viernes, 29 de noviembre de 2013

Aquí se está fraguando una revolución

Está terminando el año escolar. Eso significa enormes sonrisas en los rostros estudiantiles, aprietos de última hora de quienes no fueron previsores, trabajo acumulado de docentes y administrativos, expectativa ante las vacaciones, planes para aprovechar ese largo tiempo trabajando para colaborar con la familia… Para la mayoría de los estudiantes, las vacaciones escolares son única y exclusivamente eso, escolares.

Para quienes vivimos para la educación, estas fechas suelen ser un tiempo de preparación, de programación, de elaboración de materiales, de sistematización… No es precisamente tiempo de descanso, aunque sólo el hecho de cambiar la rutina ya ayuda a desconectar un poco. 

Las vacaciones escolares de este año serán muy especiales para todos nosotros. El 2014 será un año de transformaciones radicales y, esperemos, definitivas para la educación boliviana. La nueva ley de educación que venía gestándose lentamente, será definitivamente implantada en todas las etapas educativas. Los desafíos son impresionantes. No se trata de nuevas metodologías, nuevas didácticas o nuevos contenidos, sino de una verdadera transformación de la educación. Una nueva educación para un nuevo país y, como consecuencia, para un nuevo mundo. El cambio debería afectar a toda la realidad educativa, a todos los agentes, todas las instituciones y todos los proyectos. 

El punto de partida de la nueva ley de educación es la decisión de abandonar definitivamente el paradigma del desarrollismo, de la sociedad del bienestar, del consumismo como motor económico, de la riqueza como horizonte de felicidad. Bolivia ha decidido aceptar lo innegable: el modelo económico neoliberal, con sus conquistas de bienestar y consumo, no puede y no podrá ser nunca universal. Para que unos pocos países, o unos pocos sectores de la población dentro de cada país, disfruten de los beneficios de la riqueza, se necesitan muchos, muchísimos pobres, excluidos, explotados o, simplemente, ignorados en su miseria y dolor. Nadie con un mínimo de inteligencia pueda hoy negar esta evidencia. Y no sólo desde el punto de vista humano, también desde una visión planetaria. El paradigma de vida y consumo de los países ricos está llevando la Tierra a un irremediable colapso, colocando en riesgo hasta la supervivencia misma en este planeta.

Delante de este panorama, sólo existen dos opciones: seguir por la senda de la autodestrucción o emprender nuevos caminos que nos conduzcan a nuevos destinos, más felices, mas universales, más dignos y más duraderos.

Bolivia ha decidido emprender un camino diferente. No se trata de un camino completamente nuevo, puesto que mirando para atrás en la historia y para abajo en la escala social, ha descubierto que en las raíces de esa realidad invisible y por tanto tiempo ignorada en este país, en las culturas más antiguas, en los verdaderos hijos (que no dueños) de esta tierra, ya existían las claves de ese nuevo paradigma. Los pueblos originarios persistieron durante siglos y siglos en perfecta armonía con la naturaleza, garantizando una vida digna para todas las personas y para todas las generaciones, sin hipotecar el futuro, sin infernar el presente, sin esclavizarse al deseo irrefrenable de poseer, sin negociar con la dignidad de las personas. En las raíces más antiguas de esta tierra existe una semilla de profunda y radical transformación, una auténtica revolución del modelo dominante que, hasta ahora, nos habían presentado como único.

