sábado, 7 de junio de 2025

La degradación política

Desde 2016 vivíamos en Bolivia el conocido como “proceso de cambio”, dirigido por el Movimiento Al Socialismo – Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP), con la excepción de los años 2019 y 2020, tras el golpe de estado perpetrado por la derecha, las fuerzas armadas y la policía boliviana. Este proceso social, político y económico sacó a Bolivia de la miseria y desigualdad en la que vivía, creando condiciones para un desarrollo sostenible, con justicia social, con crecimiento económico de todos los sectores sociales, con respeto a los pueblos indígenas, sus culturas y territorios, con una educación coherente con el proyecto político, en busca de una verdadera soberanía política, cultural y económica, desde los valores del Buen Vivir. Sin embargo, en estos últimos tiempos asistimos, con una mezcla de decepción y rabia, al desmonte no solo del proceso de cambio, sino de la base social que lo creó. 

La experiencia del MAS-IPSP era verdaderamente novedosa y abría un nuevo paradigma en la forma de hacer política no solo en Bolivia, sino en el mundo democrático. Los sectores sociales organizados, los pueblos indígenas, los diferentes sindicatos de base, el pueblo campesino y obrero, crearon un instrumento político (nunca llamado de “partido”) para llegar al poder y, desde ahí, cambiar la estructura legal y administrativa del estado, a fin de transformar en políticas sus demandas, necesidades y propuestas para el presente y futuro del país, rompiendo con una historia de negociados, compraventas y repartos del poder entre la oligarquía económica y las clases criollas privilegiadas. Todos estos movimientos sociales eran el cerebro y la mano que diseñaba las políticas a seguir, eligiendo para ello a sus candidatos a los diferentes órganos de poder, quienes debían “gobernar obedeciendo” siempre a las bases. Tuve la suerte de participar de congresos y ampliados de la central campesina a nivel municipal e, incluso, departamental y pude vivir con emoción cómo se hacía política de verdad, escuchando al pueblo humilde, recogiendo sus inquietudes y necesidades, marcando las líneas que, posteriormente, debían seguir sus dirigentes y los diferentes cargos electos. Nadie hablaba en su nombre, nadie se autoproclamaba representante de otros, nadie se autocandidateaba. Conozco a muchas personas que han ocupado cargos importantes a diversos niveles y que, una vez culminada la misión para la que fueron electos, volvieron a su vida de siempre con las manos limpias, con el deber cumplido y sin creerse más que nadie. Evidentemente, no todo era perfecto, también dentro del MAS-IPSP existieron siempre los “profesionales” del cargo, personas que llegaban al juego político aupados por sus bases pero que, una vez instalados, hacían cualquier cosa para permanecer en algún cargo que garantizar su bienestar económico. Estos políticos de profesión son los que han ido dinamitando el proceso de cambio, porque reproducían dentro del MAS lo que había sido una de sus banderas fundamentales: romper con la política como profesión y con quienes se aferran a ella, traicionando lo que sea necesario para no perder poder, prestigio y un buen sueldo. 

El proceso de cambio se vino al traste el día que un gobierno del MAS-IPSP se negó a obedecer a las bases que, de forma reiterada en diversos congresos nacionales, exigió el cambio de algunos ministros por considerar que no seguían las líneas marcadas por el movimiento, llevando adelante políticas que, incluso, parecían ir contra sus propias bases. Cuando el presidente del estado ignoró estas exigencias y, desafiando a sus bases, los ratificó en sus cargos, se produjo una ruptura definitiva que acabó con el instrumento político. No era solo el cambio de ministros, también se indicaron algunas políticas en materia económica que el gobierno no estaba sabiendo o queriendo aplicar, así como la corrección sobre otras que no eran coherentes con el proyecto del MAS para el país. Sin embargo, el gobierno no contempló ninguna de las decisiones tomadas en congreso, desconociendo su autoridad y desacreditándolos por estar, supuestamente, manipulados por traidores y enemigos internos, liderados por Evo Morales. El enfrentamiento del gobierno con el MAS-IPSP se transformaba ahora en una guerra personal entre Lucho Arce y Evo Morales. Pero tampoco terminaba todo ahí. Ya desde antes, el vicepresidente David Choquehuanca, creyéndose el nuevo mallku (líder del pueblo Aymara), había iniciado un trabajo en las bases aymaras para romper con el proyecto del MAS-IPSP, acusándolo de estar bajo el control de Evo Morales y del movimiento cocalero (pueblo quechua del trópico de Cochabamba). Incendió el altiplano para romper con los demás movimientos sindicales, especialmente con aquellos de origen o mayoría quechua. De esta forma, Choquehuanca rompía con una tradición que había sido fundamental en las últimas décadas, la dirigida por el auténtico Mallku, Don Felipe Quispe, quien siempre había antepuesto la unidad de los pueblos indígenas, campesinos y obreros, a las causas del movimiento katarista. El proceso de cambio comenzaba a resquebrajarse por todas partes, alimentado por políticas económicas interesadas más en mantener la imagen del gobierno que en sostener realmente al país, ignorando las señales de una crisis económica sin igual. 

