miércoles, 18 de diciembre de 2013

¡Y llegaron las lluvias!

Después de diversos intentos frustrados, finalmente el cielo se abrió derramando mares de bendición y vida. Por muchas semanas los rostros campesinos recorrían la distancia que hay entre la resquebrajada tierra seca y el inmenso cielo azul, como buscando en el infinito, como suplicando. Las semillas depositadas con cariño en la tierra, apenas humedecida por unas tormentas pasajeras, dormitaban en medio de la incertidumbre. ¿Será que no va a llover más? ¿Habremos perdido la cosecha por apresurar la siembra? De nuevo violentas tormentas nos visitaron, con chaparrones de esos que lavan la tierra en lugar de fecundarla. Incluso el granizo nos azotó sin piedad, arrasando los primeros brotes que se erguían en las tierras más prósperas. Pero el tiempo iba pasando y el sol continuaba firme, orgulloso, adueñándose del cielo y de la tierra.

En estos días una nube viajera decidió descansar un poco en la destacada cumbre del Tuti (montaña próxima que desde antiguo ha servido como servicio de meteorología para este pueblo que sabe leer como nadie las señales de la naturaleza). Un sombrero en la montaña más destacada de la región, una blanca cabellera sobre el milenario cerro, una buena señal para quien día y noche busca resolver los enigmas del clima, pues de él depende su vida. 

Y, efectivamente, como si se tratase de la mejor y más esperada predicción meteorológica, el Tuti hizo renacer la esperanza del campesino, el vigor de la semilla, la vida de esta tierra dura y maltratada. Unos pocos días después comenzaron a caer las primeras gotas, dispersas, como asustadas. Poco a poco la lluvia se volvió pertinaz, constante, como quien empieza a gustar y ya no quiere parar más. Día y noche fuimos bendecidos por una cortina de agua, fina, cariñosa, besando el suelo al caer, acariciando las piedras, fecundando esta tierra sedienta, preñando su ardiente deseo de vida. 

En estas alturas andinas estoy aprendiendo a leer y amar la literatura ancestral de la naturaleza. Hasta ahora mi vida dependía de tantas y tan complejas cosas, que había olvidado la sencilla y, al mismo tiempo, radical relación que el ser humano tiene con la tierra, con esta Madre que nos sustenta y soporta, que nos sufre y perdona. Somos de la tierra y de ella dependemos. El sol en su justa medida, el agua a tiempo, el frío sin exageraciones, el calor cuando sea necesario, todo en esta naturaleza todavía viva es importante. De cada pequeña cosa dependerá que haya alimento o no, que el año sea próspero o que nos toque apretar los puños, los dientes y el estómago. 

Nunca como ahora descubrí con tanta claridad lo delicada y apasionante que es la vida cuando nada en ella está asegurado. Y en medio de esta incertidumbre, temida y rehuida por muchos, emerge con la misma claridad el verdadero sentido de la vida, el radical valor del día a día, la profunda emoción de la auténtica aventura humana.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Vos eres mujer y me entiendes

Homenaje a la Madre Tierra y a la mujer boliviana.
Madre Tierra, mamita nuestra
Vos eres mujer y me entiendes
Yo sé que me entiendes

En nuestras entrañas
Como una insignificante semilla
Descansa la energía vital
Que renovará el mundo
De nuestra sangre
Tantas veces derramada
Por la violencia machista
Nacerá la ternura
Que, como suave caricia
Transformará la vida

Mamita, Tierra nuestra
Vos eres mujer y me entiendes
Sí, yo sé que me entiendes

Como yo
Tú sabes lo que es el desprecio
Expoliadas
Explotadas
Humilladas
Por la mano de quien no sabe amar
Por el odio de quien se cree superior
Por la codicia de quien adora el oro
¡Nos han violado tantas veces!

En tu silencio sufriente
Escucho el eco de mi dolor
Abandonadas
Insultadas
Maltratadas
Nuestras heridas abiertas
Transpiran tanta rabia acumulada
En siglos de sumisión y ofensa

Mamá, Tierra nuestra
Vos eres mujer y me entiendes
Seguro que me entiendes

Nos han extraído la vida
Llenándonos de vergüenza
Nos han transformado en basura
Ocultando nuestra belleza
Nos han usado hasta agotarnos
Para que no pensemos
Para que no sintamos
¡Para que no nos rebelemos!

Madre Tierra, mamita nuestra
Vos eres mujer y me entiendes

En cada surco abierto con esfuerzo
Mis lágrimas bautizaban las semillas
Y en cada flor sonriendo en la mañana
Vos alimentabas mi esperanza
Con el amor de quien me conoce
Acogías siempre mis dolores
Y en tu regazo eterno
Arrullabas con paciencia mis lamentos

Tierra Madre, mamita mía
Juntas hemos construido la historia
Y juntas levantaremos el futuro
Con el amor de los hijos 
Cuando su corazón se ablande
Con la rebeldía de las hijas
Cuando su dignidad descubran

Madre, Tierra nuestra
Vos eres mujer y me entiendes
Estoy segura de que me entiendes
Y estoy segura también
Que algún día nos entenderán
Quienes lloran su feminidad en silencio
Las madres despreciadas
Las mujeres maltratadas 
Las hijas violadas
Por monstruos salvajes

Madre Tierra, mamita nuestra
No soportemos más este oprobio
Que nuestro dolor se levante 
Y como huracán indetenible
Arranque para siempre
La mano que golpea
El insulto que ofende
La ambición que explota
La inconsciencia que contamina
La injusticia que nos domina

Madre Tierra, mamita querida
Vos eres mujer y me entiendes
Sí, yo sé que me entiendes.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Aquí se está fraguando una revolución

Está terminando el año escolar. Eso significa enormes sonrisas en los rostros estudiantiles, aprietos de última hora de quienes no fueron previsores, trabajo acumulado de docentes y administrativos, expectativa ante las vacaciones, planes para aprovechar ese largo tiempo trabajando para colaborar con la familia… Para la mayoría de los estudiantes, las vacaciones escolares son única y exclusivamente eso, escolares.

Para quienes vivimos para la educación, estas fechas suelen ser un tiempo de preparación, de programación, de elaboración de materiales, de sistematización… No es precisamente tiempo de descanso, aunque sólo el hecho de cambiar la rutina ya ayuda a desconectar un poco. 

Las vacaciones escolares de este año serán muy especiales para todos nosotros. El 2014 será un año de transformaciones radicales y, esperemos, definitivas para la educación boliviana. La nueva ley de educación que venía gestándose lentamente, será definitivamente implantada en todas las etapas educativas. Los desafíos son impresionantes. No se trata de nuevas metodologías, nuevas didácticas o nuevos contenidos, sino de una verdadera transformación de la educación. Una nueva educación para un nuevo país y, como consecuencia, para un nuevo mundo. El cambio debería afectar a toda la realidad educativa, a todos los agentes, todas las instituciones y todos los proyectos. 

El punto de partida de la nueva ley de educación es la decisión de abandonar definitivamente el paradigma del desarrollismo, de la sociedad del bienestar, del consumismo como motor económico, de la riqueza como horizonte de felicidad. Bolivia ha decidido aceptar lo innegable: el modelo económico neoliberal, con sus conquistas de bienestar y consumo, no puede y no podrá ser nunca universal. Para que unos pocos países, o unos pocos sectores de la población dentro de cada país, disfruten de los beneficios de la riqueza, se necesitan muchos, muchísimos pobres, excluidos, explotados o, simplemente, ignorados en su miseria y dolor. Nadie con un mínimo de inteligencia pueda hoy negar esta evidencia. Y no sólo desde el punto de vista humano, también desde una visión planetaria. El paradigma de vida y consumo de los países ricos está llevando la Tierra a un irremediable colapso, colocando en riesgo hasta la supervivencia misma en este planeta.

Delante de este panorama, sólo existen dos opciones: seguir por la senda de la autodestrucción o emprender nuevos caminos que nos conduzcan a nuevos destinos, más felices, mas universales, más dignos y más duraderos.

Bolivia ha decidido emprender un camino diferente. No se trata de un camino completamente nuevo, puesto que mirando para atrás en la historia y para abajo en la escala social, ha descubierto que en las raíces de esa realidad invisible y por tanto tiempo ignorada en este país, en las culturas más antiguas, en los verdaderos hijos (que no dueños) de esta tierra, ya existían las claves de ese nuevo paradigma. Los pueblos originarios persistieron durante siglos y siglos en perfecta armonía con la naturaleza, garantizando una vida digna para todas las personas y para todas las generaciones, sin hipotecar el futuro, sin infernar el presente, sin esclavizarse al deseo irrefrenable de poseer, sin negociar con la dignidad de las personas. En las raíces más antiguas de esta tierra existe una semilla de profunda y radical transformación, una auténtica revolución del modelo dominante que, hasta ahora, nos habían presentado como único.

latinoamericana.org
Un nuevo paradigma (denominado “Sumak Kawsay” o “Sumak Kawsay” y que se puede traducir como “Buen Vivir”) antropológico, social, económico y ecológico, exige la transformación profunda de mentalidades, de conciencias, de voluntades y de horizontes. Una nueva forma de vivir para la construcción de un mundo diferente, que sólo será posible con personas nuevas. Por eso la actual reforma educativa es tan necesaria y los cambios que propone tan radicales. Una nueva educación, que provoque una nueva ciudadanía, protagonista de un nuevo modelo político (Democracia participativa) y constructora de un nuevo paradigma existencial (el Buen vivir para que toda la humanidad pueda ser feliz en armonía con la Madre Tierra). Una educación libertadora, holística, integral, transdisciplinar, socioproductiva (para lograr la seguridad y soberanía alimentaria), vocacional, transformando las escuelas en comunidades de aprendizaje, rescatando y garantizando la cultura de cada pueblo y nación. Un nuevo modelo educativo, combinando perfectamente los nuevos paradigmas científicos y las cosmovisiones de los pueblos originarios, superando completamente la visión materialista, utilitarista, mercantilista, mecanicista y consumista del ser humano y del mundo que la cultura occidental nos ha impuesto hasta ahora. Se trata pues, de una profunda transformación de las estructuras, de las conciencias, de los corazones, de las voluntades, de las sociedades, de las cosmovisiones, de la existencia. 

¡En Bolivia se está fraguando una verdadera revolución!

miércoles, 20 de noviembre de 2013

La sagrada hoja de coca

Uno de los descubrimientos más importantes desde que estoy en esta tierra andina es la hoja de coca. La planta de la coca fue considerada, desde la antigüedad, la hoja sagrada de los dioses, de los sabios, de los sacerdotes, etc. La coca era un elemento indispensable en los rituales religiosos, en las oraciones, en las bendiciones, para pedir un clima favorable, para rogar a la Pachamama buenas cosechas, para despedir a los difuntos y comunicarse con los antepasados, para interpretar la realidad, para conmemorar las fechas más importantes del calendario Inka, para encontrar las respuestas a los problemas de la vida… 

Curiosamente, la hoja de coca que era exclusiva de las élites religiosas y políticas, con la llegada de los invasores españoles y después de un corto periodo de prohibición (por su relación con rituales considerados “paganos”), su uso y consumo se extendió por toda la población. El motivo es triste y contradictorio con la esencia de esta planta sagrada. La hoja que servía para comunicarse con los dioses, era también fuente de energía y paliativo para el hambre. Los colonizadores descubrieron rápidamente que sus esclavos, indígenas originarios, trabajaban más, necesitaban menos comida y enfermaban menos consumiendo la hoja sagrada. A partir de ese momento la hoja de coca se transformó en instrumento de explotación. La única consecuencia positiva de todo eso fue la generalización del consumo de la coca entre la población originaria. Ahora ya no era la hoja de la élite, sino la hoja del campesino, del minero, del pastor, del pueblo de la tierra, de esta raza de bronce que hizo del pijcheo (masticar la hoja) una costumbre, un ritual, una forma de vivir. Junto con la llujkta (pasta hecha con cenizas de vegetales que aumenta los efectos de los componentes de la coca), la hoja se transforma en combustible para el cuerpo, alimento, compañía, abrigo y entretenimiento durante las horas de trabajo o en los momentos de descanso.

De su empleo en rituales religiosos me gusta mucho el uso de la hoja de coca como comunicadora, como vehículo para elevas las oraciones, deseos, peticiones, preguntas, etc. a la divinidad. En el imperio Inka no existía la escritura (aunque sí había un sistema de registro contable y comercial muy complejo y rico llamado Kipus, que eran nudos amarrados en cuerdas de lana de llama de diferentes colores), por eso, en las oraciones, la gente colocaba la hoja de coca en su frente, en sus labios y en su corazón, y en la hoja depositava todos sus deseos, peticiones, agradecimientos, todo cuanto deseaba decir a Dios. El sacerdote después recogía las hojas “cargadas” de oraciones y las quemaba, transformándose en humo que se elevaba hasta los oídos de Dios y en ceniza que después volvería a su Madre, la Tierra, de donde había nacido la hoja sagrada, mensajera y portadora de vida.

Siendo más práctico, la hoja de coca se ha transformado para mí en un excelento remedio para mis problemas intestinales crónicos. Desde que transformé el consumo de coca en un hábito diario, el colon sensible y fastidioso que tantos problemas me ha dado en mi vida, se ha calmado y, prácticamente, normalizado. 

Lástima que mentes enfermas y crueles transformaron la coca en negocio, extrayendo su esencia para, de forma artificial, transformarla en droga que enriquece a unos pocos a costa de la vida de millones. Por culpa de ellos se ha demonizado la hoja sagrada. Y por culpa de la ignorancia se prohibe y persigue a quien la porta y consume, de forma natural, fuera de nuestras fronteras. También es verdad que si se popularizase el consumo de la hoja de coca como remedio natural, rápidamente aparecería alguna empresa farmacéutica del “norte” diciendo que ellos ya habían registrado la patente… Desgraciadamente, ése es el mundo que tenemos…

Mientras tanto continuaré pijchando coca, agradeciendo por este maravilloso descubrimiento y elevando a Dios, por medio de la hoja sagrada, mis oraciones por este pueblo que trabaja, sufre, celebra y ama, siempre con el pijcho (bola) de coca en la boca.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Sembrando la vida

Estamos en época de siembra. Aprovechando las primeras lluvias de la temporada, que dulcemente han ido aflojando la tierra, es el momento de empuñar el arado, encordar los toros y levantar la piel de la Madre Tierra para despertar su vitalidad. Los arados han ido poblando los terrenos que parecían abandonados. Las familias se reúnen para colaborar en la preparación de la tierra, en la construcción del futuro. Una vez que los toros y los arados hagan su trabajo, vendrá el tiempo del guano (abono natural y orgánico), fertilizando una tierra herida por el frío y la sequía, una tierra ansiosa por engendrar vida, una tierra que conoce bien su papel en la historia de este pueblo, una tierra que espera paciente a que llamen a su puerta, para desplegar amorosa y fielmente toda su fuerza vital. 

Ha llegado, entonces, el momento de la siembra. De nuevo la familia se reúne y como una sola mano, irán depositando en cada surco las semillas de sus sueños, de su futuro, de su alimentación, de su dignidad. En cada semilla hay un potencial único, gigante y, al mismo tiempo, delicado. Bastará un poco de agua y de sol para que su corazón germine y la vida renazca. Pero bastará también una granizada, o un exceso de sol abrasador, o un retraso en la necesaria lluvia, para que su vitalidad se extinga y, con ella, el sueño de un mañana mejor. 

Coincide la siembra con el final del año lectivo. Mientras nuestros estudiantes siembran con sus familias, en pocos días cosecharán los frutos del esfuerzo realizado durante el año. Serán frutos dulces o amargos, como la vida misma. ¿Habremos sabido cuidar de cada semilla, de cada estudiante, para que ahora pueda germinar y florecer, apuntando para un futuro lleno de posibilidades? ¿Habremos sido capaces de descubrir el tesoro oculto en cada corazón o habremos ignorado su riqueza peculiar y única? ¿Habremos preparado bien la tierra y colocado el abono necesario para que ahora, cada estudiante, pueda descubrir la vida que se despierta dentro de su ser y, como loco enamorado, mire hacia el futuro lleno de esperanza y optimismo? 