latinoamericana.org
Un nuevo paradigma (denominado “Sumak Kawsay” o “Sumak Kawsay” y que se puede traducir como “Buen Vivir”) antropológico, social, económico y ecológico, exige la transformación profunda de mentalidades, de conciencias, de voluntades y de horizontes. Una nueva forma de vivir para la construcción de un mundo diferente, que sólo será posible con personas nuevas. Por eso la actual reforma educativa es tan necesaria y los cambios que propone tan radicales. Una nueva educación, que provoque una nueva ciudadanía, protagonista de un nuevo modelo político (Democracia participativa) y constructora de un nuevo paradigma existencial (el Buen vivir para que toda la humanidad pueda ser feliz en armonía con la Madre Tierra). Una educación libertadora, holística, integral, transdisciplinar, socioproductiva (para lograr la seguridad y soberanía alimentaria), vocacional, transformando las escuelas en comunidades de aprendizaje, rescatando y garantizando la cultura de cada pueblo y nación. Un nuevo modelo educativo, combinando perfectamente los nuevos paradigmas científicos y las cosmovisiones de los pueblos originarios, superando completamente la visión materialista, utilitarista, mercantilista, mecanicista y consumista del ser humano y del mundo que la cultura occidental nos ha impuesto hasta ahora. Se trata pues, de una profunda transformación de las estructuras, de las conciencias, de los corazones, de las voluntades, de las sociedades, de las cosmovisiones, de la existencia. 

¡En Bolivia se está fraguando una verdadera revolución!

miércoles, 20 de noviembre de 2013

La sagrada hoja de coca

Uno de los descubrimientos más importantes desde que estoy en esta tierra andina es la hoja de coca. La planta de la coca fue considerada, desde la antigüedad, la hoja sagrada de los dioses, de los sabios, de los sacerdotes, etc. La coca era un elemento indispensable en los rituales religiosos, en las oraciones, en las bendiciones, para pedir un clima favorable, para rogar a la Pachamama buenas cosechas, para despedir a los difuntos y comunicarse con los antepasados, para interpretar la realidad, para conmemorar las fechas más importantes del calendario Inka, para encontrar las respuestas a los problemas de la vida… 

Curiosamente, la hoja de coca que era exclusiva de las élites religiosas y políticas, con la llegada de los invasores españoles y después de un corto periodo de prohibición (por su relación con rituales considerados “paganos”), su uso y consumo se extendió por toda la población. El motivo es triste y contradictorio con la esencia de esta planta sagrada. La hoja que servía para comunicarse con los dioses, era también fuente de energía y paliativo para el hambre. Los colonizadores descubrieron rápidamente que sus esclavos, indígenas originarios, trabajaban más, necesitaban menos comida y enfermaban menos consumiendo la hoja sagrada. A partir de ese momento la hoja de coca se transformó en instrumento de explotación. La única consecuencia positiva de todo eso fue la generalización del consumo de la coca entre la población originaria. Ahora ya no era la hoja de la élite, sino la hoja del campesino, del minero, del pastor, del pueblo de la tierra, de esta raza de bronce que hizo del pijcheo (masticar la hoja) una costumbre, un ritual, una forma de vivir. Junto con la llujkta (pasta hecha con cenizas de vegetales que aumenta los efectos de los componentes de la coca), la hoja se transforma en combustible para el cuerpo, alimento, compañía, abrigo y entretenimiento durante las horas de trabajo o en los momentos de descanso.

De su empleo en rituales religiosos me gusta mucho el uso de la hoja de coca como comunicadora, como vehículo para elevas las oraciones, deseos, peticiones, preguntas, etc. a la divinidad. En el imperio Inka no existía la escritura (aunque sí había un sistema de registro contable y comercial muy complejo y rico llamado Kipus, que eran nudos amarrados en cuerdas de lana de llama de diferentes colores), por eso, en las oraciones, la gente colocaba la hoja de coca en su frente, en sus labios y en su corazón, y en la hoja depositava todos sus deseos, peticiones, agradecimientos, todo cuanto deseaba decir a Dios. El sacerdote después recogía las hojas “cargadas” de oraciones y las quemaba, transformándose en humo que se elevaba hasta los oídos de Dios y en ceniza que después volvería a su Madre, la Tierra, de donde había nacido la hoja sagrada, mensajera y portadora de vida.