Y así llegamos al momento actual, a pocos meses de las elecciones generales, con el país en una crisis profunda a todos los niveles, con una inflación por las nubes, aunque se intente ocultar, con una conflictividad social a flor de piel y que en cualquier momento puede estallar. Desde el gobierno se intenta dar una imagen de normalidad, mientras los precios de todo lo necesario suben cada día. Intentan aparentar que se respeta el marco legal, mientras existen detenciones arbitrarias y sin proceso, mientras se crean causas jurídicas contra rivales políticos sin pruebas, mientras continúan en su cargo los miembros del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) de forma absolutamente ilegal, controlando desde ahí al Órgano Electoral Plurinacional (OEP), quien acepta o rechaza los partidos y candidatos que se presentarán a las elecciones de agosto, mientras el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) impide a la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) fiscalizar a los ministros de gobierno, como le corresponde por mandato constitucional. 

No quiero con esta reflexión posicionarme políticamente con uno u otro candidato, pero sí que necesito expresar mi desencanto con quienes anteponen el cargo al bien común, con quienes hacen de la política su modo de vida, con quienes persiguen incondicionalmente el sonido del dinero y no de los proyectos políticos, con quienes solo quieren acceder al poder para volver a garantizar el saqueo de los recursos y engordar su patrimonio familiar, con quienes alimentan el racismo y la discriminación creyéndose una raza superior y con más derechos que la mayoría popular, campesina e indígena. 

Retomar las claves del proceso de cambio, la unidad de los movimientos sociales, campesinos, obreros e indígenas, devolver la soberanía al pueblo quitándosela a la clase política, no es solo un buen deseo, es una urgente necesidad. Lo contrario nos llevará, de nuevo, al desastre como estado y como sociedad. 

jueves, 3 de abril de 2025

Tambores de guerra

El mundo occidental, desarrollado, rico, representante de los derechos y del imperio de la ley, de las libertades y la democracia, del modélico estado del bienestar, se ha lanzado, una vez más, a la loca carrera del armamentismo porque, por lo que parece, se avecina la guerra.

Y cuando los tambores de guerra comienzan a sonar, la humanidad debería empezar a temblar. Cuando los presidentes y sus generales, con sus pechos llenos de medallas, glorifican la guerra, saben que no serán ellos, ni sus hijos, ni los niños de papá quienes formarán las columnas de borregos enviados al matadero. Como siempre, serán los hijos de los obreros, de los campesinos, de los pobres quienes se ahogarán en el barro, siendo descuartizados por drones asesinos sin conciencia, pasando hambre y frío, entregando la vida por una patria que siempre los despreció. Cuando se invoca la guerra, los dueños de las empresas armamentísticas se frotan las manos, avizorando cuantiosas ganancias, avanzando en su proceso de infiltración en las estructuras económicas y políticas del poder. Cuando se nos presenta la guerra como única opción, se nos está pidiendo que renunciemos a nuestra capacidad de pensar, de dialogar, de negociar, de reconciliarnos, de construir juntos unas relacionas realmente humanas y humanizadoras. Si la única solución a todos los problemas es el conflicto bélico, entonces no hay nada más que esperar de esta humanidad.

La guerra es siempre una experiencia absolutamente cínica. Unos son quienes declaran la guerra y otros quienes las padecen. Unos engordan sus cuentas bancarias, mientras otros, la mayoría, se hunden en la miseria y el dolor. Unos enaltecen las victorias militares, mientras otros reciben solo cuerpos inertes despedazados. Unos agitan banderas, mientras otros pierden la dignidad, la humanidad y la vida.