No tengo respuestas todavía, sólo la esperanza de no haber cometido muchos errores. Sólo espero que no hayamos dejado los campos más necesitados abandonados a su suerte, por cuidar de quien menos precisaba. Espero que no hayamos ignorado los gritos de angustia, de soledad, de tristeza de nuestros adolescentes. Espero que no hayamos forzado el ritmo de cada semilla, acelerando sus pasos vitales para cumplir nuestros plazos mentales. Espero que no hayamos tratado a las personas como si fuesen vacas. Espero que no hayamos frustrado la felicidad y el futuro de estas semillas que, como tesoros, fueron confiadas a nuestras manos.

Es el tiempo de la siembra. Sin embargo, en la escuela, todos los días son tiempo de siembra, de abonar, de regar, de cosechar. Todo los días son tiempo de compartir esfuerzos y sueños, haciendo lo que sea necesario para que, lentamente, vayan germinando en la vida de nuestros estudiantes.

sábado, 2 de noviembre de 2013

¡Aquí hay un pueblo que trabaja!

No deja de sorprenderme la impresionante capacidad de trabajo de nuestros chicos y chicas. Algunas cabezas estrechas y llenas de prejuicios insisten, siempre que pueden, en que este pueblo es flojo. Debemos habitar países diferentes. Sólo puedo hablar de lo que veo a diario, de las personas con las que convivo.

El camión llega cargado de alimentos y tocando la bocina para solicitar ayuda. Una tropa de “hormiguitas” surge del comedor, de las salas de estudio, de los cuartos, de donde estén, abalanzándose sobre el camión para agarrar y llevar las diferentes cargas. Podemos imaginar la escena: un montón de niños y niñas, preadolescentes y adolescentes, teniendo que descargar un camión lleno de cajas y sacos pesados, con papas, latas de sardina, y toda clase de verduras y hortalizas, además de productos de limpieza. En cualquier otro lugar habría que llamar una y otra vez, pedir por favor que ayuden, exigir que vengan rápido, insistir para que no se hagan los despistados. Todo eso aquí es innecesario. Basta escuchar la bocina del camión para que salgan corriendo a su encuentro y, lo que podría parecer más increíble, todos empujándose para agarrar las cargas más… ¿pensó que iba a decir “más ligeras”? ¡Pues no! Todos empujándose para agarrar el saco más grande, la caja más pesada. Y como locos salen corriendo para dejar en su lugar la mercancía y volver lo más rápido posible para que no le quiten la siguiente carga. 

En sus espaldas y hombros han viajado toneladas de papas, cientos de adobes, enormes bultos de paja y otras hierbas. Sus músculos parecen no caber en cuerpos tan pequeños. A veces hasta en las condiciones más adversas, con lluvia, con frío, no importa. Con las alpargatas hechas de neumáticos en sus pies desnudos, con la bermuda de dormir, sin la camisa para no mancharla (cada una, de las pocas que tienen, es un tesoro), sin reclamar, sin rehuir, sin perder la sonrisa. 

Y no pensemos que es porque les hemos acostumbrado, ellos son los que me están enseñando a descubrir lo divertido de cargar pesos, de abrir agujeros en la tierra, de levantar piedras, de pelar papas, de limpiar cuartos y baños, de cortar paja, de limpiar las calles, en definitiva, lo divertido de trabajar.

Nuestros chicos y chicas viven trabajando, ayudando a sus padres en el campo, en la casa, con los animales. Antes de que salga el sol ya están en pie, dispuestos, preparados para lo que venga. Juegan trabajando, sufren trabajando, crecen trabajando, aprenden trabajando, aman trabajando y vivirán trabajando, porque en eso consiste su destino. 

Cuando llega el final de semana, en vez de pensar en descansar, en ir a sus casas con sus familias para no hacer nada, nuestros chicos y chicas van a trabajar: al campo con su familia, a pastorear ovejas y toros, a la ciudad para vender alimentos hechos en la madrugada, para ganar unos pesitos ayudando en obras y construcciones… su vida es trabajar. Y el domingo vuelven al internado cansados, quemados por el sol, con las manos abiertas, con el rostro curtido por la dureza de la vida, pero sin perder nunca la sonrisa.

Niños, niñas, adolescentes, jóvenes, adultos, hasta los más ancianos, me dan, una y otra vez, lecciones de sacrificio, de esfuerzo generoso, de sufrimiento silencioso para conseguir el fin perseguido.
Aquí hay un pueblo que trabaja. ¡Y trabaja harto!

domingo, 20 de octubre de 2013

Por las calles de la dignidad

Hoy, 20 de octubre, hemos celebrado los 107 años de la fundación del Municipio de Anzaldo. Como en todas las fiestas importantes, no faltaron los actos oficiales, discursos y desfiles. Con presencia de diversas autoridades del Valle Alto, del Departamento de Cochabamba y del Estado Plurinacional de Bolivia. Y junto a los actos elegantes, la fiesta en la calle, la serenata hasta el amanecer, las chicherías llenas y la ciudad repleta de gente proveniente de todas las comunidades que conforman este esforzado Municipio.

No soy amigo de desfiles, quien me conoce sabe que me aplico perfectamente el verso del poeta: “En la fiesta nacional, yo me quedo en la cama igual, que la música militar nunca me supo levantar”. Sin embargo, hoy quiero hablar del desfile cívico-militar realizado en Anzaldo, como símbolo de un desfile mayor, nuevo, diferente, profético.

Hoy, por la calle y plaza de la ciudad, en presencia del pueblo y de las autoridades municipales, departamentales y nacionales, de las autoridades políticas, educativas y militares, marchó con orgullo la verdadera Autoridad, el pueblo más sencillo y trabajador, el pueblo que sostiene día a día el país. Para quien está acostumbrado a mirar sólo hacia arriba, imagino que este desfile le parecerá ridículo: grupos de campesinos, hombres y mujeres con sus con ropas que parecen andrajos (y seguro que muchos se colocaron sus mejores galas) de forma desordenada y sin elegancia, sin protocolo ni paso marcial, enarbolando la bandera tricolor boliviana y la wiphala (que es mucho más que una bandera). No era un desfile de gente elegante, bien bañada y perfumada, sino que era la marcha del pueblo de la tierra, que venía acompañándolos en sus abarcas, en sus ropas y en su piel curtida por el trabajo diario. 

Hasta hace unos pocos años esta gente era sólo una masa anónima, ignorada, olvidada, excluida de todas las mesas donde se negociaba e hipotecaba este país. Hoy el campesino, el pueblo de la tierra, ha recuperado su dignidad robada. Hoy son tratados como pueblo boliviano, como sujeto de derecho, como ciudadanos libres y soberanos, como Autoridad máxima de este Estado Plurinacional, donde cada pueblo es reconocido como una verdadera Nación. 

Alguno pensará que estoy haciendo apología del Estado o de sus gobernantes, ¿para qué haría eso, si los hechos hablan por si solos? No hago apología ni discurso ideológico, estoy hablando de la felicidad en los rostros, de las sonrisas amplias con escasos dientes teñidos de verde por la sagrada coca que nos sustenta y anima, de los ojos brillando al ser aplaudidos por alcaldes y coroneles, del paso desordenado de quienes viven empujando arados y aventando el trigo, del brazo en alto de quienes siempre fueron obligados a llevar la cabeza gacha. Hablo de hombres y mujeres, ancianos muchos de ellos, que disfrutan por primera vez de un trato digno y respetuoso, en la misma ciudad que muchas veces los humilló y maltrató. Hablo de mujeres organizadas y capacitadas para defender sus derechos, aunque todavía la lucha sea larga. Hablo de campesinos organizados, atendidos en sus demandas, auxiliados en su ingrata forma de vida. Hablo, en definitiva, de un pueblo que ayer no era pueblo y hoy desfila con orgullo y respeto, aplaudido por sus vecinos y autoridades, abrazado por la Madre Tierra que lo alimenta y cuida, bendecidos por Tata Inti (Padre Sol) que siempre los acompañó en su eterno peregrinar.