Siendo más práctico, la hoja de coca se ha transformado para mí en un excelento remedio para mis problemas intestinales crónicos. Desde que transformé el consumo de coca en un hábito diario, el colon sensible y fastidioso que tantos problemas me ha dado en mi vida, se ha calmado y, prácticamente, normalizado. 

Lástima que mentes enfermas y crueles transformaron la coca en negocio, extrayendo su esencia para, de forma artificial, transformarla en droga que enriquece a unos pocos a costa de la vida de millones. Por culpa de ellos se ha demonizado la hoja sagrada. Y por culpa de la ignorancia se prohibe y persigue a quien la porta y consume, de forma natural, fuera de nuestras fronteras. También es verdad que si se popularizase el consumo de la hoja de coca como remedio natural, rápidamente aparecería alguna empresa farmacéutica del “norte” diciendo que ellos ya habían registrado la patente… Desgraciadamente, ése es el mundo que tenemos…

Mientras tanto continuaré pijchando coca, agradeciendo por este maravilloso descubrimiento y elevando a Dios, por medio de la hoja sagrada, mis oraciones por este pueblo que trabaja, sufre, celebra y ama, siempre con el pijcho (bola) de coca en la boca.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Sembrando la vida

Estamos en época de siembra. Aprovechando las primeras lluvias de la temporada, que dulcemente han ido aflojando la tierra, es el momento de empuñar el arado, encordar los toros y levantar la piel de la Madre Tierra para despertar su vitalidad. Los arados han ido poblando los terrenos que parecían abandonados. Las familias se reúnen para colaborar en la preparación de la tierra, en la construcción del futuro. Una vez que los toros y los arados hagan su trabajo, vendrá el tiempo del guano (abono natural y orgánico), fertilizando una tierra herida por el frío y la sequía, una tierra ansiosa por engendrar vida, una tierra que conoce bien su papel en la historia de este pueblo, una tierra que espera paciente a que llamen a su puerta, para desplegar amorosa y fielmente toda su fuerza vital. 

Ha llegado, entonces, el momento de la siembra. De nuevo la familia se reúne y como una sola mano, irán depositando en cada surco las semillas de sus sueños, de su futuro, de su alimentación, de su dignidad. En cada semilla hay un potencial único, gigante y, al mismo tiempo, delicado. Bastará un poco de agua y de sol para que su corazón germine y la vida renazca. Pero bastará también una granizada, o un exceso de sol abrasador, o un retraso en la necesaria lluvia, para que su vitalidad se extinga y, con ella, el sueño de un mañana mejor. 

Coincide la siembra con el final del año lectivo. Mientras nuestros estudiantes siembran con sus familias, en pocos días cosecharán los frutos del esfuerzo realizado durante el año. Serán frutos dulces o amargos, como la vida misma. ¿Habremos sabido cuidar de cada semilla, de cada estudiante, para que ahora pueda germinar y florecer, apuntando para un futuro lleno de posibilidades? ¿Habremos sido capaces de descubrir el tesoro oculto en cada corazón o habremos ignorado su riqueza peculiar y única? ¿Habremos preparado bien la tierra y colocado el abono necesario para que ahora, cada estudiante, pueda descubrir la vida que se despierta dentro de su ser y, como loco enamorado, mire hacia el futuro lleno de esperanza y optimismo? 

No tengo respuestas todavía, sólo la esperanza de no haber cometido muchos errores. Sólo espero que no hayamos dejado los campos más necesitados abandonados a su suerte, por cuidar de quien menos precisaba. Espero que no hayamos ignorado los gritos de angustia, de soledad, de tristeza de nuestros adolescentes. Espero que no hayamos forzado el ritmo de cada semilla, acelerando sus pasos vitales para cumplir nuestros plazos mentales. Espero que no hayamos tratado a las personas como si fuesen vacas. Espero que no hayamos frustrado la felicidad y el futuro de estas semillas que, como tesoros, fueron confiadas a nuestras manos.

