viernes, 28 de febrero de 2014

La vida lo penetra todo

Poco a poco voy descubriendo algunas claves antropológicas, espirituales y culturales que me ayudan a entender mejor y amar más esta tierra y este pueblo. Observaciones, diálogos y algunas lecturas acertadas, me están ayudando a navegar por las venas más profundas de este universo andino. Algunas de estas experiencias me están obligando a cambiar las claves de comprensión de la realidad. Para un occidental como yo, aunque adoptado hace bastantes años por esta tierra de Abya Yala (Patria Grande), es complicado cambiar la forma de ver y de entender el mundo, la vida, la naturaleza, todo. 

Hace poco tiempo me inicié en el apasionante mundo de la física cuántica, descubriendo que el universo no es ni como me lo enseñaron ni como lo imaginaba. Los nuevos paradigmas, nacidos de los últimos descubrimientos científicos, nos proponen una realidad dinámica, viva, en constante transformación y en permanente intercambio entre todo lo existente. Un flujo inimaginable de partículas, energía, información y átomos atraviesa toda la realidad, colocándonos en comunicación, creando una comunión universal, una identidad común de todos los seres. Esta percepción holística ha abierto mi conciencia a una nueva comprensión de mí mismo dentro de un universo del cual formo parte y el cual forma parte de mí. 

En el poco tiempo que llevo aquí, me ha sorprendido descubrir que todas estas “novedades” no son sino comprobaciones y formulaciones de lo que este pueblo vive desde hace milenios. La cosmovisión andina tiene como punto de partida la constatación de la unidad existencial y vital de todo lo que existe. La vida penetra y atraviesa toda la realidad y todos los seres que en ella existen, no sólo en el tiempo presente, sino en todos los tiempos, desde una concepción histórica de continuidad entre el pasado, el presente y el futuro. Esa vida está presente en el universo y en cada pequeña realidad donde ese universo se hace concreto. Cada ser que existe, sea animado o no, es una pequeña representación o concreción de todo el universo. Ese raudal de vida que penetra y atraviesa todo, nos mantiene en una comunión constante con todos los demás seres y objetos, con todos los tiempos y todas las dimensiones. Esa energía vital se empeña, una y otra vez, en conservar y restituir, cuando es alterado, el orden o equilibrio de todo lo que existe. Cuando este equilibrio es respetado y la vida cuidada en todas sus expresiones y manifestaciones, el universo y cada concreción suya encuentra la armonía y el sentido pleno de su existencia.

En esta realidad interconectada, todos los elementos son dependientes y complementarios, en una relación de reciprocidad: “saber criar la vida y saber dejarse criar por la vida”. Nada existe de forma aislada o independiente del resto. Nada ni nadie es indiferente frente al resto de la realidad. Este universo (ayllu) está conformado por diversas dimensiones y comunidades, interrelacionadas e intercomunicadas. Existen tres comunidades fundamentales: la de las divinidades, la de la naturaleza silvestre y la humana. Cada una de ellas está abierta a las otras dos, en una mutua relación de cariño, respeto y cuidado, en un equilibrio e intercambio recíproco. Lo mismo ocurre entre todos los seres al interior de cada una de esas comunidades. Este equilibrio e intercambio recíproco se establece o firma mediante los diversos rituales y celebraciones, tan importantes en la vida de este pueblo. 

En la cosmovisión andina es fundamental el concepto de Pacha, palabra primordial de los tiempos antiguos, orientación presente y proyección del futuro. Pacha es toda la existencia universal: mundo, espacio, tiempo, tierra, deidad, señor, piedra, edad, guerrero, creador, pacificador, número, viento, terremoto, mar, el que destruye, el que reforma, el que mueve y anima todo. Pacha es el misterio de la vida, el espíritu generador universal, la totalidad existencial y su potencialidad creadora. Pacha es la memoria y presencia de nuestros antepasados, de las divinidades que nos acompañan y protegen desde su morada en las montañas andinas. Pacha es nuestro mundo y todos los mundos, lo antiguo y lo nuevo a la vez. Sólo en el Pacha el ser y estar alcanza su plenitud, en la relación armónica y recíproca con todo lo que existe. El Pacha es tiempo, materia, espíritu y experiencia transcendental. Todo en el Pacha tiene su papel, su función y su destino existencial. En el Pacha habitan Pachakamaq (el Padre cuidador, amoroso y gratuito, quien ordena, equilibra y armoniza del universo) y Pachamama (la Madre que genera, recría y sustenta la vida de todos los seres). 

