martes, 30 de agosto de 2016

La violencia no es una opción, es un fracaso

Hemos vivido en estas últimas semanas algunos trágicos incidentes que han dejado a nuestro país chocado e indignado. Desgraciadamente, la práctica general de bloqueos de carreteras ha hecho que nos hayamos acostumbrado a sufrir resignados las protestas y reivindicaciones de grupos minoritarios. Cualquier pequeño colectivo que se quiera hacer escuchar, con o sin razón, bloquea caminos y carreteras, y listo. Todos sufrimos las consecuencias con impotencia y resignación. Sin embargo, los hechos recientes ocurridos con los mineros cooperativistas han ido más allá de cualquier protesta, del típico bloqueo de caminos, de la comprensible reivindicación. No quiero entrar a juzgar los motivos, ni discutir las razones de unos o de otros, pero sí que debo, por conciencia, expresar mi más profunda indignación ante lo ocurrido.

En un país democrático como el nuestro, que cuenta con los suficientes canales jurídicos, legales, de comunicación y de representación para poder encaminar y luchar por reivindicaciones de todo tipo, no se entiende que hayamos llegado a esto. La semana pasada, después de varios días de bloqueos de carreteras por parte de los mineros cooperativistas, de enfrentamientos con la policía (que no portaba armas de fuego) a punta de dinamita y piedras, con heridos de lado y lado, con mineros detenidos y policías secuestrados, el conflicto tomó un rumbo inesperado e indeseado. El Viceministro de Interior, miembro de la comisión de diálogo con los dirigentes mineros, decide ir hasta el lugar para, una vez más, insistir en retomar las negociaciones y abandonar la violencia. Una turba de mineros, confundidos por falsas informaciones divulgadas en las redes sociales y la prensa, lo secuestra, tortura y asesina.

En cualquier conflicto, cuando se establece una mesa de diálogo, se sabe que los negociadores son intocables. Los casi cuatro años de negociación entre el gobierno colombiano y las FARC son un claro ejemplo de ello. El negociador, sea del bando que sea, es sagrado, porque eliminarlo o someterlo significaría poner fin inmediatamente al diálogo, agudizando el conflicto y negando las posibilidades de solución. 

Después de milenios regando la tierra con sangre inocente, después de tantas guerras absurdas provocadas por gobernantes inmorales, empresarios inescrupulosos o fanáticos generales, no podemos seguir contemplando la violencia como una alternativa, como una opción a los problemas, sean del tipo que sean. Cada día los medios de comunicación social nos ahogan con informaciones de guerras, atentados, masacres, ejecuciones… La violencia sigue gobernando nuestro mundo, provocada por bastardos intereses políticos, financiada por la ambición económica de unos pocos y alimentada por las lucrativas empresas de armamento. La violencia nos desangra cada día, abriendo heridas incurables en familias, en pueblos, en naciones enteras.

Ningún conflicto puede justificar la violencia como opción, ¡ninguno! Mientras no tengamos esto claro, cualquier persona se transformará en medio para lograr nuestros fines. Y ninguna reivindicación, ninguna causa, ningún deseo puede ser más importante que la vida de una persona. Si relativizamos el valor de la vida humana, entonces todo en este mundo será relativo y prescindible, sometiéndose a los caprichos del más fuerte, del poderoso de turno.

La violencia no es una opción, sino una señal clara y manifiesta del fracaso humano, de nuestra inhumanidad, de nuestra brutalidad. Aprendamos de nuestros errores y emprendamos caminos de diálogo y reconciliación, en lugar de continuar matándonos como bestias.

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