¿Cuántos desfiles como éste necesitaríamos realizar en el mundo para demostrar que sólo cuando los últimos se sientan y sean tratados como “gente”, el mañana de paz y justicia dejará de ser un sueño, convirtiéndose en una bonita realidad?

sábado, 5 de octubre de 2013

¡Que comiencen las lluvias!

El invierno seco y frío de estos meses ha herido la tierra, resquebrajando su piel y desecando sus venas. Sus manos gélidas fueron arrasando con hojas y flores, desnudando árboles y pintando de monotonía el paisaje. Pero sus últimos días están llegando, aunque como borrachito obstinado se resista a marcharse, agarrándose con fuerza a los últimos vientos y a las cada vez más frecuentes nubes. Y en esta interminable despedida, un deseo, una necesidad y una urgencia se filtran en todas las conversaciones: ¡que comiencen las lluvias!

Los duraznos en flor nos anunciaron que la vida está retoñando. Los jacarandás ya cubren su desnudez con una infinidad de flores moradas, rompiendo la monocromía andina. También los tacaños chillijchis (ceibo, árbol que florece cada dos o tres años) vestidos de rojo parecen pendones de chichería, anunciando que la cosecha está lista. En pocos días una infinidad de manos infantiles los despojarán de su roja cubierta, llenando ollas con agua hirviendo para preparar un nutritivo acompañante de carnes y verduras.

Y cuando el frío se aleja, la atención de todo el pueblo se concentra en las señales: unas nubes cubriendo la cabeza de una meteoróloga montaña (y que nunca falla en su predicción), un viento fuerte que surge repentino al atardecer, un pájaro cantando en lo mas alto de un pino. Cualquier signo sirve para alimentar la esperanza de que la lluvia está llegando. La bendita agua que hará germinar las semillas. La lluvia suave y pertinaz que traerá de vuelta torrentes y quebradas, ahora ocultas bajo el peso de las piedras. Los temporales repentinos que someterán y humillarán la polvareda de los caminos, hasta ahora dueña de la atmósfera invernal.

Mientras esperamos la lluvia, las manos andinas van preparando la tierra que recibirá la semilla de sus esperanzas y el agua que las transformará en frutos. Es el momento en que los toros muestran todo su valor, su fuerza y su habilidad para arrastrar los pesados arados, guiados por la mano y la voz de sus dueños, con firmeza respetuosa, con la energía de quien sabe que su vida depende de cada surco, de cada terruño levantado. La coca ayudará, como siempre, a enfrentar el calor del día, el peso del sol, el agujero eterno en el estómago, el cansancio acumulado.

¡Que llegue el agua anunciando la siembra y que haga fructificar nuestros esfuerzos, para que nunca más en esta tierra se trabaje para otro! ¡Que vengan las lluvias lavando nuestros corazones secos e ingratos! ¡Que comiencen las lluvias y se lleven la tristeza y el hambre, la miseria y la soledad! ¡Que caigan mares del cielo, transformando en vergel esta tierra maltratada, este suelo áspero, esta vida pesada y dura que, muchas veces, arrastramos sin destino!

sábado, 21 de septiembre de 2013

El viento de la luna llena (Puri Killa)


Foto de Andrés Figueroa Z; Tomada de: Fotografía de Naturaleza.
Cuentan las bocas de este pueblo que cuando Mama Killa (la Madre Luna) se muestra plena, orgullosa, resplandeciente, la tierra responde a tan maravilloso espectáculo con impetuosos vientos, que corren aullando entre las piedras y levantando el polvo de los caminos. 

No sé si será por causa de la envidia de Pachamama (Madre Tierra) al contemplar como su rival se roba el protagonismo de la noche, espléndida y hermosa, seductora y mágica. Delante de tamaño derroche de presuntuosidad y exhibicionismo, la Madre Tierra, experimentada y sabia, sopla día y noche para levantar nubes de polvo, eclipsando el cielo, cegando los ojos curiosos y obligando a cubrir el rostro. La envidia es como un virus que no perdona a quien lo acoge. Mediante una vertiginosa reproducción va invadiendo nuestros afectos y controlando nuestros sentidos, hasta que terminamos percibiendo el mundo como un cruel enemigo que nos odia y maldice.

Cordillera del Tunari (Cochabamba - Bolivia).
Yo prefiero pensar que el motivo es otro. Me gusta más imaginar que en los días de luna llena, Pachamama sopla durante el día para empujar a Tata Inti (Padre Sol) y acelerar el espectáculo nocturno. Después soplará durante la noche para recordarnos con sus silbidos que, caminando o acostados, despiertos o dormidos, una hermosa y luminosa presencia nos acompaña, velando nuestros sueños, cuidando nuestros rebaños, encantando a la tierra que, al amanecer, recibirá sus esfuerzos y producirá su sustento. Prefiero imaginar a Pachamama preparando el cielo para recibir a Mama Killa en su máximo esplendor, apartando nubes, arrastrando humos y polvaredas, abrillantando el palco nocturno de su compañera y hermana.

Delante de la belleza y florecimiento de los otros debemos escoger entre dos caminos opuestos. Carcomernos por la envidia y hacer lo imposible por eclipsar su brillo o alegrarnos con su esplendor, dejando que su luz nos ilumine, que su alegría nos inunde y el amor nos hermane. Delante de la luna llena algunos prefieren, estúpida decisión, apartar la vista y enterrarla en el polvo. Demasiada belleza para quien todo lo ve desde su fealdad disimulada.

Que el viento de la luna llena nos recuerde que la felicidad y conquistas de los otros serán también nuestras cuando los veamos con ojos amorosos, con empatía fraterna, con corazón generoso.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Y los duraznos florecieron

Autor: Agustín Medina.Foto tomada de fotocommunity.es
Después de meses sufriendo la dictadura del ocre, invasor de campos y plantas, cerros y horizontes, una tímida y pequeñita flor de color rosa comenzó a revolucionar el paisaje, anunciando que el duro invierno está llegando a su fin. Aunque todavía la sequía domina, algunas tormentas nos anuncian que la bendita, deseada y necesaria agua está llamando a la puerta. El intenso frío va siendo confinado, poco a poco, a las horas del amanecer, empujado por el calor del día y las noches cada vez más templadas. Y en los campos, junto a las casas u ocupando extensiones donde la tierra lo permite, el durazno se viste de rosa.

No es esta un tierra de vivos colores ni de estallidos cromáticos. Solamente la retama, con su perenne amarillo y como guerrillero sorpresivo, quebranta el dominio del ocre. Con la llegada de las lluvias el verde se crece, orgulloso y presumido, sabedor de que tiene apenas unos pocos meses para mostrar todo su esplendor. Y en medio del verde naciente, los duraznos se adornan con una infinidad de reflejos rosas.

No importa que el árbol no tenga todavía ni una hoja, ni que sus ramas desnudas continúen expuestas a fríos e insectos. Esta flor, diminuta, insignificante, consigue adueñarse por completo de su padre vegetal, transformando el espectro invernal que era en un maravilloso ramo rosa, adornando, embelleciendo y alegrando nuestra tierra dura y austera. 

Esta flor nos recuerda que no hay invierno eterno ni frío capaz de matar la vida, que no hace falta ser grande, ni poderoso, ni llamar mucho la atención para vencer las inclemencias y hacer florecer la primavera. Con su paciencia infinita, su intrascendente apariencia y su resistencia silenciosa, el durazno va trabajando ocultamente, tejiendo sueños en su interior, alimentando la vida en lo oculto. Hasta que llega el día en que todo lo que estaba escondido sale a la luz y lo que parecía sin valor se revela con toda su fuerza revolucionaria. Y ese día, lo que era simple fachada caerá por tierra como un fantasma, incapaz de sostener su discurso vacío por falta de hechos y de frutos. 

