En medio de estas poderosas cumbres, cada ser, pequeño o grande, se percibe como un insignificante eslabón de una infinita corriente de vida. Y en el corazón de este flujo eterno de vida hay un pueblo que ha aprendido a leer los signos, a interpretar las claves y armonizar las voces de un universo hermano y de una tierra madre.
En ningún otro lugar, de los muchos que he recorrido en esta mediana vida, he podido descubrir con tanta claridad esa corriente de vida que lo atraviesa todo, poniéndolo en comunicación íntima y profunda, como un eterno ciclo, no cerrado sobre sí mismo, sino abierto a la sorpresa, a la improvisación, a la creatividad. Lo identificaría con una espiral tridimensional, formada por una infinidad de pequeñas espirales, todas ellas reproduciendo la figura materna, pero cada una de manera original y única. Un infinito movimiento circular abierto, en avance continuo, en construcción constante. Un ciclo de vida donde todo vuelve a su origen, todo se repite, pero nunca de la misma forma.
Vuelven las estaciones y con ellas las prácticas agrícolas, pero cada año es una sorpresa inesperada. Vuelve la vida en cada nacimiento, pero indescifrable en cada ser. Vuelve la muerte inevitable, pero en formas y efectos impredecibles. Vuelven las fiestas, con sus ceremonias y ritos, pero siempre en un presente nuevo y para un futuro solamente deseable. Vuelven los fenómenos cósmicos y atmosféricos, pero exigiendo interpretaciones actualizadas.
También en la vida personal el ciclo se impone. Las experiencias que me configuraron parecen volver una y otra vez, pero siempre con aromas nuevos, con nuevas voces, con formas diferentes. Hasta la salud, tan enraizada en la vida emocional y social, parece retomar constantemente los antiguos males cuando ya parecían superados. Las emociones que me edificaron continúan ahí plantadas, nunca desaparecen, nunca se superan, solamente van transformando los acordes en los que se expresan. Los conflictos van cambiando, pero sus raíces son siempre las mismas; solamente que cada nuevo conflicto bebe de una determinada raíz y no de otras. Arrancarlas, sería desgarrar mi más profunda identidad. Aceptarlas, un difícil pero necesario paso para la paz interna.
Hasta el trabajo obedece a este tirano y, al mismo tiempo, tolerante ciclo de la vida. Nuevos proyectos, creativas soluciones a antiguos problemas, deseos eternos y esfuerzos intensos para construir un ambiente más solidario, más pacífico y fraterno. Toda esa novedad no es sino una lectura actualizada de lo que la vida nos enseñó a lo largo de esta “espirálica” historia. Cambian los contextos y los lenguajes, pero no hacemos sino repetir, de forma creativa, lo que nuestros ancestros y nuestra gran maestra la naturaleza llevan milenios realizando.
Llegó el tiempo de la siembra, después de haber empujado con esfuerzo e ilusión el arado, después de haber preparado con caricias y oraciones el seno fértil de la Pachamama. Las lluvias nos han bendecido en estas semanas. Nuestros difuntos nos han visitado para transmitirnos la fuerza de la vida y la sabiduría de la muerte. El ciclo se completa, pero no es el mismo ciclo de ayer. Mañana será como siempre, un nuevo desafío al que nos enfrentaremos con el corazón abierto y los puños cerrados, aprendiendo del pasado, agradeciendo por esta vida que nos inunda, dejándonos llevar, de forma creativa, por esta corriente infinita de comunión, amor y eternidad.
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