Es el tiempo de la siembra. Sin embargo, en la escuela, todos los días son tiempo de siembra, de abonar, de regar, de cosechar. Todo los días son tiempo de compartir esfuerzos y sueños, haciendo lo que sea necesario para que, lentamente, vayan germinando en la vida de nuestros estudiantes.

sábado, 2 de noviembre de 2013

¡Aquí hay un pueblo que trabaja!

No deja de sorprenderme la impresionante capacidad de trabajo de nuestros chicos y chicas. Algunas cabezas estrechas y llenas de prejuicios insisten, siempre que pueden, en que este pueblo es flojo. Debemos habitar países diferentes. Sólo puedo hablar de lo que veo a diario, de las personas con las que convivo.

El camión llega cargado de alimentos y tocando la bocina para solicitar ayuda. Una tropa de “hormiguitas” surge del comedor, de las salas de estudio, de los cuartos, de donde estén, abalanzándose sobre el camión para agarrar y llevar las diferentes cargas. Podemos imaginar la escena: un montón de niños y niñas, preadolescentes y adolescentes, teniendo que descargar un camión lleno de cajas y sacos pesados, con papas, latas de sardina, y toda clase de verduras y hortalizas, además de productos de limpieza. En cualquier otro lugar habría que llamar una y otra vez, pedir por favor que ayuden, exigir que vengan rápido, insistir para que no se hagan los despistados. Todo eso aquí es innecesario. Basta escuchar la bocina del camión para que salgan corriendo a su encuentro y, lo que podría parecer más increíble, todos empujándose para agarrar las cargas más… ¿pensó que iba a decir “más ligeras”? ¡Pues no! Todos empujándose para agarrar el saco más grande, la caja más pesada. Y como locos salen corriendo para dejar en su lugar la mercancía y volver lo más rápido posible para que no le quiten la siguiente carga. 

En sus espaldas y hombros han viajado toneladas de papas, cientos de adobes, enormes bultos de paja y otras hierbas. Sus músculos parecen no caber en cuerpos tan pequeños. A veces hasta en las condiciones más adversas, con lluvia, con frío, no importa. Con las alpargatas hechas de neumáticos en sus pies desnudos, con la bermuda de dormir, sin la camisa para no mancharla (cada una, de las pocas que tienen, es un tesoro), sin reclamar, sin rehuir, sin perder la sonrisa. 

Y no pensemos que es porque les hemos acostumbrado, ellos son los que me están enseñando a descubrir lo divertido de cargar pesos, de abrir agujeros en la tierra, de levantar piedras, de pelar papas, de limpiar cuartos y baños, de cortar paja, de limpiar las calles, en definitiva, lo divertido de trabajar.

Nuestros chicos y chicas viven trabajando, ayudando a sus padres en el campo, en la casa, con los animales. Antes de que salga el sol ya están en pie, dispuestos, preparados para lo que venga. Juegan trabajando, sufren trabajando, crecen trabajando, aprenden trabajando, aman trabajando y vivirán trabajando, porque en eso consiste su destino. 

Cuando llega el final de semana, en vez de pensar en descansar, en ir a sus casas con sus familias para no hacer nada, nuestros chicos y chicas van a trabajar: al campo con su familia, a pastorear ovejas y toros, a la ciudad para vender alimentos hechos en la madrugada, para ganar unos pesitos ayudando en obras y construcciones… su vida es trabajar. Y el domingo vuelven al internado cansados, quemados por el sol, con las manos abiertas, con el rostro curtido por la dureza de la vida, pero sin perder nunca la sonrisa.

Niños, niñas, adolescentes, jóvenes, adultos, hasta los más ancianos, me dan, una y otra vez, lecciones de sacrificio, de esfuerzo generoso, de sufrimiento silencioso para conseguir el fin perseguido.
Aquí hay un pueblo que trabaja. ¡Y trabaja harto!