martes, 27 de junio de 2023

Rebelión indígena

Proyecto Rebelión (Walter Solón)
La invasión de América, y su posterior colonización, estuvo marcada por una salvaje dinámica de dominio militar, saqueo, bautismo forzoso, esclavitud y muerte. Considero inútil intentar destacar los elementos positivos de ese proceso porque, aunque los hubiera y fueran abundantes, solo serviría para encubrir una historia sangrienta, cruel y vergonzosa. Esta historia de dominación y exterminio, irrumpió de forma fulminante en los archipiélagos caribeños y, posteriormente, en el continente, arrasando por igual a pueblos pequeños y pacíficos, como a los grandes y poderosos imperios. Afirmar que los europeos, en realidad, sirvieron para liberar a pueblos oprimidos por otros más poderosos, pacificando una tierra bañada en sangre por conflictos armados y por religiones sanguinarias, sería un acto de verdadero cinismo y desconocimiento histórico. La historia de Europa es una terrible crónica de guerras, invasiones, masacres, persecuciones… desde sus orígenes conocidos hasta el día de hoy, lo que pone en duda cualquier papel de pacificador que algún país europeo tuvo o pueda tener. Hay que reconocer que quienes lideraron las invasiones en América supieron aprovechar los conflictos y divisiones existentes, mostrándose expertos en el engaño y la traición, pero llamarlos de pacificadores o liberadores, es desconocer intencionadamente la que era su única motivación: riqueza, tierras y esclavos.

Al mismo tiempo que la espada y la cruz se abrían espacio en las tierras de América, y debido a su crueldad e impunidad reinante, al desprecio y el abuso atroz sobre los pueblos, culturas y personas que encontraban, provocó, desde los primeros tiempos, una reacción violenta a tanta violencia y engaños sufridos.

Comenzando por el cacique Caonabo y su esposa Anacaona, apenas dos años después de la llegada de los españoles a La Española (actual Haití y Rep. Dominicana), quien se revela contra el propio Colón y sus tropas, al ver cómo esclavizaban, violaban y asesinaban sin motivo a su pueblo.

En 1498, pocos años después, Guarocuya (Enriquillo) indígena “blanqueado” por el propio Bartolomé de Las Casas y siervo de una familia española, se levanta en armas al ver cómo son esclavizados sus hermanos.

En 1511, en la actual Puerto Rico, indios caribes y taínos, junto a esclavos traídos de África se levantan en armas por su libertad.

En 1512, la rebelión llega a la actual Cuba, cuando los indios taínos, liderados por el cacique Hatuey, conocedor de la verdadera razón de tanta violencia: "Este (con una canasta llena de oro en sus manos) es el señor de los españoles, por tenerlo nos angustian, por él nos persiguen, por él han muerto a nuestros padres y hermanos, por él nos maltratan".

En 1525, cinco años después de la noche triste y la expulsión de los españoles de Tenochtitlan, el último rey azteca, Cuauhtemoc y su capital caen ante el ejército español. La tortura acaba con él, su esposa y sus principales caciques aliados, la motivación: encontrar el tesoro, supuestamente escondido, de los aztecas.

En 1535, Rumiñahui (hermano del Inca Atahualpa), se enfrenta al ejército de Pizarro, Alvarado y Benalcázar, con la convicción de que es mejor morir luchando antes que ser esclavizado.

Desde 1553, Caupolicán y Lautaro lideran a los mapuches, derrotando una y otra vez a los españoles, sedientos de oro y esclavos.

En 1560, Guaicaipuro lidera a los caracas y a los teques frente a la invasión española del valle de Caracas, convirtiéndose por siete años en una pesadilla para los españoles. Posteriormente, siguiendo su ejemplo, el cacique Yaracuy iniciará una guerrilla que durará más de veinte años contra los españoles.

En 1578, en la amazonía, Jumandi se levantó contra el invasor, iniciando casi un siglo de levantamientos indígenas en el Ecuador.

En 1580, esclavos fugitivos del nordeste brasileño fundan el mayor Quilombo de Brasil, Palmares, un espacio de libertad y dignidad en medio del terror de la esclavitud portuguesa. En 1695, el gran líder del quilombo, Zumbí es traicionado y decapitado, pocos años después Palmares será destruido.

