Fiesta de San Isidro, el labrador, el que protege y bendice a los campesinos. Cada día, hombres y mujeres (y muchas veces también niños), abandonan sus casas antes de que el sol los salude. En la oscuridad silenciosa comienza su jornada. Un duro desafío les aguarda: arrancar de la tierra, su madre, los frutos que le garanticen la subsistencia. No hay ánimo de lucro (es difícil enriquecerse con la pobreza) ni deseo de acumular, la tierra sabe lo que sus hijos necesitan, aunque a veces las condiciones no le permiten cuidar de ellos como le gustaría. El sudor de sus frentes riega la tierra, devolviendo la savia que sus manos usurpan. Los animales ayudan en la faena. Son compañeros de camino, de esfuerzos, de necesidades, de oraciones y de fiestas. Los animales son para el trabajo, como sus dueños, como todos. El trabajo nos hace fuertes, nos torna sabios, nos vuelve creativos, nos humaniza. Los animales colaboran desde su obediencia noble, en un intercambio justo con quien de ellos se ocupa, pagando con trabajo los cuidados recibidos. Y de entre todos ellos destaca el más bravo, el más fuerte, el más orgulloso, el toro (que no buey).
En el día del santo campesino, el protagonista es el toro. No para ser sacrificado, como en otras latitudes. Seguro que allí, desde su desarrollismo hipócrita y cínico, reirán al ver nuestros toros coloridos, engalanados, desfilando por la ciudad como héroes, siendo bendecidos a través del agua, fuente de vida y de fuerza. Seguro que el espectáculo del sacrificio cobarde les parecerá más “civilizado” que este desfile de toros adornados con mimo, con cariño, con agradecimiento. La mano que los guía sabe cuánto les debe. Por eso tienen que ser bendecidos, porque seguro que el Dios de los pobres también quiere que esos toros estén sanos y fuertes, para que puedan colaborar con sus dueños en el trabajo por una vida mejor, pobre, pero digna, en armonía con la naturaleza de la cual somos parte y a la cual nos debemos. La mano de Dios hoy actúa a través de San Isidro, el labrador, el protector de los campesinos, los hombres y mujeres de la tierra. Ah, y de sus tan grandes y nobles aliados, los toros.
Fiesta de San Isidro en Anzaldo y los pueblos de Bolivia. Qué fiesta, que colores, qué sorpresa.
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