Los pueblos andinos viven esa relación profunda y afectiva con el Pacha de forma cotidiana. Conversan con toda la realidad, con todos los seres, escuchan e interpretan las expresiones de cada ser. No necesitan de momentos especiales ni lugares sagrados para entrar en contacto con el Dios de la Vida, con el Padre y la Madre del universo, porque habitan, trabajan, sufren y cantan juntos, siempre. La naturaleza es su templo y su vida una constante liturgia. 

La vida atraviesa toda la realidad, lo penetra todo, porque la realidad es Vida. El desafío consiste en conectar nuestro corazón al corazón del Pacha y al corazón de cada ser que existe, del universo todo y, desde ahí, dialogar para descubrir la verdadera sabiduría de la vida, el saber para el Buen Vivir (Sumak Kawsay). 

Si sintiésemos en lo profundo de nuestro ser esa comunión profunda con todos los seres, con todos los tiempos y con todas las realidades, cuidaríamos mucho más de todo y de todos. Si desarrollásemos esa relación respetuosa y recíproca con todo lo existente, descubriríamos nuestro verdadero lugar y aprenderíamos a ofrecer lo mejor de nosotros para beneficio de todos y de todo. 

Tenemos mucho que aprender de estos pueblos.

viernes, 21 de febrero de 2014

¿Quién dijo que la cultura no tiene olor?

Pido permiso al grupo argentino Arbolito para usar las palabras de una canción suya para titular y vertebrar esta reflexión.

Muchas veces nos han presentado la cultura como neutral, aséptica, universal. Ciertos modelos culturales se han convertido y autonombrado “paradigmas” de la cultura más elevada y desarrollada. Y desde esos mismos modelos se ha juzgado y descalificado la cultura ancestral, popular, indígena, etc. En un mundo tan diverso como el que tenemos, es absurdo que nos creamos todavía que pueda existir un único criterio para definir y clasificar algo tan variado y dinámico como es la cultura. 

Mirando la historia con cierto sentido crítico descubrimos rápidamente que también en lo relativo a la cultura, quien domina, somete y vence, acaba imponiendo su paradigma y expresiones culturales como las únicas válidas. No sólo eso, el desarrollo cultural del poderoso se ha financiado siempre con la sangre, el sufrimiento y el folklore del sometido, porque como bien dice E. Galeano: “Los nadies (…) Que no practican cultura, sino folklore”. La vida indígena cambiada por oro y plata sufragó la naciente banca europea, siempre floreciente en medio de las guerras. La sangre esclava africana pagó la industrialización anglosajona. La agricultura devastadora y saqueadora alimentó una Europa famélica y enferma. La tortura y las desapariciones en tiempos de dictadores sostuvieron las multinacionales que los financiaban. Teatros, óperas, orquestas, cuadros y museos, edificios y palacios, industrias y tecnología, democracias y bienestar… todo lo que ha sustentado y caracterizado a la civilización occidental, se nutre por unas raíces sumergidas en la sangre, la miseria, la explotación y el silencio forzoso de millones y millones de anónimos.

Respondiendo a la pregunta que nos hace Arbolito, realmente la cultura tiene olor. La que nos han inyectado por todas partes huele a muerte, a abuso, a despilfarro, a exclusión, a indiferencia, a amargura, a privilegio, a depresión. Huele a carrera frenética sin rumbo ni razón. La cultura occidental, paradigma de desarrollo y civilización, transmite un aroma fétido de engaño y manipulación. Desde ella nos han mirado a los demás, a los diferentes, a las minorías irreductibles y a las masas explotadas como excepciones, como atrasados, como ejemplo de la humanidad defectuosa que debe ser extirpada.

La cultura del pueblo, del Sur, del excluido huele diferente. Los limpios y perfumados occidentales nos dirán que huelen mal, porque no saben percibir más allá de la superficie, no tienen ojos ni nariz para descubrir el corazón de la realidad. La cultura de este pueblo huele a sacrificio, a esfuerzo, a sudor derramado para construir una vida digna a pesar de los de siempre. Esta cultura huele a sobriedad, a trabajo comunitario y alimento compartido. Huele a alegría descontrolada cuando es fiesta y a solidaridad silenciosa cuando la muerte lo visita. Huele a sencillez y humildad, a inocencia ingenua y a rebeldía contenida. Huele a vida y huele a muerte. Huele al humo de la cocina de leña, donde siempre hay un plato listo para el cansado visitante, sea familiar o extraño. Huele al ser humano auténtico, en sus virtudes y en sus defectos, en sus certezas y en sus miedos. Huele a un mundo donde el pájaro, la piedra, la montaña y el río son de la misma familia. Huele a un universo hermano, donde todos los seres son necesarios y las generaciones presentes comparten el mismo espacio con las pasadas y las futuras.