En 1756, al sur de Brasil, es asesinado el cacique Sepé Tiarajú junto a 2500 guaraníes de las Misiones, después de más de cien años de las misiones jesuitas, en las que los pueblos guaraníes aceptan la evangelización de forma pacífica y son respetados en sus culturas, tradiciones y modos de vida. Cuando españoles y portugueses deciden repartirse y delimitar esas tierras, Sepé Tiarajú se levanta, liderando a veinte pueblos de las Misiones y, junto con ellos, será ejecutado.

En 1758, muere en la hoguera el gran mandinga Makanda, quien lidera una revuelta de esclavos en la actual Haití. Sobre él se forjará una leyenda que llevará a la revolución de los esclavos de 1791, culminando en la creación de la primera república negra libre del mundo.

En 1761, Jacinto Canek, maya del Yucatán, educado con los franciscanos y expulsado del convento por el atrevimiento de pedir ser ordenado sacerdote, lidera una revuelta contra la esclavitud de sus hermanos; antes de ser capturado y ejecutado, exhorta a su gente: "Ahora existimos. Con esta lucha y en este dolor hemos dado vida al espíritu de nuestro pueblo".

En 1780, el joven José Gabriel Condorcanqui, descendiente del último Inca de Vilcabamba, liderando una rebelión de quechuas y aymaras, hace su primera proclama: "Yo, José Gabriel, desde hoy Tupac Amaru, hago saber a los criollos moradores de picchus y sus inmediaciones que viendo el yugo fuerte que nos oprime con tanto pecho, y la tiranía de los que corren con este cargo, sin tener consideración de nuestras desdichas y exasperando de ellas y de su impiedad, he determinado sacudir el yugo insoportable y contener el mal gobierno que experimentamos". Junto a su esposa, Micaela Bastidas, llegaron a reunir más de 10.000 soldados en su ejército. En 1781 es traicionado y capturado. Ante el visitador enviado por el rey de España, exigiéndole que entregase a sus colaboradores, Tupac Amaru sentencia: “Solamente tú y yo somos culpables, tú por oprimir a mi pueblo, y yo por tratar de libertarlo de semejante tiranía. Ambos merecemos la muerte”. Después de ver morir a su esposa, es sentenciado a morir descuartizado, pero su fortaleza física se impuso a los cuatro caballos dispuestos para su ejecución. Finalmente fue decapitado y descuartizado.

Al mismo tiempo, el joven Julián Apaza (Tupac Katari) y su esposa Bartolina Sisa, lideraron a más de 12000 indígenas, mayoritariamente aymaras, cercando por dos veces la ciudad de La Paz. Finalmente, traicionado y capturado, es ejecutado junto con su esposa, siendo desmembrado por cuatro caballos. Sus últimas palabras: “Me mataréis, pero volveré y seré millones”.

Podríamos seguir listando la infinidad de líderes indígenas y afrodescendientes que, por todos los rincones de América, se fueron levantando una y otra vez contra la injusticia, la opresión, la violencia y el desprecio.

No solo en la historia remota, hasta el día de hoy, millones de indígenas continúan reivindicando sus derechos, enfrentando gobiernos autoritarios, políticas económicas extractivistas y depredadoras, leyes que no respetan sus territorios y culturas, sociedades que siguen alimentando el racismo y la discriminación. Los pueblos originarios quieren ser dueños de su destino, porque ¿qué pueblo aceptaría ser eternamente dominado o, en el mejor de los casos, tutelado? Y si se equivocan, al menos que sea construyendo su propia historia y no por obedecer a estados, clases o personas que se creen superiores.

Por todos los países de nuestra Latinoamérica sigue escuchándose el grito de pueblos originarios excluidos, obligados a vivir como extranjeros en su propia tierra, despreciados por su identidad y tradición, considerados incapaces para decidir por su presente y futuro. Y de todos esos pueblos seguimos aprendiendo que sin lucha no hay dignidad, que sin sacrificio no habrá un mañana mejor. Como nos cantaba Atahualpa Yupanki: “Hay un asunto en la tierra más importante que Dios y es que naide escupa sangre, pa’ que otro viva mejor”.

La plurinacionalidad que intentamos construir en Bolivia no es simplemente un concepto ideológico, es la convicción de que en esta tierra cabemos todos, porque todos pertenecemos a la tierra y nadie es dueño de otro.