Desde el silencio, desde el anonimato, desde la insignificancia, este pueblo continúa enfrentando inviernos, soportando penurias y resistiendo miserias. Pero en su interior más oculto una fuerza vital va emergiendo, una esperanza viva y real se forja disimuladamente. Llegará el día en que este pueblo florezca en todo su esplendor, ganándose el respeto y la dignidad que por siglos le fue robada. Ese día el horizonte se volverá rosa como la flor del durazno, anunciando que mañana será diferente. Ese día nuestro Padre, Tata Inti, y nuestra Madre, Pachamama, transformarán el agradecimiento constante de sus hijos e hijas, del pueblo de la tierra, en una fiesta eterna, la fiesta de la vida, la paz y la justicia.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Viendo la vida pasar

Me sigue impresionando sobremanera la escena de nuestros abuelitos y abuelitas, sentados en la puerta de la casa, contemplando el mundo en silencio, ocupando sus manos en tareas rutinarias o, simplemente, viendo la vida pasar por delante de sus cansados ojos.

En cada uno de sus rostros descubro un reflejo perfecto de toda la geografía andina. Sus montañas y valles, sus pampas y ríos, me ayudan a intuir una vida llena de sacrificios, de esfuerzos, de sudores derramados, de encuentros amorosos, de felices risotadas y de dolorosas lágrimas. En el mapa de sus rostros puedo leer la historia de esta tierra, la dureza de este suelo ingrato, la esperanza de un amanecer luminoso, opresiones y humillaciones, luchas y rebeliones, sueños frustrados y derechos conquistados. 

A veces los acoge la generosa sombra de algún árbol, tan escasos como fundamentales. Otras veces, la mayoría, se sientan al sol, recibiendo agradecidos su calor, su energía, su fuerza. Ahora que la vida poco a poco los va abandonando, Tata Inti (Padre Sol) es su principal aliado. 

Contemplan la Pachamama (Madre Tierra) que los vio nacer, que los alimentó, que los hospedó, testigo silencioso en los momentos felices y en las situaciones de dolor. Hoy contemplan como la Madre extiende hacia ellos sus brazos acogedores, cariñosos, invitándolos al encuentro decisivo, al viaje hacia la esencia más profunda de la vida, hacia el intercambio pleno y definitivo de la energía que nos constituye.

Mientras tanto esperan pacientes, tranquilos, viendo la vida pasar. Nunca falta en sus bocas un buen día o una buena noche. En sus manos, siempre ocupadas, la herencia de una vida de trabajo. En las manos femeninas podemos encontrar un huso para hilar la lana, un aguayo que remendar o unas papas para pelar con prodigiosa habilidad. En las manos masculinas, más perezosas que las de la mujer, la bolsa de hojas de coca para elevar el espíritu y engañar al estómago, molesto compañero que siempre nos recuerda tanto las carencias como las exageraciones. Y casi siempre la mirada perdida, en la calle, en la tierra, en las piedras o en el horizonte, como buscando lo que vendrá, como adivinando lo que será, como leyendo lo que ya fue. Una mirada aguada, profunda, humilde. Y por detrás de ella un universo completo, una historia realizada, una colección de nombres, de experiencias, de afectos. 

Nuestros abuelitos y abuelitas nos recuerdan que, aunque intentemos devorarnos la vida, el tiempo, inexorable escollo, nos acaba colocando en nuestro lugar. Somos pasajeros, eternos viajantes por las sendas de la vida, partículas dispersas en un universo en continua transformación. Somos pasajeros y el verdadero desafío se encuentra en descubrir y disfrutar del sentido, el sabor y la compañía en cada etapa del viaje.

martes, 13 de agosto de 2013

Miradas

Desde la más profunda negritud de sus ojos, el pueblo de la tierra sabe expresar sus sentimientos. Esperanza, alegría, vergüenza, miedo, rabia, recelo, agradecimiento. Surgen del interior de un corazón enjaulado, acorazado, amurallado, que intenta revelarse contra tanta mordaza que la cultura y la sociedad le han puesto. Un corazón sensible, tímido, agitado por innumerables emociones anónimas, desconocidas, espontáneas. Las palabras no saben nombrarlas, no existen conceptos para explicarlas, ni adjetivos para definirlas. Llegan repentinamente y revolucionan el corazón escondido. La armadura lo intenta silenciar, ocultar, reprimir. Sin embargo, existe una ruta de fuga que nunca podrá ser controlada, que nadie podrá clausurar ni obstruir. Los ojos hablan lo que la boca calla. Son ventanas por las que el corazón respira, gime, canta, agradece, ama…

El pueblo de la tierra es austero en palabras y ponderado en expresiones afectivas, pero sus ojos no entienden de moderaciones ni reservas. Como minas que se adentran en la tierra, desapareciendo entre frías rocas y amenazadoras sombras, sus ojos te invitan a descubrir un mundo desconocido, que intuyes rico, apasionante, tierno. Su rostro, sus manos, su voz intentan proteger ese tesoro oculto, manteniendo al extraño lejos de sus entrañas. Pero sus ojos, como cobardes traidores, acaban entregándolo sin misericordia. Como su Madre, la Pachamama, este pueblo tiene color de tierra, sabor de vida y unas minas abiertas que, al mismo tiempo, lo desangra y lo alimenta.

Las vivencias y emociones más íntimas de este pueblo encuentran, en sus oscuros ojos, una oportunidad única para darse a conocer, para proclamar su existencia, para expresar que nada ni nadie podrán endurecer su corazón vivo y tierno. Y aunque todos se empeñen en silenciar su intimidad, los ojos continuarán mostrando lo que lo agita y conmueve. ¿Sabremos interpretar ese lenguaje silencioso, ese penetrante paisaje azabache? ¿Sabremos adentrarnos con sagrada delicadeza por esas ventanas eternamente abiertas e infinitamente profundas que, constantemente, nos invitan a aventurarnos en su universo íntimo?

viernes, 2 de agosto de 2013

Timidez

El andino es un pueblo tímido, reservado, expectante. Algunos dirán que es desconfiado. ¿Quién no sería desconfiado después de siglos como extraño en su propia tierra? Generación tras generación, esta raza de bronce ha sido humillada, despreciada, ignorada. Nunca se valoró su historia, su cultura milenaria, el legado de las grandes civilizaciones que aquí existieron. Sus antepasados dominaron la agricultura, en condiciones nada favorables; la astronomía, sin contar con medios técnicos; la conciencia ecológica, sin protocolos ni agendas modernas; el cooperativismo y la política asamblearia, sin precisar de conceptos como democracia participativa o autogestión popular. Con la llegada de los “civilizados”, los pueblos originarios fueron “extranjerizados”, excluidos de su tierra, de la posibilidad de construir su propio futuro, condenados a un presente infernal.

La timidez es un rasgo de personalidad, un talante, una forma de ser. Sin embargo, en condiciones perpetuamente adversas, la timidez puede transformarse en mecanismo de defensa, en herramienta de supervivencia, en sabiduría para garantizar la propia existencia.

La mirada baja, el rostro inclinado, la palabra escasa, el sentimiento oculto, la afectividad silenciada… Son síntomas de un carácter socialmente compartido por quienes conocen demasiado bien insultos, miradas amenazantes, gestos de desprecio. Una armadura de ilusoria frialdad, de supuesta indiferencia, de aparente desconfianza los protege. Pero la mirada no engaña y nada sabe de esas defensas artificiales. 

Cuando la miseria carcome la resistencia de la persona, cuando la tristeza invade su alma o la traición hiere su corazón, cuando la soledad se instala en su vida o el dolor levanta un templo en su tierra íntima, las lágrimas brotan, la palabra se interrumpe y las defensas se derrumban estrepitosamente. 

Es fácil juzgar desde fuera, sin conocer, sin haber escuchado de verdad, sin apretar la mano temblorosa con la propia mano, sin haber olido la miseria y el dolor, sin sentir en mi piel la vida ajena. 

