viernes, 29 de marzo de 2024

¡Ya están haciendo wathya!

En estas tierras vallunas, donde cada vez el clima es más cálido y seco, las lluvias del verano son no solo necesarias, sino absolutamente imprescindibles para que mi pueblo tenga alimento y vida el resto del año. En esta ocasión, las lluvias demoraron en llegar, por eso la siembra se retrasó mucho más de lo habitual. No se trata solo de un problema de calendario, sino de cuánto dura la estación lluviosa, pues una temporada corta significa la ausencia, para todo el año, de los frutos de la tierra. La papa, en todas sus variedades, tiene su ritmo, tranquilo y poco exigente, conformándose con regulares riegos para crecer y formar su escondido tesoro. El maíz es lento, por eso, quienes sembraron con las primeras lloviznas, perdieron todo con el retraso de la verdadera lluvia. Quienes desconfiaron y aguardaron, ahora tienen poderosos y altos tallos verdes que embellecen esta tierra sin bosques. Sin embargo, el choclo no aparece todavía. El trigo ya comienza a tomar altura y las espigas se agitan con los vientos de la luna llena de estos días. Los cereales no necesitan de mucha agua, cualquier humedad superficial es suficiente para que crezcan y comiencen a florecer. Solo las lluvias tardías pueden acabar con una buena cosecha, haciendo aparecer los temidos hongos.
Como decía, este año las lluvias tardaron, pero llegaron, con fuerza y con un ritmo irregular, pero suficiente para detonar la esperanza y la actividad agrícola de este pueblo. Y cuando parecía que todo iba bien, a pesar de que el durazno se tomó un año de descanso, privándonos de sus dulces frutos, la lluvia dijo adiós y desapareció. Su repentina y anticipada marcha ha puesto nervioso a todo el mundo por estos lares. Las conversaciones ce centran en ello, que si el maíz se secará sin producir el codiciado choclo, que la papa está pequeña todavía, que la arveja apenas está formando sus vainas. Y junto a los lamentos solidarios con las plantas y sus frutos esperados, va surgiendo otro tema, en el intento de encontrar una causa de esta tragedia que se vislumbra.
Recientemente, se celebró a nivel nacional el censo de población. Como es costumbre, cada pueblo llama a todas las familias que, con el tiempo, se habían ido trasladando a otras ciudades y municipios, para regresar y así ayudar con la conservación de la población local, de lo que depende las cuotas presupuestarias que se asignan cada año a cada municipio.
Anzaldo, pueblito tranquilo por su poca población, especialmente cuando no hay actividad escolar, se vio inundada de residentes. Muchas familias volvieron a ocupar sus, habitualmente, casas vacías. Fue una buena noticia para el pueblo, pero, para el pobre, las alegrías son siempre efímeras y suelen venir acompañadas de peores consecuencias. Aprovechando estas reuniones familiares, en muchas casas se tuvo la brillante, en realidad pésima, idea de hacer whatya. Ya conté en este mismo blog en qué consiste esta bonita tradición de la whatya, forma ancestral y sencilla de cocinar (bajo tierra y con el calor de las piedras ardientes), que suele acompañar la actividad de la cosecha, saboreando las papas, arvejas, habas nuevas, recién extraídas de la tierra. Todavía no hay cosecha, todavía estamos a la espera de que culminen los ciclos agrarios, todavía necesitamos la lluvia, sin embargo, los urbanitas que llegaron, desconocedores de sus raíces campesinas, se adelantaron e hicieron whatya, y las lluvias se fueron.
Pudiera parecer que no hay relación entre la realización de la whatya y el fin de las lluvias, pero no es así. En esta tierra el equilibrio de la naturaleza es fundamental, así como los rituales que establecen la relación con la Pachamama. El carnaval inaugura el tiempo de la abundancia y, por eso mismo, se prolonga hasta la fiesta de la Santa Vera Cruz en los primeros días de mayo (cristianización de la fiesta de la Chakana, Cruz del Sur, y de Tatala, la divinidad de la fertilidad), agradeciendo a la Pachamama los frutos recibidos o por recibir, devolviendo la vida y la alegría que ella nos ofrece, construyendo comunidad, compartiendo la vida. Es un tiempo de celebración y espera de la cosecha, la cual se irá dando paulatinamente. Solo en las últimas semanas, cuando comience el tiempo de cavar la papa, se iniciará también el tiempo de hacer whatya, recordando a la Pachamama que ya es momento de frenar las lluvias y, agradeciendo los productos de la tierra, dejarla descansar.
Pero no, quienes dejaron su pueblo y sus comunidades para engrosar las masas de la ciudad, olvidando sus raíces y la cultura de la tierra, creen que nada importa, que se puede hacer cualquier cosa en cualquier momento. Y no es así. El universo tiene su ritmo, su equilibrio, y nosotros debemos conocerlo, respetarlo y formar parte de él. No se puede tocar la zampoña o los sikuris en esta época, porque estimulan la fertilidad de la Pachamama, necesario a partir del mes de agosto, pero no ahora. No se le puede decir a la Pachamama que comienza su descanso, cuando todavía no están formados los frutos de la tierra. No se puede hacer whatya mientras no tengamos la cosecha asegurada.
Los urbanitas se fueron después del censo, felices de haber pasado un fin de semana en la casa de sus padres, disfrutando de la rica whatya. Y aquí nos dejaron el problema, la preocupación, la angustia porque las lluvias se despidieron, debido a su ignorancia y, en el fondo, a su desprecio por lo que aquí se cree, lo que aquí es vital, lo que aquí no se cuestiona, sino que se respeta. Seguramente, muchas personas seguirán pensando que no tiene que ver una cosa con otra. No lo sé y tampoco voy a perder tiempo intentando demostrarlo. Lo que sé es que no llueve más y eso significa frustración, tristeza y, en definitiva, miseria para el resto del año. Lo que sé es que, algunos que desprecian la sabiduría ancestral de mi pueblo, hicieron lo que no debían y ahora pagamos sus consecuencias. Lo que sé es que quiero continuar profundizando en la espiritualidad de mi gente, en sus rituales y creencias, porque me ayudan a sentirme uno con este pueblo en medio de este universo tan rico.

