miércoles, 27 de diciembre de 2023

Seguimos sacrificando inocentes

Nos cuenta el Evangelio de Mateo en el segundo capítulo, versículo 16: “Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven»”.
El día 28 de diciembre, la Iglesia celebra la fiesta de los Santos Inocentes, recordando a estos niños asesinados por orden de Herodes. Evidentemente, no se trata de un hecho histórico, sino de uno de los muchos textos de Mateo sobre el “cumplimiento” de las promesas en la persona de Jesús de Nazaret. En este caso, se trata de las palabras del profeta Jeremías (31,15) que se hacen realidad en la primera persecución del Jesús recién nacido.
Más allá del acontecimiento puntual, el texto de Mateo nos recuerda una constante en la historia humana: los poderosos siempre han alcanzado, sustentado o perpetuado su poder (con los privilegios que conlleva) con la sangre de los inocentes, de los más débiles y desprotegidos. No se trata de solo de los malditos y deplorables “daños colaterales” de todo conflicto armado, los cuales podríamos, vergonzosamente, justificar desde el bien mayor que se pretende alcanzar, como siempre se ha hecho. Hablo del precio directo que las mayorías más indefensas de los pueblos y sociedades han tenido que pagar para que otros, normalmente minorías privilegiadas, puedan establecerse o eternizarse en la cima del poder, del bienestar y de la dominación.
Personas extranjeras, esclavas, siervas, campesinas, indígenas, obreras, migrantes y, especialmente, mujeres y niños han sustentado el desarrollo económico, militar, cultural y tecnológico de imperios y estados, disfrutado solamente por unas élites privilegiadas. El sacrificio de estas mayorías “descartables” fue siempre el precio a pagar para el provecho de unos pocos.
En estos últimos meses, el mundo asiste perplejo a un caso histórico más de este sacrificio de los inocentes. Me refiero al genocidio que se está cometiendo en Gaza. El estado de Israel viene sacrificando al pueblo palestino desde hace cuarenta años, expulsándolos de sus tierras para ampliar sus fronteras. Por mucho que los medios de comunicación hegemónicos y sus patrones políticos insistan en calificarlo de reacción justa y respuesta al terrorismo, la muerte de más de 20000 personas, siendo la mayoría mujeres y niños, en bombardeos masivos de áreas urbanas, campos de refugiados e, incluso, hospitales no puede justificarse ni aceptarse. Y no olvidemos que el conflicto no está localizado en Gaza, sino que también en Cisjordania la población civil palestina sigue siendo acosada, expulsada de sus casas, detenida sin motivo o, simplemente, asesinada por las fuerzas del orden de Israel y por colonos israelitas. En este caso concreto, el bienestar de un estado y su población judía (porque sus leyes son solamente para la población de origen judío) necesitan del sacrificio de otro pueblo más débil, pobre, excluido, perseguido y criminalizado.
Con una casualidad macabra, Raquel vuelve a llorar en Ramá por sus hijos que ya no viven. Pero no es solo Palestina. El grito de los inocentes sacrificados sigue escuchándose en Yemen, Ucrania, Afganistán, Haití, Somalia, RD del Congo, Libia, Sahara, Amazonia y tantos otros lugares donde niños, niñas, jóvenes, mujeres, hombres… son víctimas de la ambición de poder y riqueza de unos pocos países y de unas pocas familias en cada uno de ellos.
El niño Jesús, recién nacido en la pobreza y exclusión, tiene que huir para salvarse de la amenaza del tirano. La mayoría de los recién nacidos del mundo, pobres y excluidos, no tienen a dónde huir. No dejemos que los Santos Inocentes de ayer y de hoy sigan siendo olvidados. Que su memoria y su dolor alimenten nuestros sentimientos de solidaridad y compasión, despertando nuestra conciencia inconformista y animando nuestro compromiso rebelde, para que “naide escupa sangre, pa’ que otro viva mejor”.

martes, 5 de diciembre de 2023

Las ausencias (León Gieco)

Mientras el transporte público me lleva a mi trabajo, entre apretones de los pasajeros, huecos de la carretera, frenazos y bocinas, escucho una canción que, a pesar de ser conocida, toca profundamente mi corazón. Se trata del tema “Las ausencias”, del disco “El hombrecito del mar” de León Gieco, un viejo roquero como yo, que desde la vecina Argentina ha ido acompañando siempre mi vida, con algunas de esas letras que se gravan en el alma de quien sabe escuchar.
Las ausencias son más que primaveras, siempre ofrecen flores eternas, el amor, lenguaje de la vida, lejanía infinita
Nunca fui una persona nostálgica, el pasado, para mí, siempre fue una reserva de combustible para continuar el camino. Nunca me aferré a personas, afectos, lugares… no por insensible, sino porque llevo conmigo todo ese equipaje afectivo, no lo dejo atrás, sino que pasa a formar parte de mi historia y de mi memoria, sin abandonarme nunca. Por eso no me aferro al pasado, sino que lo cargo conmigo. Sin embargo, hay momentos, tal vez etapas en la vida, en que uno siente todo lo que fue dejando por el camino.
Las ausencias aparecen de la nada, en cualquier momento del día, como un refugio de los sueños, victoriosos, perpetuos
A pesar de lo incómodo del viaje, esta canción fue descubriendo en mi memoria imágenes, nombres, lugares, experiencias, sonrisas y llantos, encuentros y despedidas. He vivido una historia apasionante, llena de abrazos y sonrisas, de afectos temporales con sabor a eternidad, de confidencias y sueños compartidos, de luchas y esperanzas. También hay muchos fracasos, evidentemente, mucha gente a la que no entregué todo lo que pude, muchas palabras y gestos que debía haber reprimido, muchas decisiones mal tomadas y mucho daño producido.
Las ausencias que uno no quiso que fueran cumplen años y no envejecen…
Las ausencias comienzan con dolor, luego el llanto se va mitigando, te hace fuerte, te va elevando sobre huellas de salvación
Sin embargo, hoy me siento agradecido, por estas ausencias que me invaden. Este año perdí a mi madre, en realidad, he perdido a muchas madres y padres, hermanos y hermanas que la vida me fue regalando. Casi siempre desde la distancia, he tenido que despedir personas entrañables en diferentes lugares, en mi tierra natal y en diversas tierras de esta Latinoamérica que me nutre. No sé si habré dejado o no huella en muchos o en pocos corazones, no sé si habré servido para sembrar un poco de esperanza en la vida de alguien, o si habré conseguido sostener a alguien en medio de sus angustias y miedos. Lo que sí sé, es que la vida me ofreció siempre personas y situaciones que me ayudaron a crecer, a ser mejor, a romper con mis muros internos, a descubrir horizontes nuevos. Una de las palabras más bonitas del portugués es, precisamente, “saudade”, un recuerdo que duele por la ausencia pero que se rememora con agradecimiento.
Siempre presentes como el aire al respirar
Es la gran paradoja de los ausentes. No importa el tiempo que pasó desde que nos dejaron, siempre están presentes, forman parte de nuestra vida, como referencia constante, como guía incansable, como abrazo eterno, como mirada compasiva que siempre nos acompaña.
Recomiendo tomarse un tiempo y, en un lugar silencioso y tranquilo, escuchar esta canción y dejar que la memoria se desate. Solo ella, la memoria, sabe de la capacidad que tiene para lanzarnos al futuro. No es su intención aferrarnos a lo perdido, sino confirmarnos la presencia de los ausentes a nuestro lado, en nuestro interior, como el aire al respirar.