El invierno seco y frío de estos meses ha herido la tierra, resquebrajando su piel y desecando sus venas. Sus manos gélidas fueron arrasando con hojas y flores, desnudando árboles y pintando de monotonía el paisaje. Pero sus últimos días están llegando, aunque como borrachito obstinado se resista a marcharse, agarrándose con fuerza a los últimos vientos y a las cada vez más frecuentes nubes. Y en esta interminable despedida, un deseo, una necesidad y una urgencia se filtran en todas las conversaciones: ¡que comiencen las lluvias!
Los duraznos en flor nos anunciaron que la vida está retoñando. Los jacarandás ya cubren su desnudez con una infinidad de flores moradas, rompiendo la monocromía andina. También los tacaños chillijchis (ceibo, árbol que florece cada dos o tres años) vestidos de rojo parecen pendones de chichería, anunciando que la cosecha está lista. En pocos días una infinidad de manos infantiles los despojarán de su roja cubierta, llenando ollas con agua hirviendo para preparar un nutritivo acompañante de carnes y verduras.
Y cuando el frío se aleja, la atención de todo el pueblo se concentra en las señales: unas nubes cubriendo la cabeza de una meteoróloga montaña (y que nunca falla en su predicción), un viento fuerte que surge repentino al atardecer, un pájaro cantando en lo mas alto de un pino. Cualquier signo sirve para alimentar la esperanza de que la lluvia está llegando. La bendita agua que hará germinar las semillas. La lluvia suave y pertinaz que traerá de vuelta torrentes y quebradas, ahora ocultas bajo el peso de las piedras. Los temporales repentinos que someterán y humillarán la polvareda de los caminos, hasta ahora dueña de la atmósfera invernal.
Mientras esperamos la lluvia, las manos andinas van preparando la tierra que recibirá la semilla de sus esperanzas y el agua que las transformará en frutos. Es el momento en que los toros muestran todo su valor, su fuerza y su habilidad para arrastrar los pesados arados, guiados por la mano y la voz de sus dueños, con firmeza respetuosa, con la energía de quien sabe que su vida depende de cada surco, de cada terruño levantado. La coca ayudará, como siempre, a enfrentar el calor del día, el peso del sol, el agujero eterno en el estómago, el cansancio acumulado.
¡Que llegue el agua anunciando la siembra y que haga fructificar nuestros esfuerzos, para que nunca más en esta tierra se trabaje para otro! ¡Que vengan las lluvias lavando nuestros corazones secos e ingratos! ¡Que comiencen las lluvias y se lleven la tristeza y el hambre, la miseria y la soledad! ¡Que caigan mares del cielo, transformando en vergel esta tierra maltratada, este suelo áspero, esta vida pesada y dura que, muchas veces, arrastramos sin destino!
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