martes, 19 de marzo de 2024

Maldita tierra santa

"Lágrimas de sangre"
(O. Guayasamín, 1973).
la bomba sin alma
la bala sin mapa
el misil sin nombre
y la tropa sin conciencia

nadie se siente responsable
todos miran para otro lado
mientras la sangre riega el suelo
y el clamor palestino
se desvanece bajo los escombros

la tierra de las promesas
de los éxodos y alianzas
del mestizaje y la esperanza
una tierra ensangrentada
una historia desgarradora
un monumento a la brutalidad humana

¿cómo es posible tanto horror
y tan vergonzoso silencio?
¿cómo no explotamos de rabia
frente a quienes alimentan semejante barbarie?

queda lejos Palestina y a la vez tan cerca
porque no hay sufrimiento extraño
ni injusticia ignorada
para quien todavía guarda
un corazón humano

lunes, 4 de marzo de 2024

El resurgir de las sotanas

Gracias a Dios, vivo en un entorno de gente humilde, campesinos quechuas que aman su tierra, la cuidan y la trabajan. El barro de estos días de lluvias, dichosa bendición, se infiltra en los pies, en las manos, bajo las uñas. Mi gente lleva su tierra incrustada en su piel. En este entorno duro, sobrio y esforzado, lo que menos importa son las banalidades que, en otros contextos y geografías, tanto cuidado merecen.
Y la Iglesia, aquí, es el pueblo, con su forma de vivir la fe cristiana al estilo andino. No huimos del barro en las abarcas, de los ponchos con olor a humo, del sombrero lleno de polvo. No podemos ni queremos entendernos diferentes. No podemos ni queremos destacar por lo superficial, ni por lo superfluo. Quien solo ve y valora lo externo, será incapaz de observar y apreciar la ancestral profundidad de este pueblo, de sus valores, de sus tradiciones, de sus temores y sus esperanzas, de sus luchas y sus sueños.
Cuando veo, sin embargo, otras realidades eclesiales, algunas muy cercanas y familiares, donde parece imprescindible destacar, mostrarse diferente, distinguirse del resto, me pregunto: ¿qué debería distinguirnos a quienes tenemos un ministerio eclesial y a quienes hemos optado por una vocación religiosa en una institución? Y no puedo evitar recordar las palabras de Jesús: «…todo lo hacen para que la gente los vea. Usan filacterias más anchas y flecos más largos que ningún otro; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes, sentarse en los lugares preferentes en las sinagogas, ser saludados en público y que la gente los llame “maestros”. Ustedes, en cambio, no se hagan llamar “maestro”» (Mt.25). Evidentemente, no creo que sea por las ropas que tengamos que distinguirnos de las demás personas. Esas distinciones externas, exageradamente visibles solo sirven para separarnos, para llamar la atención para “ser vistos” y nada más. Quizás a algunas personas les haga pensar en lo meritorio de las opciones de quien viste así. Otras, en cambio, sentirán un profundo rechazo a lo que esos ropajes representan. En cualquier caso, no hemos tomado nuestras opciones para que los demás las aplaudan, ni tiene sentido provocar rechazo en quienes, seguramente, han vivido una experiencia negativa con la Iglesia. La imagen no es importante, pero sí es determinante cuando nos empeñamos en diferenciarnos a primera vista.
Si queremos llamar la atención, ser diferentes e, incluso, ir contracorriente, que sea por actitudes y opciones realmente significativas, que sirvan para cambiar la realidad y que hagan la diferencia en este mundo de indiferentes. Llamemos la atención por nuestra sencillez, por nuestra apertura y comprensión hacia todas las personas, por nuestra cercanía con los más humildes, con los rechazados y excluidos. Que se nos conozca por la palabra verdadera, misericordiosa y acogedora. Distingámonos por nuestra irreductible promoción de la justicia y la paz, por la defensa de las víctimas de este sistema caníbal, por la sensibilidad ante toda miseria humana.
En esta tierra curtida por el sol, el viento y el frío, elevo una oración al Dios de la vida para que nos ayude a entender la profundidad de nuestra propia vida, del amor y de la felicidad, que, estoy seguro, no pasan por la distinción o la segregación, sino por la comunión fraterna con este pueblo que, como nosotros, también busca los caminos del Reino.