La cultura tiene olor, ciertamente. Sólo espero que con la educación que ofrecemos no estemos extinguiendo los buenos olores de este pueblo y de su rica cultura, imponiendo ingenuamente los olores inmundos de la cultura dominante.

jueves, 13 de febrero de 2014

Se están ahogando nuestros sueños

Sinceramente, creo que exageramos nuestros pedidos para que viniese la lluvia. Tanto así que las fuerzas de la naturaleza nos han respondido con más de tres semanas de intensas y constantes lluvias, colocando en riesgo la vida y el futuro de muchas familias, comunidades y regiones enteras.

Hace más de veinte años que no llovía como lo hace ahora. Pareciese que toda el agua de Amazonas se hubiese puesto de acuerdo para ascender la cordillera, caminar por sus cumbres cubriéndolas con un blanco manto y llegar hasta estas tierras bolivianas, descargando aquí su equipaje. El Valle Alto y Bajo de Cochabamba, junto a su región tropical, los Departamentos del Beni, Pando y Santa Cruz, así como el norte de La Paz están transformándose en el tan soñado mar boliviano, sólo que con agua dulce y embarrada. Ríos que durante el año permanecen ocultos, arrastrándose sigilosamente por las profundidades de la tierra, afloran ahora con una fuerza irrefrenable, arrasando lo que encuentran a su paso, provocando terribles derrumbes, arrollando animales, personas, casas… El agua ha querido adueñarse de esta tierra y, de momento, lo está consiguiendo. 

La papa crecida, el trigo todavía wawa (bebé), el choclo (maíz) cuando estaba casi a punto, han tenido que aprender a sobrevivir en medio de una profunda crisis de identidad al descubrirse cada día en su nueva realidad de plantas acuáticas. El sueño de la llegada, a tiempo y en la cantidad precisa, de las lluvias se ha convertido ahora en una pesadilla que parece no querer terminar nunca. El agua anega los campos y ahoga las papas. En el llano, ahora transformado en un gigantesco pantano, los animales intentan sobrevivir agrupándose en las zonas más elevadas. En los valles dominan los ríos, incontrolables, impetuosos, arrancando de la roca todo lo que la cubría, arrastrando en su corriente todo lo que parecía inmóvil. 

Durante muchos milenios la humanidad ha intentado, con todos los medios posibles, dominar la tierra, la naturaleza, las condiciones ambientales. Sin embargo, la Pachamama tiene sus propias leyes que no acabamos de comprender. A lo largo de todo ese mismo tiempo, la naturaleza nos ha demostrado una y otra vez que no se deja dominar, que su destino está unido al nuestro, que cuando la destruimos, nos suicidamos. Ella no quiere ser sometida, sino respetada. No se dejará controlar nunca, porque su vida es la nuestra, su futuro es nuestro presente, su sufrimiento es nuestro dolor. La Pachamama sufre silenciosa, pero su afrenta no se olvida ni perdona. Antes o después su lamento se transforma en rebeldía, no para castigarnos, sino para que entendamos de una vez por todas, para que descubramos cuál es nuestro lugar y nuestro papel en este universo de vida y muerte, en esta tierra fértil pero delicada. Pachamama quiere vivir una historia de amor con todos sus hijos e hijas, por eso nunca permitirá que uno de ellos, la humanidad, someta, torture y extermine a sus propios hermanos y hermanas. 

Unos meses atrás fueron sembrados en esta tierra dura muchos sueños y esperanzas, el futuro de un pueblo, el alimento de una raza acostumbrada a sufrir. Hoy el agua ahoga sin compasión sus ahorros, sus proyectos, su sustento… Pero este es un pueblo que no se rinde nunca. En sus oraciones ruega a Pachamama que cese en su escarmiento, que nos dé una nueva oportunidad para construir un mañana mejor. Pero no todo se queda en plegarias. Este pueblo sabe que la palabra debe ir acompañada de la mano, que los pies deben encaminar los ruegos y el corazón debe alimentar los sueños. Este pueblo se levantará de nuevo, piqueta y azadón en mano, para acariciar la tierra, para moldear su torso duro, sabiendo que Pachamama es agradecida con quien la trata con cariño. Este pueblo se repondrá de las dificultades, como siempre ha hecho, y enarbolando su wiphala multicolor, donde están representadas todas las razas, todas las regiones, todas las dimensiones y todos los tiempos, gritará al mundo que somos de la tierra, que nos debemos a ella, que con ella debemos vivir o con ella moriremos. 

Se están ahogando nuestros sueños con tanta lluvia, pero nunca conseguirá extinguir, ni ella ni nadie, la esperanza incrustada en las manos callosas, en los pies curtidos, en el rostro tallado del pueblo de la tierra.