jueves, 10 de septiembre de 2015

“Cambia, todo cambia”

El periodo invernal está llegando a su fin. Los durazneros, como rosados algodones de azúcar, los jacarandás con su vestido lila y el intenso rojo de los chillijchis nos anuncian el inminente cambio de estación. Una nueva etapa se aproxima, dentro de este eterno ciclo de la vida. La misma etapa de tiempos pasados, pero renovada, actualizada. Así es el tiempo y la existencia en el Pacha Andino.

Con cada estación la naturaleza se transforma. Con cada decisión, la vida cambia. En cada palabra, en cada gesto, en cada encuentro, nos vamos reconfigurando. Todo nos afecta, nada nos es indiferente, siempre que conservemos nuestro corazón vivo. Con cada error, en cada afrenta, con cada conflicto, nuestras asperezas se van limando, nuestras aristas se suavizan y, si sabemos aprovecharlo, nuestro carácter mejora y maduramos. Nuestros pensamientos, gustos, hábitos, todo puede cambiar para facilitar una convivencia más armónica, para construir unas relaciones más fraternas. Tenemos la tendencia de esclerotizarnos, de aferrarnos a nuestros esquemas como si en ellos fuese nuestra vida, y sin darnos cuenta, el tren de la vida con sus oportunidades pasa a nuestro lado y se marcha. La naturaleza nos enseña una y otra vez que no hay que tener miedo al cambio, a la transformación interior. Las sequías nos endurecen, las lluvias nos vuelven productivos y generosos, el sol nos fortalece, el frío nos obliga a ser más profundos, el calor nos torna agradecidos y afables, la vida nos transforma, si le dejamos, si nos dejamos.

El frío está pasando y las flores engalanan ya el ocre predominante de nuestros paisajes. En pocas semanas llegarán las lluvias y el verde, oculto bajo el polvo del seco invierno, brotará de nuevo alegrando la vista y llenando de esperanza el corazón campesino. Cada estación, cada época, cada día es una oportunidad para el cambio. Cambiemos y dejémonos cambiar, moldeemos nuestros cuerpos, nuestro sentir, nuestro pensar y nuestras relaciones desde el futuro que deseamos. No nos prendamos a cadenas interiores, no carguemos pesos innecesarios, no obstaculicemos el ciclo de la vida que, también en cada uno de nosotros, quiere movilizar las mejores energías para producir los mejores frutos.

“Cambia, todo cambia” dice la canción tantas veces escuchada en la voz de nuestra recordada Mercedes Sosa. Y la misma continuaba: “pero no cambia mi amor…”. Que se transforme todo dentro de nosotros, todo lo que sea necesario, todo lo que nos dificulta, lo que nos problematiza, lo que nos refrena; pero que no cambien nuestras mejores convicciones, nuestros sueños, nuestros deseos más humanos, más altruistas y profundos. Que cambie en nosotros todo lo que nos enfrenta, lo que nos distancia, lo que nos lastima; pero que no cambie nuestro amor, nuestra habilidad para superar los conflictos con abrazos y sonrisas, nuestra alegría y nuestro ánimo, nuestra necesidad de compartir la vida, nuestra capacidad de sentir en la propia piel la piel del otro.

El frío va menguando, la primavera se acerca y la tierra toda se transforma. La Vida nos ofrece una nueva oportunidad para florecer, para abrirnos a una nueva realidad, sin perder la esencia, sin abandonar las raíces, pero transformándonos en nuevos frutos que endulcen el paladar y la vida de nuestros hermanos y hermanas.

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