jueves, 14 de octubre de 2021

La maldición criolla

Durante la colonia española, se fue desarrollando una clase social denominada “criolla”, descendientes de las familias españolas que aquí habitaron llegando directamente desde la península. Se trataba de un nuevo sector social, en medio de la diversidad existente (indígenas, africanos, afrodescendientes, mestizos, mulatos, zambos…). Los criollos heredaron los privilegios, las riquezas y las propiedades de sus antecesores, pero con una notable diferencia, ya no ocupaban el lugar social de ellos. Nacidos en estas tierras latinoamericanas, ya no eran reconocidos como españoles, aunque fuesen hijos, nietos o bisnietos de quienes sí lo eran. Dentro de la jerarquía social, los criollos estaban por debajo de los españoles de origen (funcionarios reales y gubernamentales, militares, clero alto…). Sin embargo, poseían apellidos de origen español, así como la tez clara que los diferenciaba y alejaba (social y psicológicamente) del resto de latinoamericanos, fruto de las diversas mezclas (normalmente por causa de las constantes violaciones por parte de señores, patrones y capataces a las mujeres siervas y esclavas, de origen indígena y africano mayoritariamente).

Los criollos encabezaron las revueltas independentistas en el siglo XIX, identificados con el proyecto de independencia del joven Estados Unidos de América y las proclamas de la ilustración europea. Pese a los discursos libertarios y humanistas de los principales y heroicos líderes, lo que predominó en las filas del independentismo americano fue el deseo de las principales familias criollas de reemplazar a la clase española y ocupar el poder que monopolizaba. Los criollos, en general, no creían mucho en la libertad del ser humano (nunca hubo un serio cuestionamiento de la esclavitud), ni en la igualdad (no se pretendía establecer un nuevo orden social, sino substituir a quien ocupaba la cima del mismo), ni en la fraternidad (la nueva sociedad estamental americana les garantizaba ahora un lugar predominante, controlando los órganos de gobierno, asegurando sus rentas y posesiones, ampliando el sistema de patronazgo y bendiciendo sus privilegios).

No es extraño que los líderes populares e indígenas de la independencia fueran, de forma generalizada, excluidos, denigrados o, incluso, asesinados. Los nuevos gobiernos se convirtieron en verdaderos campos de batalla donde las familias criollas se descuartizaban con trampas y conspiraciones. Todos los levantamientos indígenas contra la colonia española fueron deliberadamente ignorados, mientras se ensalzaban y endiosaban a los “héroes de la independencia” criollos. Tampoco es extraño que los nuevos gobiernos republicanos contemplasen los territorios indígenas como tierras de conquista, evidentemente sin reconocer a estos pueblos como verdaderos ciudadanos. 

Diversos teóricos de psicología social latinoamericana han desarrollado la idea de que el criollo es un fenómeno de complejo de Edipo invertido. Siendo latinoamericano, el criollo rechaza a su madre (identificada con esta tierra, con la raza indígena, originaria y, por tanto, esclava, según los moldes de su tiempo) y se identifica completamente con el padre español, europeo, blanco, poseedor de tierras y de recursos, dueño de bienes y de gentes. 

En los tiempos actuales, nuestros países latinoamericanos viven las consecuencias de lo que he denominado “la maldición criolla”. Las élites económicas y culturales siguen mirando a Europa y EEUU para inspirarse, para identificarse y para diseñar sus vidas. El pueblo, las masas populares de trabajadores y campesinos, son desconocidas y extrañas para estas élites. Desde un nuevo modelo de patronazgo, las clases populares existen para ser “usadas” cuando les convenga (especialmente en tiempos de elecciones o para que les diviertan con sus fiestas y folclore). Estas élites criollas, que hace ya mucho tiempo que perdieron la “pureza” de su raza (al principio española o portuguesa, posteriormente inglesa, italiana, alemana, croata…), viven la ilusión de ser queridos por sus padres europeos, para lo cual tienen que seguir rechazando todo lo que les recuerde a su madre indígena o africana. Nuestros países latinoamericanos se desarrollarán, según su pensamiento y accionar, cuando cortemos definitivamente las venas que nos mantienen amarrados a la madre originaria. Por eso hay que pasar página a sus valores y filosofía de vida, a sus cosmovisiones y religiosidades, implantando aquí lo que su padre europeo le enseñó: que la tierra está para saquearla en nombre del progreso económico y tecnológico (aunque solo una minoría lo disfrute); que los pueblos originarios y campesinos deberían simplemente dejar gobernar a quienes “saben” (no es casualidad que F. Camacho propusiera un “gobierno de notables” tras el golpe de estado en Bolivia en 2019), renunciando a ilusos proyectos de justicia social y de igualdad; que el estado debe garantizar la ley del esfuerzo personal (que normalmente no es más que un “quien puede, puede”) y no interferir con políticas de reparto de riquezas, de nacionalización de recursos o de resguardo de tierras indígenas.

