domingo, 15 de septiembre de 2013

Y los duraznos florecieron

Autor: Agustín Medina.Foto tomada de fotocommunity.es
Después de meses sufriendo la dictadura del ocre, invasor de campos y plantas, cerros y horizontes, una tímida y pequeñita flor de color rosa comenzó a revolucionar el paisaje, anunciando que el duro invierno está llegando a su fin. Aunque todavía la sequía domina, algunas tormentas nos anuncian que la bendita, deseada y necesaria agua está llamando a la puerta. El intenso frío va siendo confinado, poco a poco, a las horas del amanecer, empujado por el calor del día y las noches cada vez más templadas. Y en los campos, junto a las casas u ocupando extensiones donde la tierra lo permite, el durazno se viste de rosa.

No es esta un tierra de vivos colores ni de estallidos cromáticos. Solamente la retama, con su perenne amarillo y como guerrillero sorpresivo, quebranta el dominio del ocre. Con la llegada de las lluvias el verde se crece, orgulloso y presumido, sabedor de que tiene apenas unos pocos meses para mostrar todo su esplendor. Y en medio del verde naciente, los duraznos se adornan con una infinidad de reflejos rosas.

No importa que el árbol no tenga todavía ni una hoja, ni que sus ramas desnudas continúen expuestas a fríos e insectos. Esta flor, diminuta, insignificante, consigue adueñarse por completo de su padre vegetal, transformando el espectro invernal que era en un maravilloso ramo rosa, adornando, embelleciendo y alegrando nuestra tierra dura y austera. 

Esta flor nos recuerda que no hay invierno eterno ni frío capaz de matar la vida, que no hace falta ser grande, ni poderoso, ni llamar mucho la atención para vencer las inclemencias y hacer florecer la primavera. Con su paciencia infinita, su intrascendente apariencia y su resistencia silenciosa, el durazno va trabajando ocultamente, tejiendo sueños en su interior, alimentando la vida en lo oculto. Hasta que llega el día en que todo lo que estaba escondido sale a la luz y lo que parecía sin valor se revela con toda su fuerza revolucionaria. Y ese día, lo que era simple fachada caerá por tierra como un fantasma, incapaz de sostener su discurso vacío por falta de hechos y de frutos. 

Desde el silencio, desde el anonimato, desde la insignificancia, este pueblo continúa enfrentando inviernos, soportando penurias y resistiendo miserias. Pero en su interior más oculto una fuerza vital va emergiendo, una esperanza viva y real se forja disimuladamente. Llegará el día en que este pueblo florezca en todo su esplendor, ganándose el respeto y la dignidad que por siglos le fue robada. Ese día el horizonte se volverá rosa como la flor del durazno, anunciando que mañana será diferente. Ese día nuestro Padre, Tata Inti, y nuestra Madre, Pachamama, transformarán el agradecimiento constante de sus hijos e hijas, del pueblo de la tierra, en una fiesta eterna, la fiesta de la vida, la paz y la justicia.

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