Hace años, cuando en medio de unas protestas de cooperativistas mineros fue secuestrado y asesinado el viceministro de interior de Bolivia, escribí que la violencia no es una opción, siempre es un fracaso. Hoy lo ratifico, más convencido que nunca. En nuestro planeta tenemos guerras perpetuas (Somalia, RD del Congo, Haití), guerras silenciadas (Siria, Libia, Yemen, Sahara, Kurdistán), guerras supuestamente justas (Ucrania), guerras latentes (Myanmar, Mali, Irak), guerras absolutamente unilaterales (como el genocidio palestino). Tenemos guerras internas por el control del tráfico de drogas, armas y personas. Tenemos guerras ocultas en el expolio y exterminio de los pueblos originarios, ocupando sus tierras y saqueando sus recursos. Y hay una guerra mundial permanente que genera millones de víctimas cada año, la de los ricos contra los pobres. Las batallas de esta guerra se libran en las rutas migratorias, en la explotación laboral de niños, niñas y mujeres, en los pueblos usados como cobayas por las empresas farmacéuticas, en el hambre crónico de millones, en el tráfico de personas para su explotación laboral y sexual, en el racismo y machismo crecientes.

Me niego a aceptar un futuro, un desarrollo, una seguridad, un bienestar, incluso, la paz, logradas mediante el descarte de la mayoría, de los pobres, de los últimos, de los diferentes, ni siquiera de los inadaptados. Quiero seguir creyendo en esta humanidad, aunque cada día duela más.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Educar para que no se tornen otros

"También he pensado que sería bueno aprender a leer, porque leyendo acaso lograríamos a descubrir el secreto de su fuerza; pero algún veneno horrible han de tener las letras, porque cuantos las conocen de nuestra casta se tornan otros, niegan hasta de su origen y llegan a servirse de su saber para explotarnos también". Palabras finales del jilakata (autoridad aymara) Choquehuanka al ver la opresión eterna de su pueblo a mano de blancos y criollos (Alcides Arguedas, Raza de bronce; Bolivia, 1919).

La ley de educación boliviana tiene como bases, entre otras, ser descolonizadora, liberadora… orientada a la reafirmación cultural de las naciones y pueblos originarios. Quiero partir de aquí para reflexionar brevemente sobre un tema polémico que nos atañe como escolapios, especialmente a quienes desarrollamos nuestro ministerio en contextos culturales indígenas.

Por mucho tiempo y en la mayor parte de nuestros países latinoamericanos, la educación de los pueblos indígenas, campesinos, afrodescendientes, etc. era sinónimo de transculturación. Desconociendo las raíces culturales y espirituales de estos pueblos, personas “civilizadas” normalmente venidas de fuera, se atribuían el derecho y el deber de sacar a estos individuos de sus pozos de subdesarrollo para llevarlos, por medio de la educación, al supuesto bienestar de la modernidad. Y no hablo de épocas coloniales, sino de posturas personales e institucionales de ignorancia, de desconocimiento y falta de interés por el sustrato cultural y espiritual de los pueblos con los que convivimos y a quienes educamos. Tampoco me refiero a una visión “turística” de la realidad, como bien cuestiona Eduardo Galeano: “Los nadies… que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore…”.

Educar es sacar lo mejor de cada persona y, por lo tanto, también de cada pueblo, sin que deban renunciar a sus raíces, a su identidad, a su modo de vida y su comprensión del mundo. Educando nos educamos, aprendemos otras perspectivas, otras visiones sobre la vida y el universo, otros lenguajes y expresiones para la relación con Dios.

Toda la humanidad se encuentra en peregrinación, en busca de un futuro mejor para todas las personas y todas las generaciones. Los pueblos indígenas tienen sus propios recorridos ya comprobados, sus mapas y su brújula lista para esta aventura. No existe un mapa único y ninguna cultura puede atribuirse esta pretensión. Cada vez más, la civilización occidental mira hacia los rincones del mundo en busca de referencias perdidas, de valores y estilos de vida desechados en nombre del desarrollo económico y tecnológico. Frente a un modelo de desarrollo depredador, basado en el consumo desmedido y generador de desigualdades, los pueblos indígenas levantan la bandera de la sobriedad como estilo de vida, de la sostenibilidad, de la comunitariedad.

Una educación que no reconozca y potencie estas raíces culturales, espirituales, comunitarias, solo servirá para la construcción de un mundo cada vez más masificado y sin identidad, al servicio de quienes lucran con el negocio de la homogeneidad.

Considero un bonito desafío, tan complejo como necesario, educar desde lo mejor de cada pueblo, no para que “se tornen otros”, sino para que aprendamos, juntos, a vivir de otra forma, a construir nuevos mapas que nos lleven a un mejor futuro, en el que se garantice la justicia social, el respeto a la dignidad de todas las personas, el cuidado de la casa común y la convivencia pacífica y fraterna de todos los pueblos. ¿No se parece a eso el Reino de Dios?