El pueblo de las alturas, esta raza con sabor a viento, lleva en su interior el fuego de Tata Inti (Padre Sol) y la moderación de Mama Quilla (Madre Luna), el ímpetu de la chicha y la paciencia de la tierra, la melodía de la quena y el retumbar del bombo, la mirada tímida y el corazón vibrante.

jueves, 25 de julio de 2013

La fiesta

Fiesta de Tata Santiago (Anzaldo).
En las alturas andinas, la monotonía del frío, del sol quemante, de la tierra ocre, del ganado aguardando para ser pastoreado, del ir y venir a los campos de cultivo, de la vida tranquila y rutinaria, parece imponer su lógica. Sin embargo, cada cierto tiempo, el poderío de la inercia es vencido por un acontecimiento especial y esperado: la fiesta.
Con mucha anticipación, el pueblo se prepara, arregla las casas y calles, ensaya las músicas y danzas, elabora la imprescindible chicha. La fiesta es ocasión de encuentro con los que ya no viven aquí, pero continúan habitando el corazón de familiares y amigos; con los que moran cerca, pero pocas veces llegan hasta el pueblo con tiempo para visitar y conversar con las amistades; con los que vienen sólo para conocer y disfrutar de la fiesta, siendo tratados con respeto y cariño; con los que ya se han ido y ahora nos acompañan desde el seno de la Pachamama, recordados y encomendados en misas y oraciones.

Fiesta de Tata Santiago (Anzaldo) 2013.
La fiesta es exceso, exageración, derroche. Para quien vive cotidianamente en la escasez, dependiendo de elementos tan inesperados como la lluvia, el sol, el granizo o la helada, la fiesta significa una ruptura, un paréntesis. En estos días está permitido abusar de todo, de gastos, comidas, ociosidad y, desgraciadamente, también de la bebida que nos descontrola y pierde. La música, la danza y la chicha forman ahora una trinidad omnipresente en cada momento y cada esquina, acompañando procesiones, guiando la entrada de las fraternidades (grupos con danzas folclóricas), reuniendo a las amistades en puertas y plazas. 

En los días de celebración las tradiciones se mezclan. Con la memoria del patrón (o patrona, o advocación de María) llegan las misas, oraciones, velas, procesiones, bendiciones. Y junto a ellas, en una única vivencia, como una única forma de experimentar lo sagrado, los ritos ancestrales, porque no es necesario cortar las propias raíces para dejarse florecer por la Buena Nueva de Jesús. 

Fiesta de Tata Santiago (Anzaldo) 2013.
En la fiesta entran en comunión pasado, presente y futuro. La memoria de lo que fuimos y que nunca debemos olvidar, la realidad que vivimos y que no podemos descuidar, el futuro que queremos y que precisamos construir. La fiesta es conmemoración por el pasado superado, por las victorias vividas y por las heridas que llevamos, porque todo eso nos configura y orienta. La fiesta es también exaltación exagerada de lo que todavía no disponemos, en un presente que, por unos días, se olvida del esfuerzo ingrato, de la carencia crónica, del sufrimiento callado. Y, finalmente, la fiesta es anticipo de la felicidad deseada, de una danza eterna, armónica, respetuosa, transcendente. La música, la danza y la chicha nos llevan al encuentro con nuestros ancestros, con nuestros actuales hermanos y hermanas, y con los renuevos que vendrán para completar nuestras luchas y levantar nuestras banderas, cansadas y roídas ahora por el tiempo y el desgaste de quienes ya entregamos lo que podíamos.

domingo, 21 de julio de 2013

El adobe

En medio del paisaje, al lado de una quebrada o en lo alto de un cerro, detrás de los álamos o junto a los campos sembrados, en cualquier lugar siempre aparece una casita de adobe. Como una prolongación de la tierra en la cual se asienta, como un elemento más de esta naturaleza ocre, bajita para no quebrar la armonía del entorno, pequeña para no violentar la humildad de este pueblo. A veces con las paredes blanqueadas, normalmente con el rostro descubierto, mostrando su origen terrenal, su corazón de paja, su sudor de barro.

El adobe levanta casas, corrales, despensas, muros. En cada adobe se abrazan la tierra que lo forma, la paja que lo hace consistente, el barro que lo unirá a sus hermanos, las manos expertas que le dan forma, sentido y destino. El adobe es un ejemplo bonito de comunión entre naturaleza y cultura, entre la tierra y el ser humano que la habita y transforma, aprovechando sus cualidades y oportunidades, respetando y cuidando de sus necesidades.

El pueblo de la tierra precisa un hogar caliente, humilde pero seguro, pequeño y acogedor. Y es la Pachamama que lo cuida y alimenta quien le proporciona los elementos necesarios. En el adobe se amasa barro y paja, sabiduría ancestral y carencias eternas, urgencias actuales y técnicas antiguas.

Ni el ladrillo, ni el cemento, ni los modernos materiales podrán reemplazar nunca al adobe. Su natural sencillez, su humilde eficacia para combatir el frío de la noche y el abrasador sol del día, su austera creación, su armoniosa apariencia. No son necesarios materiales prefabricados, ni costosos e ineficientes recursos, ni modernas y excéntricas técnicas. El adobe nos une a la tierra porque es su criatura, su hijo, su fruto. Nos une a la naturaleza que lo nutre con su paja, después de haber cumplido su ciclo vital, entregándose generosamente para un nuevo destino. Nos une al viento y al paisaje, como presencia silenciosa, armoniosa, desapercibida. 

Pero no todo son ventajas en el adobe. Como en todo lo que existe, el bien y el mal, la vida y la muerte, la luz y la sombra, se mezclan y confunden. En medio de los adobes, entre sus venas de barro y su corazón de paja, habita la winchuca (vinchuca, chinche) con su mortal obsequio: el incurable mal de Chagas. 

lunes, 15 de julio de 2013

Aguayos

En Bolivia la vida se lleva cargada en un aguayo (tejido tradicional andino). Desde el nacimiento hasta los últimos días, el aguayo está presente en la vida de este pueblo, al principio portándola, después portando en él todo lo necesario para vivir. El aguayo es casa, cuna, cama, mochila, manta, mantel… Y cada región tiene su estilo propio, sus colores predominantes, sus combinaciones de tonalidades, sus diseños específicos. El aguayo es señal de identidad, de pertenencia. 

Desde pequeñita, la wawa (bebé) es transportada en el aguayo. Ahí duerme, viaja, conoce el mundo, acompañando siempre a su madre portadora, alimentadora, cuidadora. Desde ese pequeño universo colorido en el que habita, la wawa va descubriendo ese otro universo mayor, lleno de vida, de barullo, de formas, de movimiento, de rostros.

Con el paso de los primeros meses, el aguayo se transforma en parque de juegos, mientras su mamá trabaja, un pequeño espacio limitado sobre la tierra y, al mismo tiempo, abierto, pero que produce la sensación de protección, de seguridad, de control. Así crecerá la wawa, en medio de la tierra a la cual pertenece, confiando en esa otra Madre que la cuida, la arrulla, la carga y la alimentará hasta el final de su ciclo, cuando la abrace eternamente en su seno.

Al crecer, ella tendrá que cargar cada día con su propia vida. Pasaron los tiempos de ser llevada y comienza la aventura de tener que portar la propia realidad, apoderándose de ella, transformándola, humanizándola. El aguayo será el fiel amigo de caminatas y trabajos, siempre en la espalda, ayudándole a transportar su historia, las herramientas con las que construirá su futuro y el alimento para enfrentar el presente.

En esta tierra color de aguayo, la vida de mucha gente cabe entre sus cuatro puntas. En uno o dos aguayos pueden cargar todo lo que son, lo que poseen, lo que necesitan. El aguayo desafía a quienes viven (¿vivimos?) esclavos de sus propiedades, de sus bienes, y terminan dominados por cosas que nunca usarán, porque no son necesarias, porque no son esenciales. 

En medio de un mundo que tiene la opulencia y el consumo como banderas, el aguayo se transforma en blasón de una nueva cultura, basada en la austeridad (Ellacuría usaría el término “pobreza”), tan necesaria para la supervivencia de la humanidad, y en la solidaridad con quienes transportan su vida, su dignidad y su futuro en un aguayo.

sábado, 6 de julio de 2013

Sicureada

Recientemente acogimos en nuestro colegio a más de 1200 participantes del Encuentro de Catequistas de la Arquidiócesis de Cochabamba, con presencia también de otros Departamentos vecinos. Durante el encuentro pudimos disfrutar de la diversidad de expresiones culturales, de los diversos elementos de identidad (sombreros, ch’ullus, ponchos, aguayos, polleras…). Una infinidad de colores, figuras, diseños, combinaciones y adornos, alegraron nuestra vista en esos días. Y como es normal, no podía faltar la música y la danza, lenguaje omnipresente en las alturas andinas.

