Una brisa fresca me detuvo hoy en mi camino. No podría definirla ni por el aroma, ni por la fuerza, ni por alguna otra característica llamativa. Sin embargo, traía algo diferente, alguna noticia importante portaba, algún propósito especial tenía. Parado en medio de la calle, con los ojos cerrados y los pulmones llenos, parecía un enamorado suspirando por su amor perdido o un loco de media noche contemplando la belleza de su compañera la luna.
Más tarde, con la tranquilidad del trabajo hecho, en un momento de descanso y paz, retomé el sabor de aquella brisa. Muchas ideas, experiencias, rostros, nombres y sonrisas pasaron por mi memoria afectiva. Pero no terminaba de encontrar la clave para descifrar tal enigma.
Recuerdo ahora que estamos en un periodo de cambio profundo en nuestro colegio y en nuestro municipio, reflejo de ese otro cambio mayor que vive el país desde hace unos años. En pocas semanas tendremos un nuevo gobierno municipal y, poco después, un nuevo director académico en nuestro querido Calasanz de Anzaldo. Estoy seguro de que serán cambios transcendentales. En este momento lo que menos necesitamos son políticas conservadoras, decisiones continuistas o estilos trasnochados. El país, Anzaldo, el Calasanz necesitan de alguien que lidere un verdadero cambio, profundo, radical. Comenzando por las estructuras sociales, económicas, culturales, y llegando hasta las conciencias, los paradigmas morales, los valores y las actitudes. Parece que el país, a pesar de sus limitaciones y defectos, ha encontrado ese líder, con un proyecto de Estado digno de ser divulgado en este mundo tan acostumbrado a destacar las estupideces e ignorar las cosas realmente importantes. El mundo, especialmente occidental, ignora a propósito lo que en este país se está construyendo, pero no escatima esfuerzos para difundir cualquier error, extravagancia o chiste de nuestros gobernantes y de nuestros pueblos. El mundo occidental está ciego de prepotencia y terminará ahogándose en su propia soberbia.
A nivel local, en mi humilde opinión, carecemos de ese proyecto y de esas personas que caminen y hagan caminar, con el corazón en la tierra, la mirada en el horizonte y las manos junto a otras manos, construyendo un municipio próspero (para garantizar la vida digna de toda su población), donde se respeten los derechos de los más vulnerables (las mujeres, los niños y niñas, las personas ancianas), priorizando la producción, la justicia social, la educación, el desarrollo sostenible y la inversión ecológica. Dentro de pocos días elegiremos alcalde y concejales. Personalmente no creo en las siglas ni en los colores, creo en las personas, en sus vidas, en su ejemplo y en sus luchas. Espero que nuestro pueblo sepa elegir.
También nuestro colegio vive la expectativa del cambio de director. No sabemos todavía cuáles serán las decisiones del Ministerio de Educación para el nombramiento de directores, pues el primer intento no ha dado los resultados necesarios. Independientemente de cuáles sean estas decisiones, como entidad titular del Colegio Calasanz, los escolapios clamamos por una persona utópica, idealista, que sueñe y trabaje por una revolución educativa, que se atreva a arriesgar, a crear, a inventar. Desde hace unos años venimos realizando esfuerzos considerables para que nuestros educadores y educadoras puedan conocer otras experiencias educativas, para que puedan abrir su mente y quebrar sus paradigmas. Ahora falta que todo esto se transforme en un virus institucional que infecte la estructura organizativa del colegio. ¡Bonito y necesario desafío!
La educación católica lleva demasiado tiempo apostando por modelos educativos comerciales, elitistas, conservadores, con fines únicamente económicos o de engrandecimiento del nombre, buscando prestigio y éxito en el desalmado mundo de la competitividad educativa. La educación católica no puede seguir bendiciendo y garantizando una sociedad excluyente, origen de todas las violencias. Gracias a Dios en Bolivia es posible responsabilizarse de colegios sin que pierdan nada de su esencia pública, gratuita, popular. Sin embargo, aquí tenemos otras tentaciones que enfrentar y superar.
Una brisa fresca me besó el rostro mientras caminaba por la calle. Son tiempos de cambio. No sé si era eso lo que quería anunciarme, no sé si su intención era despertar mi esperanza o alertar mi conciencia. Lo cierto es que me detuvo en medio del camino, elevó mi alma más allá de la tierra, me hizo olvidar por un momento los lodos y las piedras, oxigenó mis sueños de un futuro mejor para todos y fortaleció, aún más, mi vocación de educador revolucionario. Porque si no educamos para revolucionar el mundo, ¿qué falta hacemos?
Gracias por compartir esta brisa transformadora con aquellos quienes, de vez en cuando, venimos al encuentro educativo en Anzaldo
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