miércoles, 7 de mayo de 2014

Educando a todo vapor

Este año está siendo frenético. Infinidad de proyectos nuevos y ambiciosos. Una ley de educación en pleno proceso de implantación. Una serie de propuestas pedagógicas innovadoras. Un colegio semiderruido aguardando ansioso la nueva construcción. Un grupo significativo de nuevos/as educadores, joven e ilusionado. Una comunidad escolapia pequeña pero con una vida intensa compartida y disfrutada. Más internos/as que nunca, formando una familia llena de vida y, como no, también de conflictos que resolver y de necesidades que atender. Un grupo de educadores/as voluntarios/as en el internado colaborando, acompañando, compartiendo nuestros sueños y trabajos. Demasiadas cosas que terminaron por alejar, definitivamente, la tranquilidad…

Y en medio de este ritmo acelerado, la agradable sensación de estar reinventando la educación. En este mundo en permanente y acelerada transformación, la escuela debería ser la institución más innovadora, viviendo en constante evolución, inventando y reajustando constantemente sus propuestas y actividades, reflexionando de forma crítica y creativa su papel en el mundo actual y sus ofertas concretas para estudiantes y familias. El mundo se transforma aceleradamente y la escuela, sin embargo, se arrastra pesada, lenta, como un dinosaurio a punto de expirar. Es imposible que una escuela esclerotizada pueda ser agente de transformación de las personas y de la sociedad. 

Cada modelo educativo existente tiene sus fundamentos antropológicos, filosóficos, sociales, económicos, etc. Al mismo tiempo, cada uno tiene sus objetivos, sus resultados esperados, sus consecuencias. Sería ingenuo (o idiota) pensar que, juntando palitos de fósforos podremos construir una casa para habitar en ella. Sin embargo, una y otra vez, hacemos eso en el campo de la educación. Usamos términos y escribimos documentos con bonitas intenciones y mejores formulaciones, pero la práctica cotidiana continúa siendo la misma de siempre o, en el peor de los casos, radicalmente contraria a la teoría utilizada. Hablamos de educación "holística", ahora está de moda, pero ¿sabemos realmente lo que eso significa? Nuestras disciplinas académicas continúan siendo áreas independientes, cerradas sobre sí mismas, desconectadas de la vida, abstractas y nada significativas para el sentir y el pensar de los/as estudiantes. Usamos el término “integral” para definir nuestra propuesta educativa, pero a la hora de la verdad, lo que realmente nos interesa es el desempeño individual en pruebas estandarizadas, para las cuales se debe entrenar y dominar la técnica de la prueba, vomitando una serie de contenidos intelectuales engullidos anteriormente, sin reflexión, sin crítica, sin elaboración propia. Poco nos interesa el afecto, los significados que cada persona va dando a lo que vive, sus sueños, sus miedos… Nada de eso es importante para acceder a la universidad, para convertirse en un profesional, para garantizar el futuro (solamente desde el punto de vista laboral y económico, como si sólo en eso consistiese la vida). Repetimos expresiones sin contenido, como la tan bonita “educación personalizada”, pero nuestra práctica reduce las personas a números, a resultados cuantitativos, a comparaciones y clasificaciones unidireccionales (porque sólo tienen en cuenta un único criterio para evaluar a personas diferentes, multifacéticas, con capacidades diversas, con destrezas únicas). 

Al final, los rankings de “calidad educativa” son más importantes que la calidad y calidez de nuestras relaciones, de nuestras valoraciones de cada persona, del respeto y cuidado a lo que es propio de cada ser. Enseñamos a repetir, a competir, a examinar, a conquistar notas, pero nos olvidamos de enseñar a pensar, a aprender, a crear, a relacionarse con afecto y efecto humanizador, a quererse y cuidarse mutuamente, a sentir compasión y a ser solidarios. ¿Qué calidad estamos buscando? Desgraciadamente nos interesa más lo que los/as estudiantes dejan a la escuela (sus puntuaciones en pruebas comparativas con otras escuelas), que lo que nosotros dejamos en la vida de cada estudiante. Los/as alumnos/as dejaron de ser un fin en si mismo para convertirse en un medio a servicio del nombre, la fama, el éxito de la institución educativa.

“Holístico” significa, entre otras cosas, que no hay nada más sagrado ni más valioso que la conciencia y el corazón de cada persona, porque desde ahí nos conectamos con todo lo que existe, encontrando nuestro lugar propio, desde donde mejor podremos contribuir con la Vida de todo y de todos/as. “Integral” significa que afectamos todo, todas las dimensiones de la persona, sabiendo que el verdadero motor existencial es el “sentipensar” armónico, coherente, unificado. “Personalizado” significa que cada ser es único, con un mundo por explorar y un tesoro por descubrir, y por eso la educación se adapta a las necesidades, capacidades, posibilidades y potencialidades de cada ser. Y, por último, “educación transformadora” significa que por medio de la educación estamos transformando el presente, a través de la vida de quienes hoy ya son alguien, haciéndoles experimentar los valores, las actitudes y las relaciones que queremos sean la brújula de nuestra sociedad presente y futura. No transformaremos nada ni nadie haciendo lo que todos hacen, repitiendo modelos comprobadamente fracasados (porque sólo sirven para aumentar las diferencias, las distancias entre personas y pueblos, la exclusión y la violencia).

Podemos seguir usando esos términos y otros parecidos en nuestros documentos y discursos, pero no nos engañemos. Preguntémonos y respondamos con crítica sinceridad: ¿Qué propuestas nuevas hemos implantado en nuestras instituciones educativas y hacia dónde van orientadas, hacia un mayor protagonismo de los/as estudiantes, una mayor creatividad, una creciente autonomía en su proceso de crecimiento personal, unas relaciones más solidarias y fraternas, o hacia un camino radicalmente opuesto? ¿A qué damos más importancia, a la imagen pública de nuestra institución en la dura competencia comercial de los rankings de educación, o la felicidad de quienes conforman nuestra comunidad educativa; al recto y estricto cumplimiento de funciones y normativas cosificadoras o al amor real en cada encuentro, en cada reunión, en cada sonrisa de buenos días?

El ritmo frenético de este año en nuestra misión escolapia en Anzaldo me ha hecho desvariar, llevándome por caminos inesperados y por reflexiones imprevistas. Sin embargo, todas ellas habitan en mi corazón desde hace mucho tiempo, gestándose y fortaleciéndose a partir de las experiencias vividas en esta vocación y profesión educadora. Hoy, finalmente, brotaron espontánea y apasionadamente. 

¡Que no se detenga este ritmo frenético de inventar, crear y recrear, probar y corregir, analizar y responder, para que nuestra propuesta educativa no sea una más entre muchas iguales, sin novedad, sin alternativa, sin futuro! ¡Ay del día en que sienta que trabajar en un colegio es sólo repetir acciones, cumplir metas y elevar resultados de pruebas! Ese día habré matado el corazón de la educación.

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