Sicureada en Anzaldo (Encuentro de catequistas).
De las diferentes expresiones musicales traídas por las comunidades participantes, quiero destacar hoy la sicureada. Se trata de un género musical y una danza de ancestrales raíces, interpretada por sikus y acompañada por bombos. En la sicureada cada músico de siku toca la mitad de la melodía en una perfecta combinación con otro músico que le completa, de forma alternada, con las notas que faltan. Las dos partes del siku, llamadas Arka e Ira, están en manos de diferentes músicos que, necesariamente, deben combinarse, armonizarse, coordinarse y entenderse para poder ejecutar la melodía completa. Y cuando el grupo es bueno, además de los dos intérpretes emparejados, existen otros dos que les acompañan con las notas bajas y altas respectivamente, conformando una polifonía perfecta. Y no olvidemos los imprescindibles bombos, marcando el ritmo de la música y de la danza. 

Los músicos y las bailarinas (normalmente las mujeres) usan sus mejores galas, coloridas, adornadas, brillantes. Juntos forman dos ruedas para dar vida a esta antigua danza. Con pasos cortos, cadenciosos, van forjando dos ruedas que giran lenta e incansablemente, con la mirada puesta en el centro, con los pies acariciando la madre tierra, despertándola, amándola. 

Sicureada en Anzaldo (Encuentro de catequistas).
Los sikuris coordinadamente van dando y recibiendo, entregando y recogiendo, girando en el ciclo de la vida, de las estaciones, de las actividades agrícolas. El ritmo pausado y constante nos invita a la contemplación del universo, del cosmos al cual pertenecemos y en el que existimos de forma activa, moviéndonos en su seno, transformando lo que está a nuestro alcance, comprendiendo su lógica, respetando sus leyes y tiempos, entregando nuestro trabajo y recogiendo sus frutos. 

Música y danza de agradecimiento a la Pachamama por la vida que nos confía, por la vida que se regenera. Es la música de un universo vivo. Es el ciclo de la vida y del tiempo. Es la danza de la vida, la vida danzada, la vida compartida y celebrada con Aquél que es la Vida.

jueves, 27 de junio de 2013

Tejiendo la vida

Tenemos las herramientas necesarias: hilos de diferentes colores, un telar rudimentario pero suficiente, unas manos diestras y precisas, una historia y una tradición que alimenta e inspira el corazón artista, infinidad de imágenes grabadas en la imaginación, una finalidad para la obra creada, y tiempo, cariño y paciencia para entregar lo mejor de si.

Poco a poco, y guiados por manos expertas, los hilos se van encontrando, relacionando, armonizando, entrecruzando, respetando el momento de cada uno, dejando que el otro haga su parte, se abrazan, se ocultan, surgen de nuevo para dejar su huella y humildemente desaparecen, otros lo seguirán, transformando el diseño, completándolo. La urdimbre orienta, marca el ritmo, estableciendo las referencias básicas para que nadie se pierda en medio de la aparente confusión. 

Vuelta para acá, ahora para el otro lado, se cruza por aquí, se pasa por encima, después por debajo, ahora va, luego vuelve, deja pasar al otro, aquí entra de nuevo, por allí sale… Y así, lentamente, minuciosamente, combinando sabiamente precisión e improvisación, innovación y técnica milenaria, va surgiendo el tejido con sus colores y formas, con sus fondos y figuras. 

Y yo me pregunto ¿no pasa igual con la vida? Como si de hilos se tratase, personas diferentes nos topamos, relacionamos, combinamos, enriquecemos, complementamos, en un contexto que nos orienta y, al mismo tiempo, nos abre a un horizonte todavía sin definir, un destino que espera por nuestra contribución, única, irrepetible. A base de cruzamientos, encuentros, separaciones, avances, paradas, vamos tejiendo el mapa de nuestras vidas, formando las figuras y los colores que nos dan sentido, que nos realizan, que serán útiles para que otras personas las usen y disfruten. Unas manos ocultas, ágiles y amorosas nos guían, sin forzar el ritmo, sabedoras de nuestras capacidades, de nuestros talentos, también de nuestras limitaciones. Unas manos amorosas nos acompañan en la aventura de la vida, tejiéndonos junto a las demás personas, queriendo formar con todas un aguayo (tejido andino) bonito, resistente y delicado al mismo tiempo, con una combinación armónica y equilibrada de colores, con figuras sencillas, pero artísticas. 

El pueblo de la tierra, esta raza color de bronce sabe tejer su vida enfrentando dificultades y carencias. En silencio, humildemente, sin llamar la atención, van pasando por nuestra vida con sus coloridos tejidos, entretejiéndonos en sus preocupaciones, en sus alegrías, en sus dramas. Y así, poco a poco, sin casi percibir, nos descubrimos formando parte de un telar apasionante, tejiendo una nueva vida que, ojalá, sea mejor para todos/as.

miércoles, 19 de junio de 2013

La zampoña

Durante todo el día la tranquila atmósfera anzaldina es atravesada por los sonidos dulces, profundos y melancólicos de la zampoña. Instrumento polifacético, es la flauta ancestral de este pueblo, la flauta pedagógica de los alumnos y alumnas del colegio, la diversión de quien le gusta extraer sonidos sin necesidad de dominar los misterios de la música. Los escolares, practicando una y otra vez las notas de las melodías tradicionales enseñadas por el profesor, van llenando con sus sonidos el espacio silencioso de esta tierra.

La zampoña es lamento y jolgorio, evocación y sueño, canto y diálogo. Cada suspiro perfora la intimidad de las tímidas cañas, provocando en lo más hondo un eco agradable, agradecido. Un soplo de vida que encanta los sentidos, tranquilizando el espíritu, evocando montañas y valles, aproximando la voz de los ríos, de los vientos, despertando los murmullos y las confidencias. Como dos enamorados, cada fila de tubos se abraza y entrelaza en cada melodía, entregando al otro lo que le falta para ser plenamente armonioso, esperando su vez sin prisa ni envidia, vaciándose desinteresadamente para que el amor de su vida destaque y brille. Como sólo en el amor sucede, estos dos seres diferentes se unen de tal manera que forman un nuevo y único corazón, una nueva y única alma, una nueva y única melodía nacida del más íntimo, apasionado y radical encuentro.

La zampoña propaga por los aires los sentimientos, las historias, los lamentos y los amores del pueblo de la tierra, de estos corazones sembrados, de estas vidas florecidas. 

miércoles, 12 de junio de 2013

Colorida esperanza

Alumnos/as del Colegio Calasanz homenajeando a las madres
Los más pequeños no tienen todavía motivos para la desconfianza. Sin conocer, sin entender, sin esperar nada, sin causa aparente, llegan, abrazan y sonríen. Y su sonrisa atraviesa el alma más gélida. Con muchos o pocos dientes, con el frío goteando de sus rostros, con las mejillas quemadas y heridas, con los ojos llenos de vida e historia, llegan corriendo y se abrazan a mis piernas deteniendo el tiempo.

Nacieron con la mirada clara, el afecto espontáneo, el corazón abierto. Ni el frío, ni el sol, ni la tierra, ni la dureza de la vida andina han herido aún su confianza infante. Sin palabras, sin explicaciones ni expectativas, la necesidad del abrazo parece comandar sus vidas y no hay nada que los detenga. 

A pesar del frío, que bien podría justificarlos, no es esta una tierra pródiga en abrazos. Sin embargo, los más chiquitos no entienden de formalismos, ni de costumbres, ni de pareceres. Viven espontáneamente lo que a nosotros, adultos, tanto nos cuesta elaborar. La confianza, el cariño ingenuo, el sentimiento franco, el contacto cálido son el pan diario de su afectividad inexperta. Los que cargamos un corazón curtido por fracasos y vergüenzas, no nos permitimos el lujo de dejarle hablar libre, sin censuras. 

