo que contemplamos hoy no ha cambiado en casi nada. Debemos garantizar unas relaciones interpersonales, sociales e internacionales basadas en la paz, el diálogo y la solidaridad, de lo contrario simplemente sucumbiremos con la explosión de la última bomba. No basta con la creación de organismos internacionales, normalmente viciados por los intereses de quien más tiene y más puede. No basta con tratados, acuerdos, etc. que solamente sirven para garantizar los privilegios de élites inter e intranacionales. No es posible continuar diseñando un mundo, y cada país por su parte, sacrificando generaciones completas, presentes y futuras.
Vivimos en un mundo dominado por una cultura comercial cínica, criminal, cruel e insensible. El beneficio monetario inmediato es sagrado y en su nombre se sacrifican personas, pueblos, recursos, seres vivos, paisajes y hasta el futuro mismo. No concebimos que sea posible vivir sin ese afán de lucro, de ganancia desmedida, de acúmulo innecesario, de competencia salvaje. Cada persona tiene que encajar en el rompecabezas del mercado, no importa si para ello deba renunciar a sus mejores capacidades y sueños, a su talento único e, incluso, a su felicidad profunda. Como borregos compramos el modelo de la clase media, de la sociedad del bienestar, del individualismo consumista y depredador. Y así lo único que conseguimos es colocar nuestro granito de arena (o nuestra roca de granito) en la destrucción de nuestro planeta y de nuestra humanidad. Los pueblos, las sociedades, las comunidades, las familias, todas las personas sucumben delante de este modelo único.
¡Un nuevo mundo es posible, necesario y urgente! Y solamente con una nueva educación será factible. Nuestras leyes de educación (exceptuando casos como el de Bolivia), nuestros proyectos educativos, nuestras escuelas en su organización y gestión, nuestro quehacer diario en el aula, nuestros ambientes físicos y humanos, no son sino garantía de continuidad. Consciente o inconscientemente seguimos inmersos en la cultura comercial, individualista, competitiva, depredadora y consumidora. Enseñamos (no me atrevo a decir “educamos”) para ello, preparamos para salir bien en la lucha por la supervivencia, para estar entre los primeros, para ser los mejores entre los iguales. Para ello eliminamos las peculiaridades personales, homogeneizamos los ritmos, los planes, las capacidades y los resultados exigidos. Estamos reproduciendo el mundo que tenemos, estamos acelerando este suicidio planetario.
La educación para un mundo diferente tiene que surgir de una verdadera revolución, removiendo los fondos existenciales del tiempo presente, avivando las tenues llamas del Espíritu en cada ser, sembrando en el corazón y en la convivencia diaria los valores que nos garanticen el futuro: la solidaridad, la justicia y la paz.
¡Revolucionemos la educación! ¡Reinventemos la escuela! ¡Quebremos los paradigmas que fundamentan este modelo único! ¡Atrevámonos a soñar y comencemos a realizar nuestros sueños!
Desde Argentina, acompañamos esta revolución educativa que ya está en marcha!
ResponderBorrarMe encantaría tmbién compartir experiencias. Soy maestra y trabajo en el sistema de educación pública uruguaya. Y tengo la convicción que desde la acción comprometida se puede hacer mucho!
BorrarNo todo esta perdido, mientras nuestros corazones esten libres. Un abrazo desde San Carlos-Bolivia
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