El paradigma “criollo”, que en realidad identifica solo a unas pocas familias en cada país, se ha extendido actualmente, como modelo de identificación, en el nuevo prototipo de felicidad social propuesto por la sociedad del bienestar: la clase media.

La clase media latinoamericana está formada, fundamentalmente, por descendientes de campesinos, obreros, mineros… la mayoría con ascendencia indígena, más o menos reciente, que emigraron a las ciudades durante el siglo XX, habitando los cinturones de pobreza en la época de expansión urbana. Con el paso del tiempo, sus hijos y nietos pudieron estudiar, accediendo a mejores trabajos y mayores salarios, pudiendo mejorar sus viviendas o directamente accediendo a nuevas propiedades en zonas más residenciales. Con las políticas sociales y el desarrollo económico vivido en algunos países, como en Bolivia en estos últimos 20 años, este sector social, que ya posee un nivel adquisitivo y de consumo considerable, ha dejado de mirar al campo, donde se encuentra su origen. En general, han olvidado las penurias de sus abuelos y padres, el rechazo que vivieron por ser indígenas, campesinos, mineros… es decir, por ser pobres. Ahora su modelo de identificación y el objetivo de sus proyecciones de vida es la clase alta, las familias criollas que por siglos han tenido toda clase de posibilidades y de privilegios, compartiendo sus ideales y sus propuestas políticas, desdeñando de todo cuanto pueda sonar a popular y originario.

La clase media, por concepto, es individualista, puesto que nace del ideal neoliberal del “esfuerzo personal”, en el cual nunca se consideran las posibilidades reales para dicho esfuerzo. La clase media alimenta y sostiene la sociedad de consumo, la competitividad social, el bienestar individual. A la clase media solo le preocupa lo que pueda poner en riesgo su seguridad y su bienestar. La clase media debe mirar siempre hacia arriba, nunca hacia abajo, donde se encuentran aquellos que podrían amenazar su estabilidad económica. 

Estas clases medias, carcomidas por su propia autosuficiencia, engordan las filas políticas de la derecha tradicional y neoliberal, rechazando cualquier propuesta de tipo social que promueva la justicia social y la atención especial a quienes menos posibilidades tienen. El darwinismo social que promueve la derecha tiene en la clase media el ejemplo más evidente de que “quien quiere, puede”, ocultando que siempre hay un precio, el de quienes no pueden, ni queriendo.

"La maldición criolla", que tanto daño ha hecho a un desarrollo social, cultural y económico equilibrado y justo en nuestra Latinoamérica, ahora tiene su más fiel aliado en grandes sectores de la clase media, quienes, desarraigados, vitorean y repiten eslóganes de evidente tono racista, clasista y discriminador. Los hechos recientes en Bolivia son un claro ejemplo: la clase media y la élite criolla siguen trabajando en la creación de la “otra Bolivia”, en palabras del Mallku Felipe Quispe, de espaldas a la Bolivia originaria, campesina, minera, obrera.

Felizmente, tanto desde familias criollas como desde la clase media, han surgido y siguen surgiendo hombre y mujeres que, después de mirar hacia "abajo", descubren que lo importante no es la satisfacción personal, sino el destino de toda la humanidad, optando por una vida solidaria con las causas de los excluidos.

Evidentemente, mi opinión puede y debe ser discutida, no se trata de un análisis exhaustivo, ni desde el punto de vista histórico, ni desde el sociológico. Son más de 25 años de vida por diversos países de Latinoamérica los que han provocado estas reflexiones, alimentadas por los hechos vividos en Bolivia en estos últimos años. 

En definitiva, el problema no es la diversidad de pueblos, razas, culturas, clases sociales, sino la exclusión racista y clasista de unos sobre otros. Y las exclusiones siempre generan violencia. Solo la integración, el respeto a la diversidad, el desarrollo de la justicia social, la defensa de los más débiles y la solidaridad podrán hacer que nuestros pueblos caminen por un verdadero desarrollo integral y por caminos de paz.