viernes, 26 de mayo de 2017

Un día de la madre bien diferente

A lo largo del mes de mayo, en diversas fechas, se celebra en muchos países el día de la madre. Normalmente se trata de un día en el que lo comercial tiene más peso que lo afectivo y, desde luego, que lo social. El consumo, bandera de la cultura actual y criterio casi exclusivo de bienestar, ha impuesto su cruel dictadura, dictando la batuta en todas las celebraciones y fechas significativas de casi todo el mundo. La Navidad ya no existe sin el gordo barbudo con gorro rojo. Ya no importa lo que se celebra en esas fechas, si no hay regalos, no hay Navidad. La Pascua parece que encontró su sentido en el huevo de chocolate. Nadie se acuerda de que un hombre llamado Jesús de Nazaret fue asesinado por defender a los pobres y excluidos, por exigir justicia y libertad para todas las personas, por anunciar que hay un Dios bueno que nos ama y nos quiere felices. Nadie recuerda que, después de su muerte, millones han dado la vida por su causa, con la convicción de que ese mismo Jesús sigue presente en nuestra historia. Por no hablar de esas otras fechas que pareciese que hubiesen sido instauradas por el Señor Mercado, como el día la amistad, de los enamorados… y tantas otras que sólo sirven para que gastemos, comprando productos que en absoluto necesitamos, ni nosotros ni las personas que los recibirán como regalo. El día de la madre es una de esas fechas comerciales, en todas partes, aunque luego cada persona o cada familia lo celebre como quiera, dándole un mayor o menor peso a esta corriente general del consumismo. 

Si nos ponemos a buscar los orígenes de esta fecha, encontraremos sus antecedentes en los Estados Unidos, en los primeros años del siglo XX. Será en 1914 cuando se instituye definitivamente el Día de la madre, marcando el segundo domingo de mayo para dicha conmemoración. Posteriormente, esta festividad se fue extendiendo por diversos países del mundo, quienes establecieron fechas fijas o determinados domingos para dicha conmemoración, coincidiendo muchos de ellos en el mes de mayo.

También en Bolivia se celebra el día de la madre, concretamente el día 27 de mayo. Esta fecha fue instituida como Día de la madre boliviana en el año 1927 por el entonces presidente Hernando Siles Reyes, en recuerdo a las Heroínas de La Coronilla (Cochabamba, 1812). Durante la guerra de independencia, el General realista José Manuel de Goyeneche avanzó hasta las puertas de la ciudad de Cochabamba, con el objetivo de recuperar la ciudad para los realistas, después que fuera tomada por el General patriota Esteban Arze en 1811, colocando como gobernador a Mariano Antezana. Después de varias derrotas del General Arze, el ejército realista avanzó hacia Cochabamba. Arze reagrupó sus tropas en el Valle Alto de donde era oriundo, con la intención de avanzar hacia Cochabamba y defenderla del General Goyeneche. Sin embargo, el gobernados Antezana pidió a Arze que no combatiese en la capital, indicando que su intención era rendirse. Después de una acalorada discusión, el General Arze se retiró, mientras que Antezana regresó a la ciudad, donde reunió a poco más de mil hombres, ya que la mayor parte huyó ante la llegada de los realistas. En ese momento, las mujeres cochabambinas se sumaron al llamado al grito de: “si no hay hombres nosotras defenderemos”. El Gobernador dio a conocer al pueblo su deseo de pactar la rendición, provocando una reacción violenta contra él, especialmente por parte de las mujeres, obligándolo a buscar refugio en el Convento de San Francisco. El General Goyeneche avanzó hacia las puertas de la ciudad, mientras que las mujeres y los pocos hombres presentes, armados con unas pocas piezas de artillería, algunos fusiles, machetes y hondas, y liderados por Manuela Gandarillas, anciana ya ciega, se hicieron fuerte en el cerro San Sebastián (“La Coronilla”). El ejército realista entró en Cochabamba sin dificultad, saqueando todas las casas. Las mujeres que aún permanecían en sus viviendas se refugiaron en el cerro de “La Coronilla” junto a las demás. El General Goyeneche dirigió sus tropas a dicho cerro y, después de dos horas de combate, acabó con toda la resistencia. 

Unos meses después, el propio General Manuel Belgrano, al frente del Ejército del Norte, transmitió a Buenos Aires noticias de Cochabamba, con las palabras del único superviviente de la batalla, el soldado Francisco Turpín, narrando los hechos acaecidos y el heroico sacrificio de las mujeres de Cochabamba. En su relato, el General Belgrano exalta a las mujeres vallunas: “¡Gloria a las cochabambinas que se han demostrado con un entusiasmo tan digno de que pase a la memoria de las generaciones venideras!” (Jujuy, 4 de agosto de 1812).

Quien me conoce sabe que no soy precisamente amigo de ejércitos ni de guerras, sin embargo, amo la historia, porque de ella aprendemos los errores que no debemos repetir y en ella encontramos los intentos que no se deben olvidar. La historia de la independencia de América está llena de heroicidades, pero también de intereses oscuros, de luchas fratricidas entre compañeros de revolución, de negociaciones cobardes por pedazos de poder y, como siempre, del olvido y el uso criminal de los más pobres, los pueblos originarios y los esclavos venidos de África. La independencia de América fue, en la mayor parte de los casos, un combate entre las élites españolas presentes en este continente y las élites criollas, empeñadas en ser dueñas únicas de los despojos dejados por la Colonia. Y como en toda guerra, los intereses económicos y políticos fueron quienes repartieron las cartas de este macabro juego bélico.

En toda guerra, especialmente en estas tierras latinoamericanas, se hace necesario recordar al pueblo que combatía obligado, enfrentando vecinos y familiares; a los pueblos originarios, espectadores ausentes de una disputa entre extraños para arrebatarles la tierra a la que desde siempre pertenecieron; a los esclavos afro-descendientes, que fueron usados como carne de cañón a cambio de una libertad que jamás debió serle usurpada; a las mujeres que siempre fueron ignoradas, en la guerra y en la paz; a las madres, quienes después de dar vida y dar la vida por sus hijos, deben enterrarlos por culpa de quienes establecen quiénes son amigos y quiénes enemigos a eliminar.

El día de la madre en Bolivia es una fiesta bien diferente. Más allá del significado emocional y, desgraciadamente también comercial, el recuerdo de las Heroínas de La Coronilla debe llevarnos a exaltar el valor sin igual de la mujer boliviana, de la mujer universal, de la madre sacrificada y entregada. Que esta fecha y su fundamento histórico nos ayuden a convencernos, de una vez para siempre, de lo absurdo, cruel y estúpido de las guerras y los conflictos armados, donde siempre, y gane quien gane, hay un solo perdedor: la humanidad toda, representada por los más débiles, las mujeres, los niños y los pobres.

Que Dios siga dando cada día fuerzas a las madres de este mundo, que viven y se desviven por amor a sus hijos, y que nunca más tengan que llorarlos porque la violencia se los arrebató.