El abrazo infantil desarma los miedos y prejuicios adultos. Como una bocanada de esperanza para nuestro asfixiado espíritu, nos anima a continuar educando en la confianza, en el cariño sincero, en el abrazo profundo, en el amor fraterno.

domingo, 2 de junio de 2013

Señor Silencio

El señor Silencio domina la atmósfera andina. Queda lejos todavía el estruendo del tráfico, de los carros derramando músicas infernales, los gritos de transeúntes estresados o de vendedores estresantes. No importa la hora del día o de la noche, aquí quien manda es la sinfonía de una naturaleza vecina, amiga, viva y vibrante. La música que domina en estos aires es la que surge de la vida, contagiando paz, tranquilidad, profundidad.

Es un ambiente habitado por una multitud de seres que cantan, ladran, balan, mugen, gorjean, sin por ello, perturbar a este señor llamado Silencio. Su presencia inadvertida y constante no se altera cuando los perros salen corriendo y ladrando atrás de un poncho agitado en las sombras. O cuando el rebaño de ovejas atraviesa las calles guiados por una mano niña y una voz bajita. Ni en las primeras horas del día, cuando los toros abandonan la ciudad para su servicio diario acompañados por su experimentado y callado patrón. Tampoco cuando el gallo anuncia que Tata Sol está haciendo nacer el día, siendo recibido por innumerables pajaritos, díscolos y juguetones. Incluso, el nada disimulado burro, fiel compañero de cargas y viajes, adorna sin perturbar este sosegado escenario con sus rebuznos lejanos. Sonidos naturales que acentúan todavía más el poderío del silencio reinante.

El Silencio está en su casa, mientras que nosotros somos los invitados y, a veces, los invasores. Como forasteros que somos debemos aprender a hablar bajito, a caminar flotando, a trabajar callados, a convivir despacio, a vivir desapercibidos. ¿Quién soy yo para alterar sin motivo ni necesidad la vida de este pueblo silencioso, de esta tierra callada, de esta naturaleza armónica y serena?

domingo, 26 de mayo de 2013

Un mundo bajo el sombrero

El sol andino obliga a protegerse, está claro, pero no es sólo por eso. El pueblo de la tierra, esta raza de bronce forjada en el surco, en la piedra, en el viento, vive debajo de un sombrero. 

Es el sombrero protector, es la sensación de llevar la casa siempre consigo, es la necesidad de hacer más manejable el universo que lo acoge, el mundo en el que habita.

Es el sombrero como identidad del pueblo al que se pertenece, al género, al trabajo, al clima… cada sombrero es una historia.  

Y debajo del sombrero, un mundo… Rostros sufridos, con aventuras apasionantes que brotan de cada arruga, de cada mirada. Rostros callados, que se comunican con la pausa y la sonrisa, con el silencio y la mirada tímida. Rostros endurecidos, curtidos, arados como la tierra que trabajan, quemados por el sol del que se protegen. Rostros esculpidos por el tiempo, por el frío, por el hambre, por el olvido. 

Y en cada rostro una memoria viva. Infinidad de recuerdos, agradecidos unos, arrepentidos otros. El peso de los años y el paso de la vida. Nombres y hazañas, sudores y frutos, conquistas y pérdidas. En cada rostro un mapa, un cielo estrellado, una peligrosa tormenta y una brisa calma. En cada rostro el universo entero dibujado, gravado, sembrado.

Debajo de cada sombrero se amontona un mundo de vivencias: traiciones, victorias, agradecimientos, dolores, esperanzas, muertes, celebraciones, mentiras, amores… El sombrero las protege, las alimenta, las cobija. 

El sombrero me recuerda que cada persona es un misterio, deseando darse a conocer, pero exigiendo, a la vez, un respeto sagrado a su intimidad, a su historia, a su tiempo, a su dignidad. 

miércoles, 22 de mayo de 2013

El pequeño adulto

Termina el horario de clases y comienza el tiempo de… trabajar. Aquí es complicado imaginar los niños y niñas jugando, descansando, perdiendo sanamente el tiempo. Las horas sin escuela no son propiedad del niño o de la chica, pertenecen a la familia, a la casa, a la tierra, a las ovejas. Pertenecen a la necesidad de colaborar con lo que sustenta a todos. Pertenecen al adulto que se va forjando dentro de tan tiernos cuerpos.

El trabajo, como fiel perrito, aguarda cada día al estudiante después de sus clases. Y el niño y la niña lo abrazan con su inocencia, con su creatividad ilimitada, la misma que muchas veces es frustrada y abortada en la escuela. Después de agotadoras tablas de multiplicar, de letras y sílabas que nada dicen, de conceptos venidos de otro mundo y que de forma alguna seducen la curiosidad innata de los niños, llega el momento de jugar a ser adulto o de ser adulto jugando, sin perder lo mejor de la infancia. 

La sabiduría del niño excede completamente las expectativas adultas. Ahí donde la persona hecha experimenta cansancio, rutina, obligación, frustración, el niño descubre una diversión. Entonces la escoba se transforma en arma para eliminar polvorientos enemigos, el rebaño de ovejas es una manada de esbeltos corceles cabalgando por las montañas, la tierra se ofrece como un campo abierto a la experimentación, a imaginarias aventuras, a conquistas y batallas para levantar castillos de cebollas, papas y maíz. 

El pequeño estudiante se transforma ahora en pequeña pastora, en pequeño campesino, en pequeña ama de casa o en pequeña cuidadora de los hermanitos menores. Sin dejar de ser niño ya conoce lo que significa cuidar del rebaño que garantizará el sustento de todos. Sin dejar de ser pequeño, comienza a experimentar la dureza de ser grande. Sin dejar de ser niña comienza a sudar el esfuerzo adulto. 

Y aunque sus pies y manos, diminutos todavía, ya estén curtidos por el frío y la tierra, oro cada día para que no se endurezca su corazón tierno. Que no se pierda la infancia de estos niños pastores, de estas niñas campesinas, de estos tiernos brotes obligados a madurar corriendo.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Desfile de toros

Fiesta de San Isidro, el labrador, el que protege y bendice a los campesinos. Cada día, hombres y mujeres (y muchas veces también niños), abandonan sus casas antes de que el sol los salude. En la oscuridad silenciosa comienza su jornada. Un duro desafío les aguarda: arrancar de la tierra, su madre, los frutos que le garanticen la subsistencia. No hay ánimo de lucro (es difícil enriquecerse con la pobreza) ni deseo de acumular, la tierra sabe lo que sus hijos necesitan, aunque a veces las condiciones no le permiten cuidar de ellos como le gustaría. El sudor de sus frentes riega la tierra, devolviendo la savia que sus manos usurpan. Los animales ayudan en la faena. Son compañeros de camino, de esfuerzos, de necesidades, de oraciones y de fiestas. Los animales son para el trabajo, como sus dueños, como todos. El trabajo nos hace fuertes, nos torna sabios, nos vuelve creativos, nos humaniza. Los animales colaboran desde su obediencia noble, en un intercambio justo con quien de ellos se ocupa, pagando con trabajo los cuidados recibidos. Y de entre todos ellos destaca el más bravo, el más fuerte, el más orgulloso, el toro (que no buey). 
En el día del santo campesino, el protagonista es el toro. No para ser sacrificado, como en otras latitudes. Seguro que allí, desde su desarrollismo hipócrita y cínico, reirán al ver nuestros toros coloridos, engalanados, desfilando por la ciudad como héroes, siendo bendecidos a través del agua, fuente de vida y de fuerza. Seguro que el espectáculo del sacrificio cobarde les parecerá más “civilizado” que este desfile de toros adornados con mimo, con cariño, con agradecimiento. La mano que los guía sabe cuánto les debe. Por eso tienen que ser bendecidos, porque seguro que el Dios de los pobres también quiere que esos toros estén sanos y fuertes, para que puedan colaborar con sus dueños en el trabajo por una vida mejor, pobre, pero digna, en armonía con la naturaleza de la cual somos parte y a la cual nos debemos. La mano de Dios hoy actúa a través de San Isidro, el labrador, el protector de los campesinos, los hombres y mujeres de la tierra. Ah, y de sus tan grandes y nobles aliados, los toros.