Un nuevo año escolar comienza. El internado que durante este tiempo de vacaciones parecía triste y abandonado, se llena de nuevo de gritos, carcajadas, música y correrías. Es emocionante ver el rostro de quien llega por primera vez. Una mezcla de miedo, desconfianza y curiosidad brota de su mirada ingenua y exploradora. En pocos días abandonarán los recelos y se sumergirán en la rutina del estudio, el juego y la convivencia con más de doscientos iguales.
Llegan con poco peso, en la mochila y en el cuerpo, con las manos y los pies llenos de horas y días de trabajo, llenos de tierra, de esfuerzos, de vida. Su piel, curtida por el sol del verano, refleja los paisajes ocres de nuestra tierra andina. Llegan con la ilusión del reencuentro con las amistades, a quienes sólo ven en este pequeño mundo del internado. Con ellas construirá sueños, enfrentará conflictos, alimentará confidencias y, sobre todo, crecerá como persona. Llegan con la expectativa de un nuevo curso escolar, de nuevos profesores y nuevas materias, con toda la carga de temores y prejuicios que los inunda por dentro. No es fácil sacar adelante los estudios en este ambiente de carencia, de falta de estímulo y de limitaciones económicas. Padres y madres saben lo importante que es el estudio para sus wawas, especialmente quienes no pudieron recorrer más que unos pocos años por la escuela de su tiempo. Sin embargo, todos comprendemos que la vida escolar, no digamos la universitaria, es como un viaje a otro planeta para la mayoría de nuestros pequeños campesinos y de nuestras niñas pastoras.
En plena temporada de lluvias, con la papa crecida y prometiendo copiosas cosechas, con el trigo recién sembrado y el choclo iniciando la floración, todo a nuestro alrededor tiene olor a vida. Aunque no siempre todo es bueno o beneficioso. En medio del calorcito del verano (tenue en estas alturas) y de las bienvenidas lluvias, de vez en cuando nos visita el granizo, con su amenazante estruendo y una luminosidad engañosa, bajo la cual acontece la tragedia en las chacras y los campos. Así es todo en esta vida, toda cara tiene su cruz, toda luz crea su sombra, todo parto provoca un inmenso dolor. Este pueblo sabio y humilde me ha enseñado que la verdadera sabiduría consiste en aceptar la ambigüedad de la realidad, hasta llegar a entender la lógica de este universo vivo y dinámico, que se reproduce en cada ser y en cada persona.
Un nuevo año escolar, una nueva familia de más de doscientos hijos e hijas, un nuevo desafío que enfrentar, con la certeza de que valdrá la pena si lo vivimos con el corazón en las manos y el amor en los labios.
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