viernes, 21 de febrero de 2014

¿Quién dijo que la cultura no tiene olor?

Pido permiso al grupo argentino Arbolito para usar las palabras de una canción suya para titular y vertebrar esta reflexión.

Muchas veces nos han presentado la cultura como neutral, aséptica, universal. Ciertos modelos culturales se han convertido y autonombrado “paradigmas” de la cultura más elevada y desarrollada. Y desde esos mismos modelos se ha juzgado y descalificado la cultura ancestral, popular, indígena, etc. En un mundo tan diverso como el que tenemos, es absurdo que nos creamos todavía que pueda existir un único criterio para definir y clasificar algo tan variado y dinámico como es la cultura. 

Mirando la historia con cierto sentido crítico descubrimos rápidamente que también en lo relativo a la cultura, quien domina, somete y vence, acaba imponiendo su paradigma y expresiones culturales como las únicas válidas. No sólo eso, el desarrollo cultural del poderoso se ha financiado siempre con la sangre, el sufrimiento y el folklore del sometido, porque como bien dice E. Galeano: “Los nadies (…) Que no practican cultura, sino folklore”. La vida indígena cambiada por oro y plata sufragó la naciente banca europea, siempre floreciente en medio de las guerras. La sangre esclava africana pagó la industrialización anglosajona. La agricultura devastadora y saqueadora alimentó una Europa famélica y enferma. La tortura y las desapariciones en tiempos de dictadores sostuvieron las multinacionales que los financiaban. Teatros, óperas, orquestas, cuadros y museos, edificios y palacios, industrias y tecnología, democracias y bienestar… todo lo que ha sustentado y caracterizado a la civilización occidental, se nutre por unas raíces sumergidas en la sangre, la miseria, la explotación y el silencio forzoso de millones y millones de anónimos.

Respondiendo a la pregunta que nos hace Arbolito, realmente la cultura tiene olor. La que nos han inyectado por todas partes huele a muerte, a abuso, a despilfarro, a exclusión, a indiferencia, a amargura, a privilegio, a depresión. Huele a carrera frenética sin rumbo ni razón. La cultura occidental, paradigma de desarrollo y civilización, transmite un aroma fétido de engaño y manipulación. Desde ella nos han mirado a los demás, a los diferentes, a las minorías irreductibles y a las masas explotadas como excepciones, como atrasados, como ejemplo de la humanidad defectuosa que debe ser extirpada.

La cultura del pueblo, del Sur, del excluido huele diferente. Los limpios y perfumados occidentales nos dirán que huelen mal, porque no saben percibir más allá de la superficie, no tienen ojos ni nariz para descubrir el corazón de la realidad. La cultura de este pueblo huele a sacrificio, a esfuerzo, a sudor derramado para construir una vida digna a pesar de los de siempre. Esta cultura huele a sobriedad, a trabajo comunitario y alimento compartido. Huele a alegría descontrolada cuando es fiesta y a solidaridad silenciosa cuando la muerte lo visita. Huele a sencillez y humildad, a inocencia ingenua y a rebeldía contenida. Huele a vida y huele a muerte. Huele al humo de la cocina de leña, donde siempre hay un plato listo para el cansado visitante, sea familiar o extraño. Huele al ser humano auténtico, en sus virtudes y en sus defectos, en sus certezas y en sus miedos. Huele a un mundo donde el pájaro, la piedra, la montaña y el río son de la misma familia. Huele a un universo hermano, donde todos los seres son necesarios y las generaciones presentes comparten el mismo espacio con las pasadas y las futuras.

La cultura tiene olor, ciertamente. Sólo espero que con la educación que ofrecemos no estemos extinguiendo los buenos olores de este pueblo y de su rica cultura, imponiendo ingenuamente los olores inmundos de la cultura dominante.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario